domingo, 25 de mayo de 2014

Currículum II



            Escucho la puerta principal arrastrarse. ¡Bien, tengo un cliente! Espero a que suba las escaleras y cruza la puerta, viéndola antes siluetearse en el cristal de la puerta, una de las representativas de la basura blanca del pueblo. Trae en la mano una hoja de papel cuadriculado arrancada de un cuaderno. Eso me hace adivinar cual de mis servicios culturales anda buscando: que le haga un puto escrito con el procesador de textos y se lo imprima. No, no era probable que viniese buscando un libro (¡Quita bicho!), tampoco que se siente en uno de los ordenadores a hacer el imbécil (si no lo tengo mal entendido, a pesar de sus carencias sociales tiene Internet instalado en casa, signo de “relumbrón”. En el papel (que no es el primero que hago traduciendo esos garabatos incoherentes arrancados de sus mentes subnormales) estará el quid del misterio. ¿Qué será? Se resuelve rápido el enigma. Quiere que le haga el currículum vitae de su hija. Me apetece hacérselo lo mismo que a su hija le apetecería, ahora mismo, hacerme, por hacer, una paja. Estrictamente no es mi oficio, pero las perras normas de la convivencia local, el qué dirán y demás mandangas, me obligan a satisfacer la demanda de la semana. Con todo, me da por el culo. Yo me hago mis propios, e inútiles, currículums sin molestar a nadie.

            Afortunadamente, aunque críptica, la hoja de papel es también breve. La hija anda por los veintidós o veintitrés años (veintidós, la madre ha apuntado la fecha en el apartado de datos personales) y su currículum es un poema a lo que será la subvención  y el subsidio pro existencia. En apenas cuatro lineas desgrana los datos de una manera cruda, tal cual. La educación secundaria obligatoria (definida en el papel literalmente como “graduado escolar”), un ciclo formativo de grado medio para la atención del ocio, ese tiempo muerto de pre-muerte, de los ancianos (también expresado a lo Tarzán: “atención sociosanitaria”) y un cursillo de chichinabo para sacar un carnet imprescindiblemente chorra también descrito con su lacónica literatura.

            La experiencia laboral se reduce a tres meses “atención sociosanitaria” en modo prácticas y dos fines de semana completos “ocio y tiempo libre” también en prácticas. Eso es todo. La personaja me encomienda disimuladamente que espabile porque tiene que enviarlo antes del mediodía, por vía fax, dónde coño sea que esa mierda pueda competir por un trabajo. Tranquila, darling, no me llevará mucho tiempo. Ella se marcha a sus labores prometiéndome que regresará en un rato a por la obra maestra. Sin partirme, en absoluto, los cuernos, hago un currículum de menos de cincuenta palabras en el que, por honrilla del oficio y del buen hacer, maquillo un poco la aberración analfabeta que me ha traído. No me esmero nada, pero el resultado siempre será un millón de veces mejor que lo que madre, hija, y espirita santa podrían hacer en tres putas vidas de esfuerzo intelectual supremo. Lo consigo corrigiendo cosas como lo de la eso o tallando un poco la escueta apreciación “atención sociosanitaria” como estudio. Se me ocurren muchas cosas más de mejora, por ejemplo, incluir una jodida dirección de correo electrónico, o preguntarle, al menos, a la madre cuando vuelva en que año y empresa hizo tan brillantes prácticas. Paso. Eso ys sería meterme en un jardín. Por supuesto, de tema maquetación un poco fina, con tipografías, tamaños, guiones… ni hablamos. Todo lo que me entretenga de más en esta mierda resultará en complicarme la vida, que la pesada esta se me enquiste y salir (por lo mismo del no poder-deber decirle a un vecino que el chiringuito cierra) tarde. Además, los milagros en Lourdes, ese currículum no lo arregla ni el Tato.

            La madre al menos es puntual viniendo a recogerlo. A lo mejor es verdad que tiene que enviarlo a esa hora. Le enseño el resultado en la pantalla del portátil y no le presta ni puta atención. Recuerda, en el último momento, que incluya que su hija tiene carnet de conducir de coches (tipo B, señora). Excelente, además de tonta, su niña es una tonta suelta por el mundo a los mandos de un volante. Esperemos que el día en que sus habilidades antropológicas y su inteligencia física-espacial (con ese currículum, a la altura de las de una mosca estrellándose contra un cristal) se manifiesten conduciendo en todo su esplendor, se estampe contra un alcornoque ella solita y no se lleve a nadie puesto. Como la guinda de un pastel, remato el documento con esa información creando un apartado de “OTROS” para él solito. Esto está listo. Ya puede irse a enviarlo o a tomar por el saco, lo que prefiera. Encantado de haberle ayudado. Vocación de servicio al ciudadano que despliega uno a raudales. Lo peor vendrá cuando su hija encuentre, por uno de esos cambalaches laborales tan habituales en esta casa de putas, trabajo y yo siga aquí, dormitando, despachando libracos de mierda, aguantando chiquillos subnormales, haciéndoles escritos a zoquetes por cuatro perras; o, lo que es peor, directamente en el paro.

domingo, 18 de mayo de 2014

Currículum I



            Por las mañanas abro porque hay que abrir, porque no me queda más remedio. Total, lo mismo daría que lo dejase cerrado, o que echase la llave de la puerta y me liara a dormir dentro, doblado sobre el escritorio. Nadie se daría ni puta cuenta. ¿Quién? La señora que vino hace más de una semana a devolver un best seller del tamaño/peso de un ladrillo macizo o el gañan que estuvo, hace cerca de un mes, a que le pasara el paro por Internet y así ahorrarse el viaje a la oficina, en el pueblo de al lado. Este último, por cierto, aunque se le notaba que se había cambiado de ropa y arreglado para el trámite de venir a darme el coñazo, desprendía un tufo a humano revenido (entre macho de piara y puesto de encurtidos al sol en un mercadillo) que podía empañar las lentes de unas gafas. Esta falta de comunión con la higiene debe ser endémica de la parroquia, porque no es, ni de lejos, ni el primer ni el peor caso con el que me he topado. De hecho, recuerdo a una señora que tubo el gusto de visitarme tras hacer la compra mientras paseaba una bolsa con bacalao que apestaba a mil demonios; pero ese es otro cuento (ni siquiera eso, porque ahí termina la narración: hedía y punto). Decía que por las mañanas aquí no viene ni Dios y el estar de plantón en el escritorio, tirándome un poquito más a la desidia laboral cada día que pasa, se va poniendo cuesta arriba. De momento no alcanzo el tope de la decadencia, que es sobarme y que pase el tiempo. En el fondo son dos horas en un lugar con libros e Internet. Me entretengo como puedo y me pagan (una miseria) por eso. No es el trabajo de mis sueños, pero los he tenido peores.

            Como peor es, o suele serlo, por la tarde o en vacaciones escolares. Entonces, las mismas dos horas se me hacen interminables aguantando a los niños más tontos del área en los ordenadores, jugando a minijuegos y molestando con el ahínco que solamente los chiquillos saben  poner a la hora de tocar los cojones. Por eso hay tardes en las que comprendo a Herodes y su campaña eugenésica. Cuando los padres descuidados y perezosos se desentienden del futuro de su genética transmitida y los largan al mundo para que los aguante otro, yo votaría el hebraico rey (con la condición de que me dejase apiolar a alguno de ellos, algunos a los que tengo un cariño especial, con algún tipo de objeto contuso, no sé bien porqué pero se me antoja un mayal –nunchaku para los devotos de películas chinas y demás abortos-) para presidente.

            Así me gano la vida. Sabía a lo que me exponía y firmé de acuerdo el contrato. Casi es mejor así. De esta manera estoy a mi bola, tranquilo, y las jornadas se suceden hasta el fin del contrato, momento para el que tengo planes de verdad. No me joden mucho desde la cadena de mando así. Lo gracioso (aunque sea lo que explique lo precario) es que sea un puesto en la administración pública, algo cultural, de nombre rimbombante. Quizás moralmente sea reprobable que el dinero se malgaste así. Me consuelo con el “maricón el último” y el que soy de mi propio negocio el que menos rasca. Pero bueno, hoy es otra mañana en la que no viene nadie (otra genial mañana solo). Me aburro soberanamente. El hambre de la próxima hora de comer me entona la mala hostia y la serie que me he descargado, y estoy viendo ahora mismo en el portátil, me amodorra narcóticamente.

domingo, 11 de mayo de 2014

Conexión en directo II



            Como siempre, costó un cojón hacerles entender que se grabaría como si fuese directo, que había que hacerlo en una toma y que la obedeciesen, que para algo era ella la profesional. Eso y el “cuando lo echaban”, para que pudiesen verse (en tiempos, además, inmortalizarse electromagnéticamente en la cinta de un vhs, pero esa era ya una costumbre –incluso para tan “vanguardista” aldea- desfasada). Y es que parece mentira lo complicado que parece el conseguir que medio centenar de palurdos aplaudan a una señal, estén atentos y no jodan la marrana. Pero es que a estas cosas van los más tontos. Tontos, además, con un afán de protagonismo inmenso. Tontos impredecibles que pueden saltar por cualquier lado. Tontos pisándose los unos a los otros sus minutitos de fama (o el autoconvencimiento de ésta, que no hay nada como creérselo uno mismo). ¡Con lo bien que ella hubiese estado en el sofá de diseño de una tertulia de corazón fina, bien vestida, luciendo taconazos, acompañada de otro par como ella y un tópico mariquita (sin garbanzos, por cojones, no hay cocido)! Pero no era el caso, ella era una currela de lo audiovisual, la suplente de la copa del rey del entretenimiento. En el fondo soñaba con algo más, porque ella (como el anuncio) lo valía. Soñar es gratis y la autoestima sana, todo un objetivo.

            En cuanto los formó un poco (marujas emperifolladas delante, por favor), y sin más preámbulos que los retuvieran un minuto más en ese infierno tan cañí, el cámara encaró su instrumento y se echaron, como lobos, al tema. Lo exhibido por los indígenas tocó todos los palos: cocina, manualidades, “preguntas improvisadas” de respuestas subnormales, gracejos, micro-entrevistas a las ansiosas mujerucas ávidas de protagonismo y, el colofón final, una representación del coro parroquial (femenino, faltaría más) entonando una canción de su propia cosecha en loor de las “innumerables” virtudes del pueblo. Una pieza musical espeluznante, acompañada de porrazos a diferentes instumentos-utensilios de cocina o labranza, frente a un engalanado remolque de tractor. Sobre el remolque del tractor un santo presidiendo (uno de segunda fila). Había sido la romería el sábado anterior y, ya que estaban, aprovechaban. Tanto se quiso mostrar al mundo que la toma se pasaba unos ocho minutos del plan. Hubo que repetirla y la segunda, quizás por efecto del ensayo y el arte de los participantes, la clavaron. Nuestra reportera dicharachera agradeció al respetable su colaboración y les insistió en los horarios de emisión convencida de que era información que jamás entraría en algunas de las cabezas a las que se dirigía, pese a que se lo repitiese un millón de veces. Como respuesta, la alcaldesa les convidó, con una solemnidad exagerada hasta el ridículo, a dar cumplida cuenta de los alimentos que se habían guisado para el escaparate. A esto la fauna entonó las orejas, un detalle muy español, excitándose ante el olor de la manduca gratis.

            El equipo hubo de declinar momentáneamente. Aun les restaba subir al corral de un cabreo para filmar las estupideces de uno de los “oficiales” tontos del pueblo. ¡Otro cuento más! La materia que nutría su programa descansaba sobre el ilustre protagonismo holgazán de los tontos del pueblo. A ella, solo le interesaba lo que le habían ordenado, por eso entrevistaba retrasados y borderliners cada tarde. Además estaba segura que cuando regresasen ya no les quedaría nada que llevarse a las muelas. Los pantagruélicos vecinos, a esas alturas de la fotonovelas, ya habrían dado cumplida cuenta de la despensa. Y mañana, qué dios dijera: otro programa rematado y un pueblo feliz de su actuación, de la novedad. Enfilaron en la dirección en la que aguardaba el cabrero. Entonces no hubo ni viejas colgadas del brazo, ni “piropos”, ni nada de nada. La gente satisfacía sus instintos gastronómicos sin remordimientos. Olvidada por su devoto público apretó el paso para terminar pronto, recoger e irse de una puta vez. Trámite resuelto, ahora a pensar en el de mañana.

domingo, 4 de mayo de 2014

Conexión en directo I



            Era un día más, un pueblo más. En el pabellón municipal, escenario principal del evento, se había congregado más de la mitad (de la peor mitad) de la población. Suponía que lo harían en el pabellón para que la mediocridad política que administraba la parroquia se diese pisto faraónico con la obra pública. Allí estaba también el pleno municipal al completo. Aunque bueno, mejor sería decir al “completa” ya que la vaginocracia más ramplona había también alcanzado al lugar y, tanto la alcaldesa como las concejalas, eran mujeres emponderadas, emancipadas, realizadas, superautoestimadas y orgullosísimas de haberse conocido. Tampoco esto era una novedad, en la mayoría de parajes a los que le había llevado el trabajo las mujeres (mujeres rurales monstruosas, autoritarias, dominantes, sin autocontrol ni autocensura) eran las que llevaban la voz cantante. En las zonas rulares de la región (su ámbito laboral) los hombres eran animalizados aperos de labranza y quienes llevaban los “heroicos” (heroicos teniendo en cuenta que todos, hombres y mujeres, seguían sumidos en el vertedero existencial de la derrota, la pobreza y la incultura –y orgullosos de ello, faltaría más- a pesar de la grandeza de gestión femenina y la enraizada esencia del matriarcado) las mujeres, mucho más desde que oficialmente se fomentaba esa conducta y que su “lobby” radical estaba institucionalmente patrocinado por agentes de igualdad, oficinas autonómicas, observatorios de… Era el alma de la España profunda, la misma idiosincrasia que ha parido los crímenes jugosos y aberrantes de pole position en nuestra memoria negra, la misma subcultura de la miseria humana y el atraso que hace cincuenta años (con la excusa de la posguerra para entonces) o cien (con la del dolor unamuniano, aunque esto, más que una excusa, sea una explicación) o ciento cincuenta (con cualquier otra…). Era la esencia de esa parte cancerosa que nos mata a todos, que hace que, a aquellos con un punto de amor propio y de vergüenza torera, les sea imposible replicar a un europeo (ante un cuadro como el que el pabellón contenía) el estereotipo de atrasados que nos cuelgan. En el fondo es verdad, y en la forma. El problema es que esa parte crece y se multiplica desplazando a la válida, la trabajadora, la que se esfuerza. Lo dicho, era una foto (una radiografía) de lo que nos está matando. Ella había visto muchas de esas. Tantas que ya no le afectaban. De momento caminaba al pabellón, dónde ya estaría el cámara haciendo sus cosas. La acompañaban la redactora y una vieja que se le había colgado del brazo desde la primera toma. La vieja lucía toda la vergüenza ajena del mundo piropeándola con las mismas frases de todas las viejas dementes y atrevidas (aquellas que se cuelgan de los brazos de las presentadoras de televisión autonómica a la voz de “guapa, que eres más guapa aquí que en la tele” y “¿Esto cuando lo echan?”), indiscriminadas, de cada tarde (hoy aquí, mañana allí, pero fotocopiadas). Algún día quizás se le fuese la olla y mandase a la vieja a tomar por el culo, pero ese día no. Resignación, que para eso era un trabajo. Y en el mantra que se ha generado en esta nación de un tiempo a esta parte sobre la alegría de comer mierda: había que dar gracias.

            Dentro del pabellón la alcaldesa estaba de mala hostia. Habían grabado el primer corte (lavando la cabeza de una maruja desequilibrada en la peluquería cochambrosa de pueblo) sin avisarla ni de que habían llegado y eso la había rebotado. Joder, es que no era normal no rendir la pernada democrática y el homenaje al señor (en este caso señora). La presentadora pensó que si estaba mosca, se tomase una tila (o un chute de jaco, o una polla de negro – cosas que, a cada cual más, saltaba a la vista que venía necesitando-). A ella sus conciudadanos la molestaban (desde la mencionada vieja a la cuadrilla de gañanes satíricos que la dijeron sus frases encantadoras –otra vez la gordura y la tele- babosos como animales en el portón del pabellón. Se decía “cada palo, bonita, aguanta su vela. Y si te pica, ¡Te rascas!”. Por fuera, le reía las gracias y hacía parabienes a quienes, en esencia, eran su público.