domingo, 16 de septiembre de 2012

Basuras II



         En las afueras soltó al perro de la correa. Para que corriese, se desgastase un poco y dejase de tirar de él metiendo ruido. El bicho demostró su fantástica inteligencia animal poniéndose a correr desenfrenado tras las sombras de los pájaros que daban vueltas por ahí, triscando de árbol en árbol. Era, por esto del ser, un perro de caza y cuando perdía una sombra tiraba de oficio y la intentaba buscar el rastro. Después se cansaba, cogía un palo, o una piedra, o algo. Rondaba con el en la boca, volvía a pasar otro pájaro, volvía a intentar seguirlo. A empezar otra vez. Mientras tanto él estaba sentado en un tronco contra una pared, un banco improvisado, viendo al perro, no haciendo nada, perdiendo el tiempo. Hacía calor, sudaba. También miraba el reloj cada poco, porque a esas alturas ya estaba asqueado y no quería ni jugar con el perro. Que por fin se cansó. Pero al menos no estaba en casa, encerrado en una habitación, viendo el hundimiento general de toda la estructura, de los refugios infantiles.

         El perro sé cansó de triscar. Era blanco y marrón, por lo que el sol le jodía bastante. Se arrimó a el y se sentó a un lado, apoyándose contra su rodilla. Allí se pasaron en silencio unos diez minutos. La verdad es que había peores sitios en los que estar. Después se empezó a poner oscuro y le volvió a poner la correa al perro. Dejó al perro a su lugar y lo echó de comer. También le puso agua y un collar anti-ladrido. Cerró la puerta y lo dejó que durmiese.

         A la puerta del corral donde dejaba al animal se encontró el cuadro. Había unos contenedores. En tiempos había sido uno solo verde pero, con esto de las vacas gordas, se habían transformado en unos tres de colorines, temáticos ellos, y uno de suelo para el común. No entraré en que era un poco estúpido tanto alarde en cuanto el camión venía, los cogía uno detrás de otro e iban al vertedero comarcar de una manera muy ecológica. Pero allá cada cual con su conciencia, si se es feliz así… allí uno de los tontos del pueblo estaba haciendo la compra. Subido en un cajón de cerveza verde vacío y utilizando un palo con terminación en forma de gancho (garabato los llamaban en el pueblo y era una herramienta tradicional para alcanzar ramas cogiendo fruta). Las cosas que sacaba las iba dejando al lado. Era una estampa esperpéntica, por supuesto. Él sufrió un brote de pegar una foto con el móvil, que es algo muy moderno y ya la podría utilizar para alguna otra cosa. Después pensó que no, que era algo demasiado miserable. Por último, se dio cuenta que, como siempre pasaba en el pueblo, no llevaba encima el teléfono. Pasó al lado sin decir nada y se encaminó a casa. ¡Bienvenido al pueblo! ¡Seguro que lo echabas de menos...!

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