domingo, 30 de diciembre de 2012

Maduros II



            Así estaban los tres pobres desgraciados, esperando en una esquina del bar. Bebiendo sin parar, asustados. Al tiempo llegaron a ponerse borrachos, que es lo que pasa cuando se bebe de continuo durante horas. El sitio se fue vaciando según pasaba la noche, hasta el momento de cerrar. El camarero les dio un poco de cancha para que se acabasen lo que tenían. Con el garito chapado, la puerta cerrada, las luces encendidas y la música quitada, hablaron un poco con él mientras recogía, limpiaba pasando un cepillo por el suelo y encendía el lavavajillas con los vasos usados.  Todo era como siempre. También como siempre ellos echaron su pequeña mano levantando los taburetes y ofreciéndose a lo que terciase. Después ya no hubo más excusas y tuvieron que largarse. Se prometieron con el camarero volver en septiembre, o en diez años, o cuando resucitasen para el juicio final.

            Lo intentaron en otro bar. Era de los que abrían en segunda hornada sin llegar a ser un alter. Allí aguantaron poco porque ya se les había acabado el dinero y no les conocían lo suficiente como para fiarlos o invitarlos, de hecho no los conocían en absoluto. Además era un lugar más popular, lo que quiere decir un euro más por botellín que el común de los mortales. Dieron cierre, ellos, no la discoteca, que tenía más manga ancha aunque, como buen miércoles, no mucho personal. Salieron y volvieron a sus casas por el casco histórico intentando alargar todo lo posible el recorrido común. No era extraño que se acompañasen unos a otros porque sus tertulias de mamados les merecían la pena.  Hoy podía ser la ultima vez, por lo menos la última vez allí. Por el camino, cerca de la catedral, en una puta calle vacía por la que siempre hacía viento y frío, aun en agosto, se sentaron en un banco al lado de un parterre lleno de tulipanes. A uno de ellos se le ocurrió la fascinante idea de levantarse, arrancar una de las flores, una amarilla, y comérsela antes de que nadie pudiese disuadirle con el mejor argumento del mundo: “Tío, que ahí mean y cagan perros”. Después de dicho el imbécil hizo cocos y ascos. Los otros dos se descojonaron un rato. Después se aburrieron y se acabaron marchando.

            Un poco más adelante encontraron un cacho de espuma azul. Era más densa y recia de la que se usa para rellenos y tapizados. Vendría de alguna obra cerca. Estaba en una plaza, entre una iglesia grande e imponente (con su mendigo oficial y pintoresco en la puerta en horario de oficina) y un palacio viejo de alguna rancia familia nobiliaria que puede que ya se hubiese desamortizado de el o no. Eso ellos no lo sabían, no podían saberlo y les importaba una mierda. uno le dio una patada al cacho de espuma. Siguió otro. Se desataron a jugar a una especie de feliz y bendito futbol-rugby en el que casi todo valía. Era lo más divertido posible en este puto mundo. Así perdieron la noción del tiempo entre empujones, coces y hacer el canero como si realmente fuesen buenos (los tres eran deportistas penosos y acoordinados). Las farolas se apagaron. Ya se veía perfectamente. Había amanecido. Aunque siguiese sin haber ni dios por la calle ésta tenía un no sé que de querer despertar, de arrancar en breve. Antes de que eso pasase, y ya rotos de jugar como chiquillos se dieron las buenas noches varándose. Cada mochuelo tiró para su olivo. Aquí, es donde en las películas pone “FIN”.

domingo, 23 de diciembre de 2012

Maduros I



            Para el antro era un miércoles como otro cualquiera. Aunque ya se había marchado mucha gente, compensaba la ausencia de habituales con la presencia de guiris y domingueros, algo perdidos, de los que la ciudad se estaba empezando a llenar. En la planta de arriba uno de los futbolines no funcionaba. Y digo que no funcionaba del todo. No el habitual ir tirando que mantenía el camarero a duras penas porque era un activo importante, moneda tras moneda de cincuenta céntimos, de la empresa. En el otro no había el frenesí de un sábado, pero cuatro jugaban y bebían calentando sus cervezas en el suelo entre trago y trago. El porcentaje de tías estaba en la media. Siempre es un dato relevante de un bar añadir esa cifra. Pero todo esto no importaba mucho esa noche. Los tres estaban, como gilipollas, apalancados en una esquina, al lado de la desastrada máquina de pacman que, en todos esos años, no habían visto funcionar una sola vez y solo servia para ser sepultada por abrigos en invierto. Era una noche triste, la última. Habían pasado cinco años ya, tan pronto.

            Mañana se largarían. Se había acabado el curso, el último de ellos. Era algo digno de celebrarse. Por eso habían salido los tres, los que quedaban del grupo. De un modo purista no era el final oficial. Todavía había exámenes pendientes de solución y algunos confirmados para septiembre, ojala no más tarde. Pero todo eso ya no sería lo mismo. Sería un tiempo de prestado. De invitado. La vida de la que apuraban lo poco que quedaba les echaba. Hoy era el partido de homenaje. Quizá en algunos años volviesen para jugar pachangas benéficas de navidad, pero nada más. A partir de mañana también cambiaba otra cosa. El objetivo a cumplir, sacar un título universitario para ser hombre, había llegado más o menos. No habría una meta a largo plazo a la que llegar. Tampoco habría la calma espiritual de un objetivo. Tocaría empezar a buscarse la vida, y espabilar a huevos. Un poco tarde, a algunos otros todo eso les tocaba antes en la vida, pero cada palo aguanta su vela. Si se quería ser lo que el mundo pedía de uno pronto vendría el curre de niño bien (dios quisiese que fuese en la eterna seguridad del funcionariado), la novia formal, la casa a pagar en un millón de años, el perro, el chiquillo, la parejita, envejecer, morirse, esas cosas. Por todo eso estaban apagados, acojonados. No hablaban de chorradas de mamado, ni miraban a las golfas con ansia, ni alborotaban, ni escribían estupideces en las paredes del bar tipo frases míticas de películas icono del destape, ni dar por el culo al camarero con la esperanza de algo gratis (normalmente un cachi del que se hubiese olvidado de quien lo pidió o un chupito de cualquier mierda).

            Solo estaban, que ya era bastante, tomaban conciencia del adiós, de la perdida que vendría, de la trascendencia del paso. Una generación entera que se había criado pensando en que cada pedo que se tiraban era lo más sublime que le había pasado a la humanidad desde el renacimiento. Cada cual cuenta la feria como le va y la hostia que se lleva el vecino a uno le duele poco. Esa tarde habían quedado para comenzar a celebrar. Felicidad de cañas por el centro comiendo infartos de miocardio y hablando sobre todo de las cosas que habían pasado. Mucho cromo en pasado, mucho cuadro y mucha tontería pretérita a la que se daba pie a la voz del “te acuerdas de…” o el “y cuando…”. Habría un punto y final, pero se agarraban al clavo ardiendo del todavía queda algo. Se achisparon un poco. Tenían los tres bastante buen saque. El último año había sido la temporada final goleadora del delantero leyenda. Cuando acabaron se fueron a dar una vuelta anocheciendo. Las calles de todos los días (la urbe era una caca y ellos se movían continuamente por los mismos lugares). Protocolos de la despedida, que gasta su ritual, como todo lo demás. Después tenían cena. Un menú barato y cárnico a la brasa en el sitio (bastante aparente teniendo en cuenta el precio) dónde siempre habían ido en las grandes ocasiones: cuando se celebraba algo importante, o alguien venía de visita desde lejos. Allí volvieron a coger el tema de que harían con el futuro. Ya lo habían tocado antes muchas veces. Pero a esas alturas no se sabe bien todavía que una cosa el lo que uno quiere, otra lo que uno puede y otra muy distinta lo que uno consigue. La amargura llega con el tiempo y los sopapos, a la realidad tiene vocación ce mula y sacude coces como tal. El tinto de la casa, del que trasegaron tres botellas, les puso la melancolía a flor de piel. Alguno hizo la coña del “¡Esto se acaba!”. Y era la puta verdad, auque fanfarronease sobre su insensibilidad respecto a ella. Uno de los tres pidió arroz con leche, porque en su casa no se lo preparaban nunca y lo tenían casero. No estaba malo. Brindaron y se pidieron cafés, como los señores. Habían acabad las carreras, cada uno la suya, eso les hacía señores, incluso señores mayores ¿no?

domingo, 16 de diciembre de 2012

El curso de limpieza (selección) III



            Aurelio Memelo va a sellar la cartilla del paro. Lo hace porque le toca y porque una cosa hilvana muy bien co la otra y me saco de la manga un motivo razonable para seguir y darle a esto continuidad narrativa. Lo debe hacer porque si no perdería la antigüedad y los fantásticos privilegios que eso le procura como la mencionada entrenadora o la vez que la escribieron ofreciéndole la participación gratuita en un seminario de baile moderno. Por lo visto, desde las instituciones se creen que todo el monte es orégano y que el personal no se entera. Además han pasado las tres semanas perceptivas y tiene que haber salido la lista de los elegidos para limpiar. Preguntará en el mostrador y, si hay suerte y el del otro lado tiene el tubillo de la gónada sin anudar, se enterará. Otra mañana perdida. Lo que Horrora Butrón desconoce, porque no es tecnológica la pobrecita, es que ambas cosas las podría solucionar en la red. En diez minutos frente a un ordenador tendría todo listo. Eso nos dice que este terruño infame se hizo como escuela del arte del robo. Puedes pasar el paro vía Internet. ¿Quién coño no dice que lo puedas hacer desde cualquier terminal del lugar de trabajo ilegal dónde te lo llevas calentito sin declarar? Al que no cobra una mierda y no encuentra otra cosa le vale porque no tiene más remedio que agarrarse a eso y hacer la trampa. Al que cobra algún subsidio, ayuda… el negociete le sale redondo, dos paguitas cada fin de mes mientras dura. Aurelio Memelo acude a la oficina de desempleo porque no sabe hacer la fullería y su trabajo como vedette le es compatible con las gestiones en horario de oficina.

            Va para allá a media mañana. Eso hace que la gente se acumule entre el pico de la campana estadística del público y el descanso de los artistas (los oposicionados del lugar) que andan al tercer cafelito. Raro que entre esa tropa no den más tabardillos por el exceso de cafeína en sangre con tanto como se meten. Mientras espere que le llegue el turno (siempre hay que esperar en los ratitos burocráticos) mira las ofertas del tabón de anuncios. Una es como pastor en un pueblo que debe andar por dónde cristo pegó las tres voces. Otra lleva expuesta desde el verano pasado. Con la que está cayendo la habrán cubierto, habrán cubierto la de pastor incluso, ya. Llega. Entrega la cartilla. La piden el DNI (¿Cómo harán para comprobar la identidad sellándola online? Porque una contraseña de caca y un nombre de usuario no garantía la identidad de nadie) y tramitan el invento en un minuto. Está, hasta dentro de tres meses. Eso si no encuentra trabajo antes como, por ejemplo, alto ejecutivo de multinacional o piloto de fórmula uno (¿Cómo cotizará un piloto de fórmula uno? El dónde ya lo sabemos, en suiza, que son muy puntuales y muy multiusos allí). El curso de limpieza, si se lo conceden. No contará como trabajo en el sentido oficial y estricto y por eso no se librará de volver.

            Pregunta por cómo enterarse del resultado del proceso de selección. El del mostrador se queda a uvas y traslada la cuestión a uno que está en un escritorio muy afanoso y muy concentrado en el ordenador. La virgen maría baja entonces a hacer unos papeles y con su gracia celestial hace que al del escritorio le de una pedrada y se ocupe del tema. Busca en la base de datos que sea e imprime una hoja con la lista de convocados y suplentes. Se la pasa al de mostrador y éste a Aurelio Memelo. Bien educadito, le da las gracias y se retira con el papel y la cartilla guardando ésta última en la cartera y dejando paso al siguiente. En seguida le echa el ojo. Pasa nombre tras nombre y (rataplán, redoble de palillos) el suyo está el último de los seleccionados. No tendrá ni que esperar por una baja. Se pone contenta perdida y sigue leyendo un par de directrices sobre donde y cuando empieza. Guarda el papel en un bolsillo y se asegura de acordarse de todo para no perderse el importante e inútil primer día. Se le ha alegrado el día. Para celebrarlo, para en un bar muy castizo y muy de fritanga. Se toma una caña con tapa de empanadillas que le sabe a gloria pura.

domingo, 9 de diciembre de 2012

El curso de limpieza (selección) II



            El día de la entrevista llega y toca otro madrugón más. Por lo que pueda pasar Aurelio Memelo se lava la cara, se afeita, se echa desodorante, after shave y una colonia de caballero rancia que huele como el traje con el que se entierra un anciano centenario  de los que no se descomponen, se amojaman. Muy limpio y repeinado marcha para allá. Llega, por dar buena impresión y si se puede acabar antes, con una protocolaria media hora de anticipo. Sigue torrada, dormida, se le acumula el cansancio del trasnochar y, aunque cada vez le queden menos partidos por jugar en las botas, se agarra al césped con pasión, con desesperación. Y como la vida ya la ha toreado bastante sabe que de esto, de lo del cursillo de limpieza aunque la seleccionen, lo completen, le den el diploma y los euros; nadie la contratará después. Pero mientras tanto lo que se rasque va por delante. Como hemos dicho llega pronto. Contempla con regocijo y fe el lugar.

            El edificio es un colegio de primaria abandonado. Los carteles de las paredes, algún calendario aún colgado, la foto del rey y los libros de texto viejos por aquí y por allá, entre el polvo y el desorden, indicarían a un memoriado fotográficamente e inductivo que ningún chiquillo pisa por allá desde los noventa (dichos chiquillos ya habrán entrado en quintas, salido y algunos hasta puede que sean abuelos). ¿Dónde estaba Horrora Butrón a mediados de los noventa? No se acuerda. No pasó mucho, igual que ahora, encadenando un día detrás de otro sin plan si aspiración. Volvemos al lugar. En la puerta no hay nadie recibiendo, ni vigilando que se cuele nadie. Deben estar pensando reconvertir el lugar para servicios públicos y atención al ciudadano. El solar sería bueno para uno de esos trucos y pelotazos que ya no se llevan, antes si, y dar un pellizquito. Está muy guarro y descuidado. Aurelio Memelo pasa timorato. Sigue una conversación que escucha apagada por ahí. Cuando llega a la antesala hay una esperando. Pregunta educadamente, disimulando lo que se tiene que disimular a esas horas de la mañana y en esos lugares del mundo, si está esperando para lo del curso. La otra contesta que si. Fin de la conversación. Ya sabiendo dónde es, se pone a esperar con lo único que se puede hacer en una de esas: mirarse los zapatos, al reloj, por la ventana, volver a empezar, evitar el contacto visual con la desconocida… desconocida que las virtudes fisonomistas de Horrora Butrón pintan como una marujona gorda, teñida de rubio con raíces, chabacana, con gafas (dato que no es que diga mucho respecto a una persona) y carrito de la compra (dato que aun dice menos). Puede que dentro se le esté descongelando la panga, puede que no.

            Por supuesto la pasan antes, que en este país siempre ha estado muy mirado lo del “oiga, que yo he llegado antes que ese señor”. Dentro no la tienen mucho rato. Sale contenta. Hay un entreacto de unos diez minutos en el que se escucha perfectamente hablar al entrevistador, por teléfono dada la falta de interlocutor físico, de ir a cenar no sé dónde. Se abre la puerta al fin. Aurelio Memelo pasa y se sienta sin que la  inviten en una de las sillas frente al escritorio del profesor. Reciclando todo el mobiliario, con ese verde y su resistencia al trote de todo: la mesa del maestro, las sillas del otro lado que son de alumnos, la pizarra, las estanterías, los corchos… la entrevista comienza rellenando un formulario sobre los logros académicos y laborales de nuestra interesada (poca cosa que se pueda escribir). Después le explican que  el papel es el treinta por ciento de la nota sobre la que se baremará quién pasa y quién no. El setenta restante corresponde al coloquio que debe mantener a continuación con el figura. Se ponen a ello y es una pavada. Por lo menos también es breve. En la despedida el amigo le informa que no debe hacerse muchas ilusiones porque no está dentro de las categorías de marginalidad, o de sus bordes, que más puntúan y a las que está dirigido el programa de reinserción que paga el curso. ¡Copón que de burocracia y recovecos! Por lo que parece, piensa Horrora butrón, solamente los pobres tienen boca. Bueno, los pobres oficiales y de las estadísticas guay, porque ella es pobre y parece que no la tiene. Sale cómo y por donde ha entrado. Ha perdido una mañana. Se para en la puerta de la escuela un segundo decidiendo en que pasar el rato hasta lo hora de comer y en si después habrá siesta o no (que la habrá, no se puede luchar contra el instinto). En esto el entrevistador sale a fumarse un cigarrillo. No tiene mechero y le pide fuego a Aurelio Memelo. Este, por desgracia, tampoco tiene.

domingo, 2 de diciembre de 2012

El curso de limpieza (selección) I



            Horrora Butrón, nuestra querida Horrora Butrón,  se levanta un buen día de la cama, tarde por supuesto que el sueño es una terapia de belleza, antivejez y una fantástica costumbre. Se da de bruces con una carta del servicio público de empleo autonómico. ¿No sería más acertado llamarlo de desempleo teniendo en cuenta que trata a desempleados? En fin, cosas de la semántica, sus misterios y sus dogmas. En ella, se le notifica que ha sido preseleccionada para un curso de limpieza profesional subvencionado por la diputación con el que se pretende reinsertarla. Antes de seguir más adelante, se debe aclarar que Aurelio Memelo es oficialmente un parado más. De hecho, es uno de larga duración, de larguísima duración, de salto de mata y patrocinio social a veces. Aurelio Memelo y Horrora Butrón, ya lo hemos explicado en previas aventuras, son dos personas fiscales y artísticas diferentes, la segunda incluso no existe para el derecho civil, mercantil, económico, procesal y hasta canónico. Lo que hace todas las noches con su arte, que está muy mal pagado y peor sindicado (tiene un convenio lamentable e unipersonal que solamente le atañe, como trabajadora, a ella) es ilegal, sin cotización y en B. pero no nos vamos a tirar de los pelos porque la pobrecita haga estas pequeñas fullerías con todos (más que “con”, “a”, porque el mantra dice que el fisco somos todos, de la proporción de cada uno en ese total no se especifica). Ya estamos acostumbrados, ¿O no? A esos pecadillos veniales de la gente. Aurelio Memelo no es, ni por mucho, un capeón en esta materia del desfalco y la trampa y así lo han citado para la preselección de un curso de limpieza. La teoría dice que ese curso con diploma, firmado al final y clases teorico-practicas, hará que adquiera una formación especcifica para acceder sobradamente preparado al mundo laboral de la limpieza profesional de superficies y mobiliarios (pomposo nombre del curso). Un mundo, casi una panacea, lleno de oportunidades, de puestos vacantes, falto de intrusismo y de ñapa y olé. Aurelio Memelo sabe, que además de una línea más en el currículum y los trescientos que le van a dar cada uno del par de meses que dura, no va a sacar una caca.

            Y hablando de currículums, esa hoja con sus datos personales, una foto y poco más; el que se enterase del curso y solicitase formar parte viene relacionado. Durante todo el mes pasado Horrora butrón debió acudir, y lo hizo muy limpia, vestida y arreglada para no perder la antigüedad, semanalmente a una cita con un asesor de búsqueda de trabajo,  un entrenador del lumpen. Allí la educaron en las nociones básicas de cómo encontrar tan preciado tesoro, usar la red para optimizar la búsqueda y posibilidades, la hicieron un currículum con formato europeo (que ahora estaba, impreso y olvidado, por ahí), la enseñaron a superar con éxito una entrevista (¿De la tele? No, de una empresa) y se la orientó en la cantidad de oferta de formación pública, gratuita y becada (de tener una beca, no del pájaro) que por el mundo pasea esperando, cual Rumi de perfil bajo y acera, que al quien se beneficie de ella o se la beneficien. Tanto monta… ese día, el de la formación y como mejorarla hasta lo superlativo y más allá le hablaron del curso y se apunto. Si la llamaban sería una mañana pudiendo matar la mañana y cincuenta mil por mes cuando se lo pagasen. Un pellizquito, muy pequeño, que amarga menos que una leche y es más difícil de encontrar que ésta. Por intentarlo. De lo que no dijo ni mu la funcionaria, porque funcionaria era su monitora, muy moderna, muy como debe ser, muy igualdad y autoestima (soniquete de la moto institucional) y con mucha prisa todas las veces por empezar con el descanso del mediodía; era que el curre, aquí, para otro, que en la Eritrea que nos tocó al nace res más útil tener un cuñado que una carrera, que en el puesto para el que iba a aprender antes contratarían para desgravar a cualquier miembro de cualquier colectivo en el que nunca estás y que te vas a tener que partir la cara siempre con gente más joven, más preparada, más guapa  y más todo por los mismos puestos de mierda. La base de la pirámide alimenticia del trabajo (en la cual, al menos en este país, la cima la ocupan los necrófagos, los gusanos de los cadáveres y las alimañas. No los súper depredadores. Darwin, explícate eso). No se lo dijo, no. A ella no la pagaban para eso. Ya había justificado el sueldo y no cobraba por objetivos cumplidos. Además, Santa rita, rita, rita, a ella no la podía echar nadie. Y no hacia falta que lo dijera. Todo eso, que era la puta verdad, Horrora Butrón ya lo traía sabido de casa.