El puto manzano es una mierda. Nadie
ha tocado semejante flor de cuba desde que lo plantaron y ahora quieren que lo
pode, sin tener ni zorra idea, con más cuidado que un bonsai. Para rematar son
las tantas del mediodía, lorenzo me arrea en el melón con todo su poderío, y
estoy hasta los cojones. Hace como dos horas que un viejillo, abuelo cebolleta
que se supone que guía la labor en la plantación, se ha metido un bureo por
aquí y, después de verle los cojones, ha dicho que era macho. Total, que el
curre cabrón de media mañana se ha ido a tomar por el culo y estamos repasando
lo ya hecho, con lo que eso trae de pérdida de significado y de vacío humano.
Me la pela en el fondo. Desde bastante antes voy tirando a huevos, a lo vieja
escuela, apretando los dientes, el culo, y rebuscando esfuerzos épicos a los
que agarrarme. ¿Qué es piojoso? Evidentemente. Pero el que lo haga mejor, que
se presente. Demasiado tengo con no tirar las tijeras al suelo y que esto lo
termine su puta madre. O el viejillo cabrón, que tanto sabe.
Volviendo al manzano de turno, el
tallo cae a mi lado de la hilera. Aunque lo mismo daba que tirase al otro. El
sudas de ese lado vuelve a andar matándolas, haciendo fotitos de las hormigas o
del universo entero. Ya ni sirve probar conversaciones sucias con él, o
cafres-grotescas, el alma del currela. El resto de la cuadrilla más de lo
mismo. Estamos desarbolados, rotos y ya no nos queda nada. Una semana como las
putas y estamos gastados, vacíos, cetrinos, secos. Eso sí, los capataces son
majos: en medio de la rotura tienen las puertas de la furgoneta abiertas y la
radio a toda hostia. Es una cadena de radio formula que calza las mismas
canciones cada cuarto de hora y tiene un jingle repetitivo absolutamente
asqueroso que taladra la cabeza como un tormento inquisitorial. Su pop
pachanguero y temazos variopintos no levantan el cuajo. Sigamos. Le meto a la
rama principal lealmente, en todo el medio, cargando el pecho sobre los mangos
de las tijeras, contribuyendo al marcado muscular de truyo que se aviene con
cada esfuerzo. Más tarde, en la ducha, será motivo de orgullo onanista ver
trabajar las fibras musculares bajo la piel; pero ahora mismo no me lo planteo,
solo cargo el peso y corto las ramas. El arbol queda mutilado. Siego un par más
y queda aviado. Seguro que no está bien. Me importa tres cojones. Paso al
siguiente.