domingo, 27 de enero de 2013

El curso de limpieza (clase) II



            “… La limpieza se define como ausencia de suciedad. Esto tiene interpretaciones diferentes. Así, el término de limpieza es relativo. Por ejemplo, no es igual lo que se considera limpio para un supermercado (dónde primaría la estético) que en un taller (dónde el concepto estaría más relacionado con seguridad)…”. Más de diez minutos para estas cuatro líneas. Y aún hay quien pide repetir y repetir porque no llega. La profesora debe tener experiencia, no se desespera ante tanto incompetente (y lo que no es solo estupidez) copiando apuntes ¿Qué hay que volverlo a leer? Pues se vuelve una, otra y todas las veces que haga falta, por descontado. Hay bastante silencio y concentración. Los alumnos todavía se lo toman en serio. Algunos lo hacen para vaciar la sesera y pasar el tiempo otro día más. Los más excepcionales incluso presumen de pasarlos a limpio por la tarde, ya ves tú que ganas. Lo transcriben al pie de la letra en sus cuadernos porque no alcanzan el nivel intelectual básico para discriminar entre lo importante y lo que no lo es, para resumir todo un párrafo en dos o tres ideas expresadas en oraciones simples, esquema, sujeto-verbo-predicado (un ejercicio de abstracción y memoria que no se le puede pedir al respetable). Horrora Butrón también va al dedillo, afortunadamente no es de las más tontas y lo pesca todo a la primera, con lo que está muy orgullosa y saca pecho.

            El plantel es de gala, apoteósico, indescriptible, único. Llevaba razón el entrevistador sobre los bordes de la miseria. Punto para el seleccionador, que se ha lucido (un aplauso, por favor). El patrón no podría estar mejor cortado. Aurelio Memelo desconoce porque entró. Se concive superior, algunos grados por encima de los demás. Por dios, no se la puede comparar con, por ejemplo, la marujona del día de la prueba (que también fue elegida y ahora está toda ufana cotorreando cada cinco segundos y siendo la enterada bocazas, esa que refrenda cada cosa que la profesora dice con un comentario y apostillando todo). Tampoco con el minusválido de paralís que renquea con trencitas de negro en la cabeza, adalid de la autosuperación y el tanto por ciento de los puestos reservados a... Ni que decir tiene de la hippie quedadita (la maruja, que la conoce, ya se ha encargado de narrar sus penas e historias patrocinadas por la heroína) que en menos de una semana ha llegado tarde (no cinco minutos: el día que más dos horas y media y el que menos una y cuarto) cuatro mañanas. O los jóvenes: un niñato que no para de dar por el culo para demostrar que es el malote de la clase y la obesa gritona a la que el futuro camarero (el niñato será camarero cuando termine el modulo medio al que ha dedicado tres años y pico de su existir) pincha para que exabrupte y hacer la gracia. Esos son, con algunos más. Haz una media y verás al resto. Un equipo de leyenda. Escriben “…El barrido de suelos tiene como finalidad la eliminación del polvo. Se lleva a cabo mediante diferentes sistemas: 1) en seco. Procedimiento manual…”.

            Horrora Butrón, de momento (hasta que se acostumbre a ellos y los conozca mejor), aborrece a sus compañeros. Opina que es mejor que ellos en todos los aspectos. Esto sería algo feo si los demás no pensasen igual (homo homini lupus) que ella. Por una u otra razón, nadie quiere verse en la derrota de los demás.

domingo, 20 de enero de 2013

El curso de limpieza (clase) I



            Aurelio Memelo bosteza aburrido y fastidiado como un gato. No son horarios, en absoluto, para una artista de variedades. Todas las mañanas de los próximos tres meses se las va a tener que pasar de nueve a dos en el dichoso curso. Ayer fue la primera clase, en la que se presentó todo díos, hasta el curso fue presentado. Un chupatintas del ayuntamiento, o de diputación, o del chichi de su prima (dijo de dónde venía pero nadie le estaba haciendo ni puto caso) dio un discursito muy bonito y muy trillado sobre lo interesante de la oportunidad de inserción y futuro color de rosa de tan magnifica formación y sobre la gratitud que se le debía tener, si uno era bien nacido, a los gestores políticos que lo habían hecho posible (y que, aunque eso se lo calló, serían los principales beneficiarios de este de alguna manera). Afortunadamente si algo se le pudo achacar al discursito fue que resultó relativamente breve. Eso que ganaron todos. Cuando el tipejo se fue, que debía hacer más cosas y no se podía quedar, la maestra explicó pormenorizadamente en lo que consistiría la materia a impartir y el cómo se haría esto. Ella estaba al cargo de la primera parte, teórica, durante mes y medio (¿Mes y medio para enseñar limpiar? Pues si porque entrarían en facetas complicadas como la de no mezclar productos de limpieza o la complejidad de la maquinaria y la mecanización de este sector.). Confidencialmente les aseguró que no iba a ser duro y que lo irían haciendo con calma, a su ritmo, que el que más y el que menos ya traía aprendido como pasar una escoba, un mocho y un trapo. Nadie quería joder un invento en el que todos ganaban algo, algunos más, algunos menos. La única cosa imprescindible era asistir a diario para firmar en la hoja de registro que se debía enviar semanalmente para evaluar los escaqueos. En esto la monitora sería inflexible por si a algún inspector le daba por ponerse formal. De la segunda parte del temario, la practica, se llamaba a iglesia porque vendría a darla otra. Durante los restantes cuarenta y cinco días aplicarían los conocimientos ganados en la teórica primero en una serie de edificios municipales que debían quedar como los chorros del oro y, más adelante, las horas restantes hasta cumplir con el cupo del diploma, de “becarios” en algunas empresas que estaban por determinar aún. Después clausura y cartulina con membretes y demás. Además, si en lo último se portaban bien a lo mejor, y solo a lo mejor, los contrataban después. A continuación, y como ya hemos dicho, cada uno soltó su nombre, algunos datos sin importancia, se pasaron los teléfonos y, aquellos que tenían, la dirección de mail por si un imprevisto. Finalmente, como en este país prima non data et ultima dispensata, se terminó la clase y cada mochuelo a su olivo, que algunas de las señoras tenían que hacerle la comida al marido.

            Hoy parece que no se hará mucho tampoco. Están todos sentados en círculo en pupitres dentro de una de las destartaladas aulas del colegio dónde se hizo la selección. La mierda de escuela será uno de los sitios en los que entrenar. Mira que bien, todo un caramelo llena de porquería como está. Hoy no se han metido en harina porque no tienen el material repartido. Ha llegado hoy (bastante pronto, se estimaba semana y media) y las horas se irán en distribuirlo. Como no hay pariente pobre cada uno de los alumnos regresará a su casa con: un uniforme blanco, un par de zuecos de hospital, un Boli bic, un cuaderno enorme y una rasqueta (ésta creemos que se compro para un pico o remate del presupuesto porque no tiene mucho sentido dentro del conjunto). Además una furgoneta hasta los topes ha llenado medio aula con material de limpieza de todo tipo, desde rollos de papel hasta palos extensibles para alcanzar los ventanales. Así se arruinó Europa.

            Lo del uniforme se está alargando. El tipo de la tienda de vestuario laboral ha prestado algo de muestrario para que elijan las tallas. Con los zuecos fue fácil, que todo el mundo se sabe su número. Cada uno tiene su cajita con ellos dentro. Ahora están probándose los uniformes. Al no haber vestuario lo hacen por tandas en el retrete del pasillo, a donde acuden por géneros de dos en dos. Horrora Butrón se ha camuflado entre los hombres para no dar el número la primera semana. Tiene el pantalón y la camisa en sus embalajes sobre la mesa. Por matar el tiempo garabatea monigotes con el Boli bic en el cuaderno. Las mujeres, que son las que están ahora, tardan lo suyo. Pasa principalmente porque piden tallas en las que creen que entran cuando es evidente que ni por asomo (sobre todo de pantalón, esos culos gordos). Para afinar la puntería requieren tres y hasta cuatro intentos. Pero al final también terminan. Charlan un rato haciendo chascarrillos de la ropa y de la dotación en general con la ilusión del que ha recibido un regalo raro. Es tarde para empezar con el primer tema, la profesora pregunta si han firmado. No. Se pasa el papel y según escriben su nombre se van marchando ¡Que entretenido es aprender! Horrora Butrón confía en que se le normalice el sueño con los días porque está zombie todavía. Alguien al salir indaga si mañana hay que venir con el traje puesto ¿Porqué no? Ala, a parecer un cromo. Al menos estarán todos iguales. Mal de muchos… pero hoy han venido los reyes sin ser navidad.

domingo, 13 de enero de 2013

London calling



Después, y como soy un imbécil, empecé con los cuentos de la lechera. Sin tener una verdadera opción, oportunidad; sin realmente hacer un intento serio, fuerte y significativo para irme; me puse a soñar la vida allí. Lo primero que me plantee es cómo sería una hipotética rutina: que trabajo, cuánto dinero, qué horarios, dónde estar, qué comer, qué vestir, por dónde ir a los sitios, qué sitios. Miré hasta qué vuelos había, precios y demás. Más tarde ya fantaseaba con producciones cerebrales en technicolor, cosas como si ir o no a un gimnasio, cual de ellos, si podría ir a ver al Chelsea (siempre de los equipos ingleses fui del Chelsea) y comprarme una bufanda rollo retro, en franjas blancas y azules, para ello. Todo eso, ingenuo e idiota de mi, me lo imaginaba y lo vivía de antemano con toda la utopía. Buscaba en Internet durante horas y comparaba, leía y miraba como si se tratasen de cosas que fuese a hacer al día siguiente. En vez de entrar, miraba la casa desde la calle pensando que vivía dentro. Cierto, esa energía y concentración las tenía que haber metido en la realidad en lugar de hacerlo en el espejismo de esta. Miedoso como soy, esperaba el milagro de la palabra que se me había dado. Pero esas son otras historias que no vienen a cuento. Y de todas ellas, quizá mi mejor, mayor y más elaborada paja mental sobre Londres fuese la bicicleta.

Porque yo, en mis meticulosos cálculos, me había planteado las tribulaciones logísticas del transporte. En una ciudad en la que lo público vale un cojón y conducen por el otro lado, la bicicleta era lo mejor. Además que es un sitio civilizado del mundo (o esa leyenda tiene). Allí usar la bicicleta sería normal y útil. Tendría aire viejo, negra, con sus guardabarros, sus faros a dinamo, su sillín de cuero, etc… Por supuesto que tenía calculados precio, lugar dónde comprarla, accesorios. Llegó a hacerse el símbolo para mí de Londres. Sin poseerla, tenía auténtico pánico de que me la robasen y le daba vueltas a las cadenas y candados que le pondría. Puede que lo viese así como la alegoría de un prosperar, pasar de la nada a tener mi primer medio de transporte. Y de ahí en adelante, imparable.

Pero no ha sido. Nadie llamó y Londres y su anhelo se fueron diluyendo hasta la anomia. Allí se quedó todo. Otra vez como otro símbolo, esta ocasión de lo que no fue, la imagen de la bicicleta, mi bicicleta, atada a una farola, o un poste, aparcada y muerta del asco junto a otras, inexistente, imaginaria.

domingo, 6 de enero de 2013

London calling I



Después de un año fuera había vuelto a casa y nada había cambiado una mierda. Había significado un círculo, correr en una cinta andadora. Era un año más viejo, lo que es, únicamente, un año más próximo a morirme. Ni más inteligente, ni más maduro, ni más exitoso o fracasado. El hogar me había vuelto a atrapar con la impostura de una trampa chapucera y mal disimulada en la que se mete la cabeza, manso, sabiendo que no se va a sacar ni bien ni fácil. Y por supuesto que fue así. Desde el primer día la casa, con todo lo que conlleva: el lugar y su alma enferma; se dedicó a aniquilarme lo humano. Mucha saña que a los días escasos me había matado la energía transformándome en un tiesto apático, agorafóbico, misántropo, débil y temeroso que únicamente pasaba el día viendo transcurrir el tiempo en un conteo pesado, asfixiante e interminable.

Intenté resistirme, aunque fuers pelear contra todo alrededor, contra todo aquello invisible y acechante, un pegamento casi. Mientras pude conserve una esperanza, un sueño, el puntito de huevos que se necesita para tirar un poco más. Yo me había pegado un año fuera, ya lo he dicho. Un año en que saqué los pies fríos y la cabeza caliente. Bueno, menos el inglés. La necesidad de comunicación me lo había entonado bastante. Fui para allá con el idioma secundario obligatorio escaso y muy oxidado y, cuando vine, pegando patadones y coces a la gramática de su graciosa majestad, era mi idioma automático y no me hacía falta siquiera procesos mentales de traducción-feedback-traducción. Por eso, y ante el deterioro de un entorno en el que la única posibilidad era estar tirado en el sofá todo el puto día jalando como  un cochino y mirando la tele, yo me quería volver fuera. Concretamente a Londres.

¿Y porqué Londres? Por todo: ser la capital del imperio; poder hablar en algo y que se me entendiese (no está la vida para ponerse de nuevas con la lengua de Bismarck); un mundo de posibilidades (frase estereotipo de película con happy end) laborales y de ocio; la huida, lejos, a tomar por saco; cotizar en libras esterlinas; ver el barco acabarse de hundir sin estar dentro de él… Era un paraíso, perdido, encontrado, con manzana, sin ella, con plátanos, peras, kiwis, la macedonia entera y Rita la cantaora. También tenía un motivo más pragmático. Conocía un par de tíos en Londres. Gente que me había prometido, con el valor que hoy por hoy una promesa puede tener como contrato vinculante, buscarme algo. Tipos que eran más o menos lo mismo que yo (incluso diría peores, pero hay que ser modestos en este existir  para no desentonar, que eso está feo). A ellos se les había aparecido la virgen, o vendido su testículo derecho al demonio, y ahora Londres los abrazaba, los quería, los mantenía y los dejaba vivir, que es mucho más que solamente te dejen sobrevivir. Ellos quizá me lo pintasen con la opulencia del que está bien. Puede, no digo yo que no. Hay pocas cosas para espolear la envida cainita como el éxito de un vecino, familiar, amigo o arrimado. Encontrar un trabajo allí y, con él, unas puertas abiertas, doradas y resplandecientes con un neón de burdel rosa sobre ellas parpadeando “TODAS LAS POSIBILIDADES”. Londres, fantástico en su propio tópico.