domingo, 30 de septiembre de 2012

Fugas II



         Se empezó con gilipolleces, cosas muy manidas y trilladas que en las ciudades se suelen hablar en los ascensores, pero en los pueblos de mierda no hay de eso. Vimos los perros chicos, que seguían a su aire sin hacer nada, perezosos y gordos en un cesto acolchado con trapos y, a lo tonto a lo tonto, el tema degeneró en las celebres y sonadas fugas del pueblo tiempo atrás. Un tiempo tenebroso y maldito dónde la juventud cateta no tenía ni televisión, donde no había low cost y la gente estaba mucho más aburrida y traumatizada que ahora. La idiosincrasia del pueblo entonces, y ahora también, aunque solo para los viejos tiránicos que subyugaban a hijos amedrentados que a su vez ya empezaban a ser abuelos; mandaba una jerarquía de mujeres torturadoras, hombres animalizados que solamente valían para beber y para trabajar, ambas cosas como animales, y relaciones familiares enfermizas y malsanas, en clan uniendo todo el pueblo en lazos, basadas en una autoridad total e indiscutible con esas sus leyes y ese su honor tan primitivos que, durante tantísimos años, destrozaron personas y personas.

         La primera que contó fue la suya propia, o de cómo un adolescente se puede hartar de una situación en la que se es hombre para destrozarte por un jornal como una bestia y chiquillo para tener y administrar ese jornal. También que las tormentas cogen a la gente y de que hacen falta muchos huevos para cruzarse el país haciendo autostop, con nada en el bolsillo, en una romería de cuatro días para acabar en frente de un familiar que no te reconoce y al que te has encontrado en la gran ciudad por un calendario de bolsillo de un bar cercano a su casa (de señoritas en tetas) que alguien te trajera un par de años atrás. La historia tenía gracia, y era de muchos huebos. Lo más definitorio del tiempo y lugar fue lo que nos contó que había sido la reacción de su madre. Primeras palabras por telefono (de los que había que pedir conferencia con tal sitio señorita, por favor, en el teléfono público de la aldea): “¡Lo que van a decir en el pueblo!”.

         Las siguientes que nos contó venían más adelante en el tiempo. También eran menos epopeyas. Dos que iban unidas trataban del mismo tema. Dos adolescentes querían una moto. Como no se las compraban se daban a la fuga. A uno de ellos lo encontraron dos pueblos más allá. El otro no llegó a salir de este, se escondió una noche entera en un corral bajo una banasta. El último, viendo que el método no funcionaba (no le habían comprado la moto) se puso con muestras muy públicas y muy escandalosas al soniquete del “me mato, me mato” con autolesiones muy mal actuadas. Ahora sí, el marketing por fin le funcionó y le compraron la moto.

         La tercera no ahondaba en motivos. Simplemente una que había desaparecido y las teorías conspiranoides (base de la sabiduría atávica del agro) todavía no habían esclarecido. De esta ella acabó durmiendo en casa de una amiga que previamente la había escondido en el desván de su casa. La historia es bonita en cuanto a la narración de la reacción y rescate del populacho: gente peinando el pueblo, los pozos, los caminos; cabreros a los que se les preguntaban y por decir podrían haber dicho que se les había aparecido la virgen, santos y la desaparecida; grupos por el monte de noche orientándose los unos a los otros a berridos de colina en colina (todo ello audible desde el casco urbano); un poco que jolgorio pastoril y aventura de piratas con bastante sorna cateta. Y esa fue la última.

         Para cuando acabó las farolas ya se habían encendido. Nos tuvimos que despegar un poco porque se iba haciendo hora de cenar y, hoy por hoy, la tele pone mejores cuadros en prime time. El perro volvió bastante manso a casa, no sé porqué. Vísceras del pueblo, tan bonitas, tan olorosas, tan llenas de mierda y sangre

domingo, 23 de septiembre de 2012

Fugas I

 
         Supongo que estaba aburrido, también puede que un poco pedo. Nos lo encontramos en frente de un corral que dedicaba a todo: almacén de herramientas y aperos, perrera, cochera, taller, factoría casera de vino y aguardiente. De las virtudes de su vino artesanal y ese aguardiente milagrosa (en el pueblo se había usado tradicionalmente como remedio para todo y desayuno, aunque fuese capaz de arrasar un esófago metálico y tumbar a un hombre de bigote en cara y pelo en huevo al cuarto de litro), que algunas veces combinaba cuando el primero no le quedaba fino y había que cortarlo. Eso es arte de traficante, alguien que corta su mercancía para hacerla más psicotrópica. ¡Ole! Lo de los espirituosos lo menciono porque puede que fuese una excelente causa y origen de su estado. Estado que no era tan calamitoso ni desarrapado y aun le permitía, dentro de la pequeña euforia, dedicarse a trabajos chorras y de Perogrullo como quitarle la pintura reseca y beige a un cubo dándole golpes con una rasqueta.

         Nosotros íbamos a uno de nuestros huertos con el perro, a sacar al bicho para que se aliviase, desfogase un poco e hiciese hambre antes de echarle las dos latas (una lata de atún vacía puede ser tan buena medida métrica como otra cualquiera) del pienso y dejarlo acostado. También para ver si había algún tomate decente que traerse para casa y colgarlo en la despensa. Es muy penoso la libertad y fascinación de cultivar tus propias porquerías. No lo parece pero esclaviza, te hace comer siempre lo mismo estacionalmente para no tirarlo (¡Qué sería una lástima!), y mata cosas como la autoestima del valor de tus horas-trabajo o la deliciosa decadencia de elegir sin más esfuerzo un par de piezas baratas en el supermercado. Con el amigo compartíamos que su perra y nuestro perro habían copulado y tenido crías. Engendros en ese momento gordos, marrones, achatados y con un trauma génico o mestizaje que para que. Nosotros nos paramos por eso, por ver la descendencia, después la conversación derivó sola. Al pasar por la puerta del corral nuestro chucho se alargó a mover el vientre, el amigo nos sintió y nos llamó. En parte era saludo de los pueblos, esos que se pueden despachar con un gruñido. Pero como he dicho al principio: Supongo que estaba aburrido.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Basuras II



         En las afueras soltó al perro de la correa. Para que corriese, se desgastase un poco y dejase de tirar de él metiendo ruido. El bicho demostró su fantástica inteligencia animal poniéndose a correr desenfrenado tras las sombras de los pájaros que daban vueltas por ahí, triscando de árbol en árbol. Era, por esto del ser, un perro de caza y cuando perdía una sombra tiraba de oficio y la intentaba buscar el rastro. Después se cansaba, cogía un palo, o una piedra, o algo. Rondaba con el en la boca, volvía a pasar otro pájaro, volvía a intentar seguirlo. A empezar otra vez. Mientras tanto él estaba sentado en un tronco contra una pared, un banco improvisado, viendo al perro, no haciendo nada, perdiendo el tiempo. Hacía calor, sudaba. También miraba el reloj cada poco, porque a esas alturas ya estaba asqueado y no quería ni jugar con el perro. Que por fin se cansó. Pero al menos no estaba en casa, encerrado en una habitación, viendo el hundimiento general de toda la estructura, de los refugios infantiles.

         El perro sé cansó de triscar. Era blanco y marrón, por lo que el sol le jodía bastante. Se arrimó a el y se sentó a un lado, apoyándose contra su rodilla. Allí se pasaron en silencio unos diez minutos. La verdad es que había peores sitios en los que estar. Después se empezó a poner oscuro y le volvió a poner la correa al perro. Dejó al perro a su lugar y lo echó de comer. También le puso agua y un collar anti-ladrido. Cerró la puerta y lo dejó que durmiese.

         A la puerta del corral donde dejaba al animal se encontró el cuadro. Había unos contenedores. En tiempos había sido uno solo verde pero, con esto de las vacas gordas, se habían transformado en unos tres de colorines, temáticos ellos, y uno de suelo para el común. No entraré en que era un poco estúpido tanto alarde en cuanto el camión venía, los cogía uno detrás de otro e iban al vertedero comarcar de una manera muy ecológica. Pero allá cada cual con su conciencia, si se es feliz así… allí uno de los tontos del pueblo estaba haciendo la compra. Subido en un cajón de cerveza verde vacío y utilizando un palo con terminación en forma de gancho (garabato los llamaban en el pueblo y era una herramienta tradicional para alcanzar ramas cogiendo fruta). Las cosas que sacaba las iba dejando al lado. Era una estampa esperpéntica, por supuesto. Él sufrió un brote de pegar una foto con el móvil, que es algo muy moderno y ya la podría utilizar para alguna otra cosa. Después pensó que no, que era algo demasiado miserable. Por último, se dio cuenta que, como siempre pasaba en el pueblo, no llevaba encima el teléfono. Pasó al lado sin decir nada y se encaminó a casa. ¡Bienvenido al pueblo! ¡Seguro que lo echabas de menos...!

domingo, 9 de septiembre de 2012

Basuras I



          El pueblo no había cambiado. Seguía siendo un lugar penoso y deprimente donde pasar el tiempo mirándose las manos, sin nada que hacer, enterrado en vida. Era un sitio muerto, infeccioso. Te contagiaba su peste hasta que te convertías en un animal, engordabas, todo te daba lo mismo y el tiempo pasaba por pasar. El pueblo había caído, no había oportunidades, no había actividades, no había gente, no había nada. Pero se agarraba a la pierna de uno arrastrándolo. ¿Querías comprar, un trabajo, algo que ver, sitios a los que ir, gente con quien hablar? De eso no había nada. Estaba viciado, y eso se notaba yendo por la calle. Calles en las que no había más que viejas de negro a las puertas de casa. Personas, o casi personas, que te miraban, te evaluaban y desconfiaban de ti. Muchos años de un microcosmos de odio, rencillas, envidias, y todo expuesto a la calle. No había secretos y todo volaba. Eso hacía que, en su endogamia emocional, el pueblo tuviese una tensión, una violencia latente, como en una zona de guerra los momentos de tregua entre combates. Y ese era el problema, nada canalizaba la tensión, no había ocio, no había descanso. Estar todo el puto día en guardia rompe cualquier tipo de alma. La alternativa, encerrarse en casa. ¿A qué? A no hacer nada, ver la televisión tumbado en el sofá y comer. Porque una calle vacía puede llegar a dar más miedo que un animal que te ataca (pongamos un perro grande, por decir uno). Después es relativamente fácil. Solamente dejarse llevar hacia abajo. Entonces se pierden las nociones más básicas. Todo da igual, dejas incluso de ducharte regularmente, de afeitarte, no te importa lo que te pones, no te importa lo que haces. Solamente esperas, sin enfocarlo a nada concreto, mientras la cada vez más pequeña parte de humano dentro pelea un poco más cansada y derrotada cada vez. El maravilloso encanto rural, un jodido cuento vendido por los gilipollas de los domingueros a los que les queda el comodín de, cuando se hartan, volver a casa. La cuestión es cuando se vuelve a esto y no hay otra posibilidad.

         Allí estaba él otra vez, muriéndose del asco, hundiéndose. Ese día sacaba al perro a que corriese por el campo y se aliviase de sus cositas dejando su apestosa mierda de pienso canino barato al uso y disfrute público. El bicho tiraba de la correa azul agachándose contra el suelo y asfixiándose, metiendo ruido al respirar y dando el cuadro. En la puerta de la iglesia informes momias de un puto millón de años veían acercarse a la de la guadaña y él paso, como siempre hacía, rígido, mirando al frente y sin decir nada (un pecado en el lugar). Eso si, nadie se dio cuenta de que tuvo la deferencia de manejar a patadas al perro para que no se echase sobre los viejos, que el chucho era así de juguetón. Las pequeñas cosas son las importantes… ¡Y una polla! No sirven para nada.


domingo, 2 de septiembre de 2012

Relleno




         “Todo se le hacía extraño, como si después de ese tiempo todo hubiese ido a peor. En realidad nada había cambiado mucho, experto él mismo, y ni siquiera era mucho. Pero todo parecía más estúpido, más sin sentido. No era su lugar. Se había pasado el tiempo soñando con la vuelta y ahora nada. Tirar para adelante es más fácil cuando hay algo que alcanzar o de lo que huir. Cuando no hay nada peor. Con dinero sería más fácil, con dinero todo es más fácil siempre.”

         ¡Vaya puto pedazo de mierda! La verdad es que es jodido inventarse cualquier historia. Es mucho más fácil convertir tu vida en un delirio alcohólico y surrealista (por suerte y aunque no te esfuerces la vida se encarga, de manera gratuita, de proporcionarte situaciones pictóricas) y solamente narrar lo que te pasa de una manera más o menos valorativa (esto es, criticando de todo). Para esto último solamente tienes que tener vocabulario, que se coge leyendo, y algo de referencias culturales, exóticas, friáis, catetas o de cualquier tipo para cuando toca comparar. Si no, si inventas, le falta al tema (al menos al mío) ese punto de chispa, de puta gracia. A mí, que a los buenos no les hace falta (no creo yo que Dumas viviera o viviese todo el Conde de Montecristo), si no cuento algo que me haya pasado, aunque lo exagere como un cabrón y lo surrealice hasta darle mordiente, me queda muy artificial, muy de plástico; como (es así donde usar las referencias que he mencionado antes) la diferencia entre joderse una, por muy fea que sea, y una vagina artificial de goma barata (supongo que se venderán esas cosas. Hoy por hoy se vende de todo, mucho más en ese tipo de mercados. Por supuesto eso me limita mucho: primera persona, subjetividad, no saber hacer personajes distintos (por ejemplo mujeres, que nunca me saldrán decentes), apenas usar diálogos. ¡Qué le den por el culo! Quizá a mis años debiera ponerme a estudiar teoría y producción literaria, hacerme maestro y potar mis frustraciones al mundo haciendo leer a estudiantes de instituto American Psyco o el Club de la Lucha. Se puede ser un mierda y pedante al mismo tiempo. Nadie dijo que una cosa esté reñida con la otra. El mejor ejemplo de esto último, sin duda, este párrafo. Pero hay que llenar papeles, por propia convicción y para no representar la rendición. ¡Que fácil sería ser gilipollas del todo y no preocuparse por las cosas en lugar de medio gilipollas intentando superarte!

         En fin, cosas que pasan. Dejo de intentar teclear algo medianamente pasable en la máquina. Me levanto del escritorio y me bajo a la cocina. Allí me preparo un bocadillo de jamón de york y le echo un quesito dentro. Que ando bajo de calcio. Melo como un gordo cabrón tirado en el sofá, viendo un documental penoso en la tele sobre el cómo se fabrican las cosas. Hoy toca carbón de barbacoa ¡Qué interesante! Quizá debiera quedarme así, o al menos emborracharme. La estadística dice que ser un borracho y escribir puede que no salga mal del todo. Hay muchos ejemplos. Un papel lleno. Un día más.