domingo, 3 de julio de 2011

Cortos II



         A Aurelio Memelo, que de las dos es el manager, se lo habían adobado bien de huevos el día que la captaron. Los modernos del “Gomez’s” de las gafas y el flequillo la habían abordado en la barra, después de la actuación, mientras trasegaba el de rigor y buenas noches. Iban a hacer un corto (le tuvieron que explicar que era una película de unos diez minutos) y les hacía falta. Tenían un papel para ella, pequeño, pero para ella. Cuando Aurelio Memelo preguntó qué sacaba en claro de lo del corto le intentaron colocar un mondongo sobre posibilidades de fama, arte… que no coló. A buena habían elegido para ese cuento. Hasta que no mencionaron los cincuenta euros no se bajó del burro. Aurelio siempre fue más pesetero y económico que Horrora. Con lo del vil metal claro, le explicaron la vida, obra milagros, devenir y aspiraciones del corto. A ella le importó un carajo. También, por supuesto, lo que más o menos tenía que hacer y le entregaron la copia del guión fotocopiada. Al final se dieron la mano y le pagaron otra. Hay que cuidar a las actrices. ¿Actriz? Y de Oscar. Quedaron y hasta entonces.

         Entra en chiqueros. Se pone en pie, le meten un repaso al aspecto y coge posición. Uno empieza la letanía con la tablilla en la mano ¡Patatín. Patatán, etcétera…! ¡Acción! Suena la leche del aparato.

         A partir de la toma número diecisiete empieza a perder el sentido. Hacer lo mismo, mal, una y otra vez, lo vacía de contenido, y de forma. Cada una de las veces ha sido por algo y, dentro de los intentos perpetrados, ya las hay de todos los colores: la puerta que se atasca, que mira a cámara, flema y perdigón pasando de la garganta a la boca justo al empezar a decir la frase de los cojones, ruidos que se cuelan, mala dicción, poca dicción, demasiada dicción, las tres categorías anteriores pero referidas a la pluma, algunas tomas entera que no gustan, algunas otras para por si acaso…

         Nota que la gente está harta, de ella, y se enfada. Normal, que parece que todo el mundo ha nacido sabiendo y que el arte lo han inventado ellos. Eso hace que las cuatro siguientes tomas aparezca cabrada como una mona. Y suman cuatro más. Ella no entiende que no tengan nada, después del rato que llevan, que sirva. Algunas pasan de sobra. Se puede cortar y pegar. Algo.

         Siguen y acaban, por fin, en lo que sería una buena hora de sobremesa y siesta. Repitiendo sin parar y con la sensación de que ha quedado mal y que habrá que hacer una chapuza para meterlo en el corto. El plan de trabajo se ha ido a tomar por el culo y se les alargará el rodaje un día más porque en lo apretado del horario a esto le han dedicado un par de horas de más. En ese momento Horrora Butrón saca toda la raza que tiene y pide hacer una más por vergüenza torera. Ya de puestos la hacen y, esta vez si, lo clava. Está magnífica en su frasecita y su pantomima. Al equipo le da un arreón del vago y le piden otra, que vuelve a clavar. Hace una tercera para la galería y para que tengan material. Perfecto, si lo hubiese echo así desde el principio todo se hubiese grabado en unos minutos. Pero nadie puede echar el reloj para atrás. Los del corto, poco indulgentes, aunque le agradecen el esfuerzo y dan gracias porque haya salido estupenda la toma, siguen con el resquemor del tiempo perdido. Horrora Butrón, como una diva clásica, se marcha al cuarto donde se cambia de civil. Sale y uno de los modernos le da en silencio dos de veinte y uno de cinco. Se despide en silencio y se marcha. Ha sido un día de mierda (bueno, una mañana). Con lo que le han pagado compra el pan en un chino. Se aleja por la ciudad pensando en qué hacerse de comer y cagandose en el fantástico mundo del cine. El corto, una vez hecho, y montado, y todo el cuento, nunca lo llegará a ver.

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