domingo, 31 de julio de 2011

El reloj del tonto II

 
        En esa semana salió ala luz su historia. Realmente no salió mucho a la luz porque era pública. Solamente yo, que vivo en la puta parra, me enteré de ella. Cómo no, era un cuadro, un novelón (o por lo menos un folletín) del realismo social de finales de XIX, principios del XX. “Pelitos de loca” nació, creció, se echo un novio, se casó, se fue a vivir a Suiza y se empezó a meter jaco, o base, o algo duro (que de porros la gente no se queda sí). De las últimas cuatro de la enumeración anterior no puedo asegurar el orden exacto, si que el vicio fue la más determinante e importante de ellas. Después de eso, con la psicoquímica comiéndosele el cable, la fontanería, la instalación del gas y casi los azulejos de las paredes del váter (lo de siempre), tuvo dos niñas, se divorció, volvió al hogar y la patria, se quitó y volvió a ponerse una media docena de veces, a las niñas las echo al monte… La postal actual acaba en que la concedieron una pensión por minusvalía, se construyó una casa en un local familiar a tomar por el culo del casco urbano, se amancebó por temporadas con otro de su cuerda que vendía libros usados en el mercadillo y al que las duras (drogas) también le habían dado lo suyo y lo de un bombero, para no desentonar. Lo último el curso. Supongo que queda muy bien en las memorias de actividad, datos y estadísticas, decir que se evangeliza a las ovejas descarriadas del afgano bueno por Turquía.

         Pues bien, pasada esa semana apareció otra vez la madre. Esta vez la vieja desvalida y abnegada de la yonki también desvalida se había metamorfoseado en súper guerrero y de tonta, o senil, mis cojones. Argumentó con mucha compostura, teniéndolo todo bien atado, bien mirado y bien sabido, con la efectividad de un puto Tomahawk (¿Siguen existiendo?) entrando por una chimenea saudí. La joven no iba a abandonar la casa, ya acudiría cuando pudiera a hacer lo que pudiera. La baja estaba justificada médicamente, la beca del curso era compatible con la pensión por invalidez y, contando con el percal de la criatura y la corrección política, no se la podía expulsar así como así. ¿Quién coño en su sano juicio, o en su puta pedrada, iba a ir todas las mañanas a hacer el gilipollas y levantar España por trescientos pudiendo cobrar lo mismo ventilando el higo en casa? Moraleja del cuento. Hasta el más tonto hace relojes y olé.

domingo, 24 de julio de 2011

El reloj del tonto I

 
        El primer día llegó y se sentó en su silla verde de niño chico y colegio. Iba vestida un poco rara y tenía el pelo cortado con un aire psiquiátrico, pero poco más. No hablaba y, cuando decía algo, era siempre algo un tanto trasroscado, fuera de juego. Después cuadraría más, pero el primer día, cuando todo el mundo es prejuicio e intuición, ni fu ni fa, una más del ambiente deprimido en el lugar. Ese día no se hizo nada y pasó sin pena ni gloria. El segundo se fue lo mismo, calladita, como ida, interviniendo poco. El tercero fue cuando decidió dejar de ir.

         La película se la montó bien de cojones. Desapareció y en su lugar fue su madre que la parió con la papeleta, bueno, la papeleta o el parte de baja médica. Un tobillo torcido, esquinzado, fisurado, inyecciones, inmovilidad facultativa recetada… La jerarquía del cursillo (porque a lo que comenzó a faltar era un cursillo laboral becado para la reinserción, bonita palabra que se come las economías de los lugares, de personas en situación de riesgo como ella, y como yo mismo que lo vi y lo estoy narrando) pensó en darle la baja definitiva del periodo formativo y meter un suplente por aprovechar la rutina logística y que no se perdiesen alumnos y becas. Para ello, ella tendría que haber firmado un acta de renuncia u otra de esas mierdas de papel del pelo, de los que acaban “En tal, a tal de tal de…”. Ahí la vieja, muy ladina, sacó pies con arte y escena. Cierto que es que la estampa movía a la compasión. La madre no distinguía, en su propia demencia senil, el culo de las témporas y no sabía nada ni de firma ni de hostias. La vieja colocó la estampita y se quedó en que se llamaría a la interesada, ésta iría a firmar, entraría el suplente fresquito para la prorroga en una semanita y aquí paz y después gloria (segunda locución de la tarde con la palabra “gloria”). La vieja debió salir corriendo a escape cuando la dejaron marchar con ese acuerdo.

         Una semana después, en la que se iba a solucionar todo, seguía sin aparecer, por ningún lado. Administrativamente la llamaban cada día unas cuatro veces a un fijo en el que, por turnos, contestaba su puta madre y el Tato. Ni ella, ni la vieja, ni el coño moreno, daban señales de vida. Al suplente no lo vi, pero según los mentideros del curso, seguía calentando en la banda cada vez más hasta los huevos.

domingo, 17 de julio de 2011

Mitin II

 
        Se subieron unas tres paradas después que yo. Ella cabo de tropa y, como enlaces. Una con mini mochila de tela a rayas horizontales y pantalón cagado de mercadillo alternative y el otro con una camiseta rockera independentista regional que dice muchas cosas en un autobús urbano del medio de la meseta. Por supuesto que los critico por su aspecto. Me lo permito en legítima defensa. Ellos categorizan (lo están haciendo ahora mismo) a la gente por el aspecto y dicotomizan en míos y enemigos ¿Porqué no habría de pagarles con lo mismo? Quizá porque tienen la razón absoluta. Ya veremos que pasa el día en que la razón la tenga el que la sostenga (que es, en el fondo, la razón más incuestionable). No representan a nadie, ni siquiera a si mismos en sus progresiones y regresiones personales. Los que no somos de unos ni de otros nos deberíamos conceder el capricho de odiarlos para que nos dejen en paz.

         Los dejé pasar apartándome cortésmente contra el mamparo y sentaron cabeza de puente a mi lado con todos los pasos: desembarco, despliegue y afianzamiento de posiciones. Ella se colocó bien cubierta en el sitio por donde no pasan los demás pasajeros (pasillos invisibles rozando extraños). Pegó revista al panorama y abrió fuego: “La situación política bla, bla, bla”, “hay que cambiar bla, bla, bla”, “tienes que votar a bla, bla, bla”, “es una revolución bla, bla, bla”, “porque claro, han dicho bla, bla, bla”, “porque claro, han hecho bla, bla, bla”, “la izquierda no puede bla, bla, bla”, “la derecha debe bla, bla, bla”, “no consentiremos bla, bla, bla”, “los antidisturbios bla, bla, bla”, “los derechos bla, bla, bla”, “topicazos bla, bla, bla”.

        Se calla un instante porque el móvil le canta por un hit pop un sms y saca del bolsillo un aparato ultra moderno. Me dan ganas de decirla “perdona ¿Sabes que tu teléfono móvil supone en este país más de un tercio de salario mínimo interprofesional? Es solo un dato”. Pregona el contenido del mensaje de texto y resulta, también de contenido político y remitente camarada. Camarada suyo, mío no. ¿Lo habrá mandando desde otro prodigio tecnológico carísimo? Pecadillos y debilidades los tiene cualquiera, sobre todo los que tienen dinero para permitírselos. A ella el mensaje le sirve para seguir con la matraca.

        Por la calle la gente entra, sale y transita entre tiendas. Fijarme en algo solo me quita un segundo. Ella, que es divina, tiene el don de la omnipresencia. Sus acólitos asienten. ¡Amén hermanos! Es un predicador negro sanando enfermos ¡Aleluya! Nadie más habla. Nadie más está. Nadie más es. Mi reino por dejar de escucharla. ¡Ultima parada! La manada se baja apelotonada saltando al bordillo. Se aleja con sus amigos entre la gente, perdiéndose, todavía hablando. Me duele la cabeza, so puta.

domingo, 10 de julio de 2011

Mitin I

 
        ¡No se calla! La muy puta se bajará en la última parada. Las conversaciones ajenas en un transporte público pueden ser la leche: entretenidas, impresionantes, escabrosas, sexuales… pero no, la mierda cotidiana suele acabar en que la gente conspira sus buenas historias bajito, sin dar cuartos al pregonero y sin amenizar el viaje al de al lado. por el contrario, si el guión es asqueroso, el que lo cuenta imbécil, y no hay dios que se trague su mondongo, entonces lo clama al autobús entero, o en su defecto todo el vagón. El que va solo, que es el que mete el hocico en las conversaciones ajenas mientras disimula por la ventana y con el croquis de al lado de la puerta, acaba hasta la polla. La puta de hoy parlotea y pontifica a voces como un pajarraco. Algunos la miran de reojo y resoplan. Me fijo en ello porque también lo estoy haciendo. El autobús está bastante lleno y voy de pie, agarrado, en el hueco del medio, junto a la salida. Los tengo, la tengo, a la flor de Cuba, justo a la espalda. La puedo ver por el reflejo de la luna gesticulando. El chófer conduce salvaje lanzando cinéticamente a los clientes. La gente se toca y es un momento de fantástica comunión humana en el desolador desarraigo de la ciudad, especialmente para los que tengan al lado un maloliente. Ella, que está muy curtida en la urbe, da sobre mí mientras está a lo suyo. ¿Cuántos del autobús declararían a mi favor en este momento si el Ratoncito Pérez me regalase un revolver paleto y enorme (de los de salir en sensacionalismo televisado de telediario) y le estampase con él unos gramitos de plomo basto y romo en la boca? Si al menos fuese con alguien su conversación se perdería de fondo, o sería otro para cagarnos juntos en ella. Me hago una pregunta ¿Yo soy así? ¿Me convierto en eso cuando voy en compañía y confianza? ¿Puedo llegar a tener esa puta bocaza? ¡Por dios que espero que no! Ella hoy ha logrado un hito, con su mensaje revelador panfletario está tapando la música de los mp3 y demás aparatos de audiodifusión del vehiculo. Falta bachata y reggaeton. ¿Dónde coño estáis? Ella habla, grita. El tema: política, por supuesto. Dejemos todos que otra niñata gilipollas arregle el mundo evangelizando a los transeúntes con su dogmatismo políticamente condicionado correctamente. Posturas y poses. Yo de preferirte, reina mora, te preferiría mejor calladita, corazón. Que me estás dando la tarde.

domingo, 3 de julio de 2011

Cortos II



         A Aurelio Memelo, que de las dos es el manager, se lo habían adobado bien de huevos el día que la captaron. Los modernos del “Gomez’s” de las gafas y el flequillo la habían abordado en la barra, después de la actuación, mientras trasegaba el de rigor y buenas noches. Iban a hacer un corto (le tuvieron que explicar que era una película de unos diez minutos) y les hacía falta. Tenían un papel para ella, pequeño, pero para ella. Cuando Aurelio Memelo preguntó qué sacaba en claro de lo del corto le intentaron colocar un mondongo sobre posibilidades de fama, arte… que no coló. A buena habían elegido para ese cuento. Hasta que no mencionaron los cincuenta euros no se bajó del burro. Aurelio siempre fue más pesetero y económico que Horrora. Con lo del vil metal claro, le explicaron la vida, obra milagros, devenir y aspiraciones del corto. A ella le importó un carajo. También, por supuesto, lo que más o menos tenía que hacer y le entregaron la copia del guión fotocopiada. Al final se dieron la mano y le pagaron otra. Hay que cuidar a las actrices. ¿Actriz? Y de Oscar. Quedaron y hasta entonces.

         Entra en chiqueros. Se pone en pie, le meten un repaso al aspecto y coge posición. Uno empieza la letanía con la tablilla en la mano ¡Patatín. Patatán, etcétera…! ¡Acción! Suena la leche del aparato.

         A partir de la toma número diecisiete empieza a perder el sentido. Hacer lo mismo, mal, una y otra vez, lo vacía de contenido, y de forma. Cada una de las veces ha sido por algo y, dentro de los intentos perpetrados, ya las hay de todos los colores: la puerta que se atasca, que mira a cámara, flema y perdigón pasando de la garganta a la boca justo al empezar a decir la frase de los cojones, ruidos que se cuelan, mala dicción, poca dicción, demasiada dicción, las tres categorías anteriores pero referidas a la pluma, algunas tomas entera que no gustan, algunas otras para por si acaso…

         Nota que la gente está harta, de ella, y se enfada. Normal, que parece que todo el mundo ha nacido sabiendo y que el arte lo han inventado ellos. Eso hace que las cuatro siguientes tomas aparezca cabrada como una mona. Y suman cuatro más. Ella no entiende que no tengan nada, después del rato que llevan, que sirva. Algunas pasan de sobra. Se puede cortar y pegar. Algo.

         Siguen y acaban, por fin, en lo que sería una buena hora de sobremesa y siesta. Repitiendo sin parar y con la sensación de que ha quedado mal y que habrá que hacer una chapuza para meterlo en el corto. El plan de trabajo se ha ido a tomar por el culo y se les alargará el rodaje un día más porque en lo apretado del horario a esto le han dedicado un par de horas de más. En ese momento Horrora Butrón saca toda la raza que tiene y pide hacer una más por vergüenza torera. Ya de puestos la hacen y, esta vez si, lo clava. Está magnífica en su frasecita y su pantomima. Al equipo le da un arreón del vago y le piden otra, que vuelve a clavar. Hace una tercera para la galería y para que tengan material. Perfecto, si lo hubiese echo así desde el principio todo se hubiese grabado en unos minutos. Pero nadie puede echar el reloj para atrás. Los del corto, poco indulgentes, aunque le agradecen el esfuerzo y dan gracias porque haya salido estupenda la toma, siguen con el resquemor del tiempo perdido. Horrora Butrón, como una diva clásica, se marcha al cuarto donde se cambia de civil. Sale y uno de los modernos le da en silencio dos de veinte y uno de cinco. Se despide en silencio y se marcha. Ha sido un día de mierda (bueno, una mañana). Con lo que le han pagado compra el pan en un chino. Se aleja por la ciudad pensando en qué hacerse de comer y cagandose en el fantástico mundo del cine. El corto, una vez hecho, y montado, y todo el cuento, nunca lo llegará a ver.