Para aumentar la estética épica del instante, se pone a arrear agua. A lo
mejor soy el único que reflexiona sobre esto. Me alegra. Mojarme me lleva a
hace años, a otros partidos, a la pelea puta, a días que os parecieron de
gloria, a la felicidad (o a la felicidad incrustada en los recuerdos de lejos)
¡Joder, joder, joder, joder, joder, joder…! ¡Qué vienen!
- ¡Hostia! ¡Cuidado la banda!
La lluvia contribuye. El que lleva
la pelota resbala y la pierde. No hay contra. La sacan jugada. ¡Fuera de aquí,
cojones! Lo grito. Cuando va por el medio campo se me relaja imperceptiblemente
el ano. Una jugada más (una jugada menos) en la que cumplo, o me cumplen, la
misión de que la portería aguante. Aunque empezamos a andar jodidos;
concretamente dos a cero, todavía hay fe. Por lo menos en ninguno de los dos he
cantado. El primero vino de un córner. El cabrón la he enganchado al centro del
área con tal folla que la he despejado, ha rebotado en un defensa y para
adentro. A partir de ahí, tío al primer palo siempre. El segundo fue un
penalti, abajo y al palo. Le he largado el pie, pero no hubiese llegado ni
siendo el puto hombre-goma. Por supuesto, no voy a irme al suelo, copón, en cemento y sin ropa
de verdad, que no me pagan tanto. Otro concepto sería la legalidad del penalti.
Lo discutiremos en la moviola.
Los cabrones están picados,
rabiosos, frenéticos. Si bien no pegan, de momento, si que están de fullerías
piadosas, y no tanto, como lo del penalty. Que por lo mismo, cualquier otro
día, ni se habría parado el balon.
Lo reconozco, tengo miedo. Tengo la
presión del error responsable amontonándose detrás de los ojos, que casi no
pestañean de atención. No es concentración, es instinto de vigía para saber por
donde vendrán los indios a degollarnos. Las ensoñaciones delirantes como las
lluvias pasadas son parte del negocio. En el medio se traban. Marañas de
piernas, empujones, brazos, resuellos se arrancan la bola una y otra vez.
Entretanto hay de todo. Me cuelgo del larguero para estirar la espalda (realmente
por hacer algo) y me planto una dominada de cantamañanas. Siguen lejos. Vuelvo
a estar enfocado. Les berreo algo para animar muy blasfemo y malsonante. La voz
me sale ronca. Aporto, que no se díga… El agua me empapa. Empapa el suelo, a la
pelota, a todos los demás. No la sentimos. Quizás haya sido el único que le
haya concedido un instante mental. Son altibajos de portero.