sábado, 28 de marzo de 2015

La excursión I



            Como todas las putas mañanas, el imbécil de la habitación de al lado se levantó dando gritos. Esto normalmente no le molestaba mucho. Los días laborales, él madrugaba más y se libraba de la tontería. El problema estaba en aquellos libres, en los que se podía quedar en la cama tocándose los huevos, durmiendo, soñando, morando con desprecio al reloj en la mesita. Pero no había manera, el gilipollas de la habitación de al lado siempre tenía que dar la nota: cuando no eran berridos cagándose en todo, lo eran de alegría o, con dos cojones, plantaba música. Ese día, por lo menos, sería por un rato. Todos los del pasillo de dormitorios se iban de excursión. Todos menos él, que pasaba un huevo.

            Por eso se lo tomó con bastante resignación. En un rato, el puto anormal ya no estaría allí. De hecho, ninguno estaría allí. Entonces tendría silencio, descanso, paz. ¿Quién coño quiere ir a una excursión con un grupo de cantamañanas? ¿A quien le gusta fingir diversión obligatoria? Es mucho mejor la paz de la soledad, el sosiego íntimo y pequeñito. Cuando se puso las gafas y miró el mundo a través de la ventana en la cabecera de su cama, la cosa cobró más sentido. Fuera cascaba agua en un día gris plomo. Una mañana encantadora para permanecer acurrucado entre las sábanas, algo menos para salir de excursión.

sábado, 21 de marzo de 2015

Pachanguita IV



            Ellos se deshacen, se disuelven en la puta lluvia. Ni un par de minutos después, con el herido mirando en la banda, entra uno. Es un churro, un golpe de sueste, el jodido dios trucando la mecánica de las pequeñas cosas. Alguien la pega mal, mordida. Rebota en otro, o no. Me trae por el culo, se cuela dentro de cualquier forma. Y no es mi puta portería. Despacio, miserablemente, sube a los números, al determinista marcador. También, aunque poco, inyecta un pico de esperanza en nuestro amor propio. Lo traducimos en un apretón de lobo viejo, un último enseñar los dientes y que no se diga, joder.

            ¡No sé cómo! ¡Esto es jodidamente bueno! ¡Lo estamos dando la vuelta! El santo patrón de los guerreros nos sonríe caprichoso y nos toca con su perra mano. Quizás sea para nada. Seguro que será para nada. Saco una fácil, al suelo. La echo fuera, sin complicaciones, con una patadita tobillera. No es contexto para ser yo quien la estropee,. Estamos a un gol. Ha sido la del corner: zapatazo al medio y para ade3ntro. Ni siquiera la hemos rozado. Temo que solo nos valdrá para morir en la orilla. Eso es mejor que nada. Cojo la bola de una esquina. Quiero sacar rápido, largo. Soltar el brazo y lanzarla al infinito; que alguien arrebañe el balón y se las apañe; quitarme de encima el muerto. Ni Cristo se desmarca. La saco baja al más cercano.

            Ellos ni se enteran. La rabia les ciega y por eso no atinan tres pases. Son gilipollas. Solamente calmándose, dándonos tiempo, buscándonos el error, emboscándonos, lo tendrían. Pero no, se obcecan, discuten mentándose la madre. Y pasa, llega el milagro. Uno se cuela a trompicones hasta la cocina. ¡Empate! ¡Empate! ¡Empate! Gruño como una alimaña. No se puede gritar ahora. No se debe gritar ahora. Nos tensamos como cables, el de la herida anima. Nosotros nos echamos arriba los unos a los otros. Ellos se hunden. Estamos cerca, rozándolo. Se me desmadran los órganos. Parece que mi canal digestivo va a salir por la boca. Me vacío la cabeza con la lluvia, con su ruido y su sensación.

            ¿Soy el primero? Creo que si. Me arqueo hacia atrás y lo proyecto de dentro, de muy dentro. Le vomito al cielo un berrido ronco, en el que descargo el alma. Siento que lo escucha el mundo entero. Me quiebra la garganta abultando más que yo. No me termino de enderezar y los demás están haciendo lo mismo. Es nuestro holocausto a los cabrones hados por el momento. Uno ha tirado desde a tomar por el culo, tropezándose, y ha sido. ¡¡¡GANAMOS!!! Hay un instante de silencio absoluto, de detención del tiempo. Después gritamos. Lo soltamos todo. Asimilamos el cambio de guión abrazándonos. Somos hermandad. Somos uno. Es el contacto humano más sincero que habrá nunca: hombres de verdad en el éxtasis resacoso de la victoria agónica. No nos importa que sea una pachanguita de mierda. No nos importan tres cojones las tres botellas de vodka. Como titanes, despreciamos al universo. Somos superiores a eso, hemos ganado. ¿El qué? Nada, todo. Rotos físicamente, agotados, mojados, sucios, con golpes, nos alejamos heroicos y patéticos. Flotamos sobre el mundo con la frente alta, el último refugio. Jóvenes, fuertes, robándole un asalto a la decadencia, engañándonos de inmortalidad, caminamos en la noche cada uno a su casa. Eufóricos del todo, dormiremos mal de adrenalina y mañana lo contaremos como una proeza. Nadie nos hará puto caso.

            En la cancha sigue lloviendo. Ahora no hay un ruido, solamente ese, el rumor del agua lavándolo todo. Nuestra presencia se borra en su oscuridad. Ya no somos,  ya no estamos. Nadie se fija en eso porque hoy, al menos hoy, hemos ganado. ¡Y mañana que sea lo que le salga de los huevos!

domingo, 8 de marzo de 2015

Pachanguita III




            En uno de los lados, contra la alambrada, dos forcejean por el balón. Se empujan, se palmean, aprietan ciegos. El suyo consigue el premio. El mío, una hostia soberana. Rueda y suena un viaje, seco, contra uno de los postes metálicos ¡Pong! Es como una campana, vagamente. Paramos para ver el destrozo. No tiene que haber sido nada. Paso de acercarme, no sea que toque volver corriendo. Está tan lejos, tan lejos, tan lejos, tan lejos… Y mi sitio es este, un perro aquí clavado. El de la hostia se rasca el cogote como si prendiese cerillas, los otros se arremolinan y hacen cocos ¡A tomar por el culo, bicicleta! Roto. Partido muerto.

            El cabrón sangra como un berraco. No es de morirse, tampoco, pero las circunstancias propician la hemorragia: pulsaciones, lugar de la brecha… la camiseta se le motea de lamparones pardos. Esto hay que pararlo, al chaval hay que meterle algún punto. Pero la puta gente está loca, cebada. Ellos soplo aprietan para que el herido le ponga huevos y terminemos de una puta vez. El paisano que por el ningún problema. ¡No jodamos! ¡Un poco de cordura, que son tres botellas piojosas de vodka! Al final termino medio: uno el la banda, un “aficionado”, nos salta de espontáneo.

domingo, 1 de marzo de 2015

Pachanguita II



            ¡No lo he visto! ¡Me cago en la puta! ¿Ha sido? ¡Joder, si! ¿Si¿ ¡Si! ¡¡VAMOS!! ¡Otro, coño! Y volved de cara a ellos ¡¡SI!! Capaces seremos de remontar. Ellos se putean más. Discuten. Hacen piña táctica. Se les nota en las jetas. Cambian al portero que, ni corto ni perezoso, se viene cerca de mi a rebañar, con intención cero de bajar a defender. Los míos respiran como caballos. Hay que aprovechar el minuto de euforia, pero sin que se nos vaya la gaita.

            ¡Dicho y hecho! Desde su puta casa, uno de ellos la engatilla por si da premio la tragaperras. Viene alta. Meto la mano derecha queriéndola despejar para arriba. Inmediatamente noto un viaje en un lado de la cabeza. Automáticamente pienso “menos mal que no fue en la cara” pero aterrizo pronto”. ¿Entró? No. Por suerte, el melón se marchó a la madera y de ahí a tomar por el culo. La maquina te ha tangado ¡Iluminado de los cojones! Solamente entonces me quejo de la mano, doliéndome a latidos. Pero lo hago con rabia, apretando los dientes, sacando pecho ¡Valiente gilipollez! Los segundos que pierdo en ir a por el balón son, o quiero que sean, aire para los míos y frío (del malo) para los otros.

            ¡Si, joder, si! ¡Y se consigue, hostia! Vamos ganando. ¡Entró! Tres a dos. Tras el segundo de locura brota el medio. El resultado es una mierda, hay que llegar a siete. Arrecia el agua. Arrecia el juego. Se vuelve físico, denso. Ahora, aunque siempre lo fue, es algo serio, trascendental. Hay más que se ha apostado sobre el tapete: tres botellas de vodka contra una de whisky del bueno. Si palmamos, el whisky va de nuestra cuenta. Los mío serían capaces de degollar a un consanguíneo por alpiste gratis. Agarrémonos a su vicio como motivación. Y, por dios bendito… no la cagues, que te defenestran. Nunca debimos apostar. Se le fue la pureza a esto, lo prostituye. Por otro lado, joder con una puta es joder al fin y al cabo. Deja de pensar. Métete en el partido. Pensar es malo. Automatiza. Estate tenso como un gato. Vienen. Pase al desmarque. Uno llega. ¿Salgo? ¿No salgo? ¡Salgo! Despejo con una coz que aparta la pelota lejos, al infinito, a una órbita exterior. Una tarrascada me baja por la tibia. El desgraciado, para no llegar, dejó la plancha y un recadito. Sorprendentemente no me duele, solamente se entumece la zona. Lo del daño para mañana (del moratón no me libra ni la jodida Virgen de Fátima), o para luego, o para nunca. Ahora hay cosas importante, muchísimo más importantes. Concretamente cuatro goles. Alrededor de eso: nada.

            Estamos vendidos, descompuestos. Nos mantenemos por la perra honrilla, y por el oficio. Seguimos zombies, con las manos arriba y lanzando alguna, esperando la puntilla, el colofón. Ganan seis a tres. En cualquier momento, cualquier tiro de mierda o cualquier rebote con suerte (rezo por que no sea cualquier cantada mía) clavarán el último y nos iremos hechos mierda, destrozados. Sabremos que el esfuerzo no es suficiente. También que los cojones no bastan y que los mantras del pensamiento positivo (“lo importante es participar” o “el esfuerzo ya es un premio”) son basura. Lo que cuesta, lo que costará, es la cara de gilipollas que se nos pondrá. Llevaremos un vacío en el pecho y la tristeza infantil salpicándonos el espíritu. Somos hombres anónimos, corrientes, jugando una pachanguita. De chocho, perdiendo una pachanguita). Aunque para el universo no lo sea, para nosotros, hoy, jamás habrá mayor tragedia, jamás nada nos desgarrará tanto por dentro.

domingo, 22 de febrero de 2015

Pachanguita I

Para aumentar la estética épica del instante, se pone a arrear agua. A lo mejor soy el único que reflexiona sobre esto. Me alegra. Mojarme me lleva a hace años, a otros partidos, a la pelea puta, a días que os parecieron de gloria, a la felicidad (o a la felicidad incrustada en los recuerdos de lejos) ¡Joder, joder, joder, joder, joder, joder…! ¡Qué vienen!

            - ¡Hostia! ¡Cuidado la banda!

            La lluvia contribuye. El que lleva la pelota resbala y la pierde. No hay contra. La sacan jugada. ¡Fuera de aquí, cojones! Lo grito. Cuando va por el medio campo se me relaja imperceptiblemente el ano. Una jugada más (una jugada menos) en la que cumplo, o me cumplen, la misión de que la portería aguante. Aunque empezamos a andar jodidos; concretamente dos a cero, todavía hay fe. Por lo menos en ninguno de los dos he cantado. El primero vino de un córner. El cabrón la he enganchado al centro del área con tal folla que la he despejado, ha rebotado en un defensa y para adentro. A partir de ahí, tío al primer palo siempre. El segundo fue un penalti, abajo y al palo. Le he largado el pie, pero no hubiese llegado ni siendo el puto hombre-goma. Por supuesto, no voy  a irme al suelo, copón, en cemento y sin ropa de verdad, que no me pagan tanto. Otro concepto sería la legalidad del penalti. Lo discutiremos en la moviola.

            Los cabrones están picados, rabiosos, frenéticos. Si bien no pegan, de momento, si que están de fullerías piadosas, y no tanto, como lo del penalty. Que por lo mismo, cualquier otro día, ni se habría parado el balon.

            Lo reconozco, tengo miedo. Tengo la presión del error responsable amontonándose detrás de los ojos, que casi no pestañean de atención. No es concentración, es instinto de vigía para saber por donde vendrán los indios a degollarnos. Las ensoñaciones delirantes como las lluvias pasadas son parte del negocio. En el medio se traban. Marañas de piernas, empujones, brazos, resuellos se arrancan la bola una y otra vez. Entretanto hay de todo. Me cuelgo del larguero para estirar la espalda (realmente por hacer algo) y me planto una dominada de cantamañanas. Siguen lejos. Vuelvo a estar enfocado. Les berreo algo para animar muy blasfemo y malsonante. La voz me sale ronca. Aporto, que no se díga… El agua me empapa. Empapa el suelo, a la pelota, a todos los demás. No la sentimos. Quizás haya sido el único que le haya concedido un instante mental. Son altibajos de portero.

domingo, 15 de febrero de 2015

Hombres justos II



            Los sábados por la mañana eran el instante para ello. Lo eran por haber sido engendrados en la feliz miseria del viernes por la noche. Feliz miseria para los que eran felices. Para los hombres justos, justos en el sentido más bíblico, aquellos eran otra basura. Quizá la imposibilidad de romper a llorar la rabia acumulada, la derrota de los principios y la lucidez de  que sus sistemas brillantes decaían y no servían condicionaban la percepción. Mejor era perder el alma; entregarse a la derrota en lugar de estar en medio de una pista de baile viendo el deterioro alrededor, acumulando la crónica de cómo otras personas (las mejores personas, y ya no sabían si esto lo decían con ironía o fatalismo) malgastaban el significado de ese sustantivo alegremente. Era sentirse, marcando el paso de la música mientras decaía lentamente en el cansancio y el agarrotamiento muscular, como flotando en una balsa en medio del infierno, sin padecer ninguno de los horrores, pero contemplándolos inevitablemente.

            Se despertaban prontito, por su sobriedad a pesar del agotamiento y el insomnio y se salían a ver el mundo. Fuera de la habitación tenían un momento de paz, de tranquilidad serena, de redención. Pero era un espejismo, la maquinaria mental engranaba pronto las marchas. A veces sacaban un cuaderno y un bolígrafo fingiendo escribir cosas muy buenas. Entonces se embelesaban a las dos líneas y garabateaban patochadas. Luego el resto del mundo despertaba sucio y apestoso. Entonces ellos, los hombres justos, justos en el sentido más bíblico, se recogían a quehaceres más mundanos como colocar la ropa sucia o limpiar algo.

domingo, 8 de febrero de 2015

Hombres justos I



            La paradoja karmica se centraba sobre los hombres justos, justos en el sentido más bíblico, durante los sábados por la mañana, como una puta inmisericorde. Pero por lo menos había silencio, un silencio limpio, en contraste absoluto con el ruido animal cotidiano del sitio. Era fabuloso, e irreal, sentarse fuera y zambullirse en el par de horas de tregua hasta que los borrachos, los sórdidos, las putas, los quedados habituales, se despertasen balbuceando preguntas sobre cómo había sido su noche y cómo habían vuelto a sus camas, a una cama. Lo complicado entonces para los hombres justos, justos en el sentido más bíblico, era abandonarse al olor de la mañana abriéndose entre los cascos de las botellas y las latas arrugadas tiradas por todos lados. Ellos tenían memoria, consciencia y, aunque desearan matarla, conciencia. Por eso, en lugar de dormir piadosamente hasta tarde y masturbarse el empalme mañanero; se incorporaban para afrontar a base de huevos los demonios domésticos, las chorradas de siempre, la paradoja karmica.

            Es muy perra la paradoja karmica, en general. Su comprensión tenía bastante más de ejercicio de fe que de logro de la razón. Cuando no, simplemente eran lentes y a tomar por el culo. Cuando la primera gorda del día, desaliñada, legañosa y destruida, atravesaba el jardín buscando agua o dignidad perdida (ambos remedios tradicionales para las resacas), los hombres justos, justos en el sentido más bíblico, se entregaban a su inmemorial pelea. Eran momentos de reflexión mal aprovechados. No componían sinfonías, no escribían sonetos, no estudiaban a San Agustín; solamente rondaban desesperanzados, a vueltas como un burro en una noria, alrededor de un descomunal signo de interrogación de cartón piedra (impresionante de lejos, chusco y polvoriento de cerca).

domingo, 1 de febrero de 2015

La raza de los héroes II



            De repente, en la radio plantan algo muy chic, elegante, electrónico. Es chunta-chunta mañanero en un chill out pijo balear. Me transporta, aunque yo no sea precisamente de esos estilos. Pensándolo a la vez que lo suelto por el hocico, expreso que vendería mi alma (o lo que ande quedando de ella) por cambiarme un ratito a una carretera securdaria corsa, con la misma canción en la radio, también con un traje, unos zapatos a medida unas gafas de sol Persol y un deportivo clásico y pequeñito inglés (en verde british, faltaría más). Uno que se cimbree en las curvas, que solo llegue hasta cuarta, que le ratonée un poco y que tire con el poder de los pequeños y nerviosos. Pasarlo de marcha en cada curva, lamer el exterior de las curvas, los quitamiedos sobre los acantilados. Ir despacio a ningún sitio, a comer por ahí, por ejemplo ¿Si debe ir la tía en el coche? Eso es lo de menos. Si le va bien a la maquina, adelante. Si no tampoco hace falta. En silencio, cada uno a su aire. Ella sería un complemento estético más que una necesidad intrínseca. De ahí a las exigencias concretas del coche y a la vaga alusión a su presencia o ausencia, sin determinar nada más.

            Mi compañero de línea, que ya ha dejado de contemplar las flores, me replica que muy fascinante la pintura, pero que le falta sustancia. El muy gilipollas, amén de vago como la chaqueta de un guarda, nos ha salido meditativo. Piensa que como cuestión de estilo es un deseo legítimo, pero que debería tener algo más para vender el alma. En fin, atontado, sigue creyendo en los reyes magos. Los demás nos conformamos con cambiarnos a un sitio mejor. A lo mejor la edad lo pondrá en su sitio. O puede que jamás esté en su sitio. Que como ha nacido en el lado rosa de la vida no necesite deseos primarios.

            En estas disquisiciones profundísimas, matamos lo que queda de la mañana. Con ellas nos duele menos el trabajo. Con ellas no sentimos el castigo a Adán sobre nuestras espaldas. Bueno, si que las sentimos, pero las mitigamos, o queremos creerlo. La canción hace mucho que se acabó. La carretera corsa no será nunca. Como consuelo nos queda terminar la fila de manzanos y que el que hace de capataz nos día que por hoy vale.

Arrastro los pies a donde debemos devolver las herramientas y solo me gustaría plantarme en medio de la finca, coger aire y berrrear como una bestia un “¡Ale a tomar por el culo de aquí ya!” que atrone el mundo, que arrase ciudades, que estremezca los espíritus de la masa hasta contaminarlos de rabia negra como la pez. Pero como soy un tío pudoroso, me subo a la furgoneta, me apoyo contra una ventana y me quedo dormido.

domingo, 25 de enero de 2015

La raza de los héroes I



            El puto manzano es una mierda. Nadie ha tocado semejante flor de cuba desde que lo plantaron y ahora quieren que lo pode, sin tener ni zorra idea, con más cuidado que un bonsai. Para rematar son las tantas del mediodía, lorenzo me arrea en el melón con todo su poderío, y estoy hasta los cojones. Hace como dos horas que un viejillo, abuelo cebolleta que se supone que guía la labor en la plantación, se ha metido un bureo por aquí y, después de verle los cojones, ha dicho que era macho. Total, que el curre cabrón de media mañana se ha ido a tomar por el culo y estamos repasando lo ya hecho, con lo que eso trae de pérdida de significado y de vacío humano. Me la pela en el fondo. Desde bastante antes voy tirando a huevos, a lo vieja escuela, apretando los dientes, el culo, y rebuscando esfuerzos épicos a los que agarrarme. ¿Qué es piojoso? Evidentemente. Pero el que lo haga mejor, que se presente. Demasiado tengo con no tirar las tijeras al suelo y que esto lo termine su puta madre. O el viejillo cabrón, que tanto sabe.

            Volviendo al manzano de turno, el tallo cae a mi lado de la hilera. Aunque lo mismo daba que tirase al otro. El sudas de ese lado vuelve a andar matándolas, haciendo fotitos de las hormigas o del universo entero. Ya ni sirve probar conversaciones sucias con él, o cafres-grotescas, el alma del currela. El resto de la cuadrilla más de lo mismo. Estamos desarbolados, rotos y ya no nos queda nada. Una semana como las putas y estamos gastados, vacíos, cetrinos, secos. Eso sí, los capataces son majos: en medio de la rotura tienen las puertas de la furgoneta abiertas y la radio a toda hostia. Es una cadena de radio formula que calza las mismas canciones cada cuarto de hora y tiene un jingle repetitivo absolutamente asqueroso que taladra la cabeza como un tormento inquisitorial. Su pop pachanguero y temazos variopintos no levantan el cuajo. Sigamos. Le meto a la rama principal lealmente, en todo el medio, cargando el pecho sobre los mangos de las tijeras, contribuyendo al marcado muscular de truyo que se aviene con cada esfuerzo. Más tarde, en la ducha, será motivo de orgullo onanista ver trabajar las fibras musculares bajo la piel; pero ahora mismo no me lo planteo, solo cargo el peso y corto las ramas. El arbol queda mutilado. Siego un par más y queda aviado. Seguro que no está bien. Me importa tres cojones. Paso al siguiente.

domingo, 18 de enero de 2015

Movimiento obrero II



            Entonces una de la línea de producción pasa a su lado camino de alguna parte como el pegajoso retrete de la factoría. Se miran de reojo. Cazada mutua. Ella fija, sin echarse atrás, y se desmarca una sonrisa de película, despacito, a cámara lenta y toda la hostia. Al pringado le tiemblan las piernas de la sonrisa. Ha sido como un escopetazo de algo bonito en plena puta cara. Se tambalea en cualquier dimensión de su persona. Ella se aleja entre la maquinaria. Instintivamente la mira el culo. Éste no se sabe si sonríe o refunfuña por los vaqueros que lo tapan. Lo único que se diferencia allí son unas bragas. Según gustos, algunos las preferirán a la vulgaridad ramplona de un tanga.

             A nuestro pobre mierdecilla la sonrisa, tan cinematográfica (es un asco eso de contextualizar todo a base de películas; pero es lo que hay…), lo levanta para arriba. Otra sonrisa, esta más ratonil y disimulada, se le esclarece al memo. Irradia felicidad pura, efímera, momentánea. Una emoción contenida a oleadas, amor destilado. Las siguientes cajas de manzanas las empaqueta en un instante. Como las cosas no pueden, ni deben, ser perfectas, en todas cuela piezas malas, con golpes y con pequeños puntos de podredumbre. Los jefes, quizás perezosos para controlarlo, quizás conscientes del porqué, pasan por alto las taras. Camufladas en el palé, sus cajas de mala calidad van adelante.

            Las dos horas siguientes el moñas se las pega pensando en la nada, admirando al grupo de mujeres al que pertenece la de la sonrisa. Son unas morillas que cada mañana cogen una furgoneta, se meten nueve horas bregando como mulas y en ningún momento pierden la vitalidad, la alegría. Son tías raciales, orgullosas, fuertes, hermosas en un sentido esencial. Por supuesto, están fuera de cualquier alcance o intentona. Eso las termina de perfilar.

            Pese a todo, asumiendo sus riesgos, juegan con los pelanas (y sus corazones de babuino), los descamisados que gastan el sudor y el tiempo en la fábrica. Coquetean y sonríen, tontean y se dejan admirar por instinto. Sin que nadie se empane de ello, su vida contagiosa, como una puta peste, sostiene sobre sus espaldas la cotidiana pelea contra la desesperación del sitio. Heroicas, sin premio, automáticamente se convierten en diosas cuando consigues desentrañar su papel como Atlas y te dejas salpicar por su espíritu. Esta puta gallarda mental se casca en el último tramo de la jornada, evocando la sonrisa.

            A la salida, desde un tramo de escalera que conduce a la puerta, la mira el culo por última vez. Entonces se le ocurre. Ve con claridad prodigiosa la simbología de los patriarcas bíblicos ¿Qué hay mejor que conseguir una de esas mujeres, montar una tienda de campaña en desierto, criar cuatro cabras y pasarse la vida disfrutando, teniendo un montón de chiquillos, discutiendo con ella día si y día también, ser feliz absolutamente y palmarla al cabo? Esa es la perfección, el pleno. Esas son, o deberían ser, las mujeres de verdad.

viernes, 9 de enero de 2015

Movimiento obrero I



            Este relato es una mierda. Estrictamente, incluso una puta mierda. Y lo es por muchas razones. Una de ellas es que su esencia, la idea miserable que lo impregna y que debe transmitir, está más trillada que el copón. La puedes encontrar, y mucho mejor expuesta que aquí, en “Perfect day” de Lou Reed, por ejemplo. Así te llevará menos tiempo, será menos coñazo y disfrutarás de una buena y auténtica manifestación artística. El resumen (antes de que empieces te destripo el meollo), simple: “you just keep me hanging on”; solo eso.

            La fábrica procesa fruta. Selecciona y empaqueta en cajas manzanas rojas, manzanas verdes, manzanas grandes, pequeñas, manzanas soleadas y golpeadas, algunas (pocas) impolutas, capaces de tentar a la madre primigenia o sembrar la discordia entre las diosas más perras del olimpo… por standards alfabéticos que nadie entiende. Todo esto suena más especial que la realidad.

            La sangre de la maquinaria, los pobres desgraciados que, una por una, observadas y volteabas, las palpa a gusto del futurible consumidor, son más cercanos a la idea de que con cada manzana cogida, un pedacito del alma desaparece para siempre. No es épico, no es bonito, no es poético. ¡Coño, es una fábrica! Y aunque entre una mina galesa del siglo diecinueve y esto existan “sutiles diferencias”, sigue siendo un lugar que se nutre de la vida de la gente. El jodido Lenin seguro que tendría una  teoría al respecto. Hasta, puede, que una solución.

            A unos tres cuartos de hora del descanso para el desayuno (cuarenta minutos, ni uno más y, si tercia, alguno menos), el panoli se apoya contra  la placa metálica de la cinta transportadora entrando en el vacío y la nausea humana. Lo bueno es que ha automatizado los movimientos. Los va clavando rítmicamente, marcando el paso, a lo galera, con cada par de manzanas introducidas en los envoltorios plásticos. Eso facilita la evasión mental. Por dentro se queda sin nada, como un sumidero tragándose la pila de agua sucia entera. Lo malo es que la animalización, la ataraxia, están ya cerquita. Se embrutece imperceptiblemente mientras canturrea un estribillo mugriento que lo sostiene físicamente.

domingo, 4 de enero de 2015

Mañanas Iggy Pop III



Las mañanas Iggy Pop eran, la noche anterior, el problema del mañana. Por eso bebíamos hasta la bestialidad. Era como comerte una lata para matar el hambre. El problema vendría a la hora de jiñarla más adelante. Ese era el problema del mañana, el del ahora (el hambre) quedaba aviado jalándose la lata y punto. El mañana ya se encargaría de sus negocios. Así, más o menos, funcionaba la mecánica de las mañanas Iggy Pop. Esa era la razón de que no desistiésemos heroicos ante la parte mala que debíamos afrontar en cada resaca. El problema del ahora, durante esas noches, se derretía lentamente e el alcohol hasta su disolución plena en el infame escurriajo del fondo de cada baso. Por eso quizás no puedo identificarlo, al problema del ahora, con certeza. Señal de que con cada borrachera lo arreglábamos. El del mañana, como siempre, ya se vería durante todo el largo día siguiente.

¿Por qué nos comportábamos así? Pues ni puta idea: ¿Para fundirnos con el universo?, ¿Para lograr la ansiada y definitiva ataraxia completa? Elige la que te salga de los huevos si necesitas una excusa. A mi me vale lo mismo una que otra.