domingo, 18 de mayo de 2014

Currículum I



            Por las mañanas abro porque hay que abrir, porque no me queda más remedio. Total, lo mismo daría que lo dejase cerrado, o que echase la llave de la puerta y me liara a dormir dentro, doblado sobre el escritorio. Nadie se daría ni puta cuenta. ¿Quién? La señora que vino hace más de una semana a devolver un best seller del tamaño/peso de un ladrillo macizo o el gañan que estuvo, hace cerca de un mes, a que le pasara el paro por Internet y así ahorrarse el viaje a la oficina, en el pueblo de al lado. Este último, por cierto, aunque se le notaba que se había cambiado de ropa y arreglado para el trámite de venir a darme el coñazo, desprendía un tufo a humano revenido (entre macho de piara y puesto de encurtidos al sol en un mercadillo) que podía empañar las lentes de unas gafas. Esta falta de comunión con la higiene debe ser endémica de la parroquia, porque no es, ni de lejos, ni el primer ni el peor caso con el que me he topado. De hecho, recuerdo a una señora que tubo el gusto de visitarme tras hacer la compra mientras paseaba una bolsa con bacalao que apestaba a mil demonios; pero ese es otro cuento (ni siquiera eso, porque ahí termina la narración: hedía y punto). Decía que por las mañanas aquí no viene ni Dios y el estar de plantón en el escritorio, tirándome un poquito más a la desidia laboral cada día que pasa, se va poniendo cuesta arriba. De momento no alcanzo el tope de la decadencia, que es sobarme y que pase el tiempo. En el fondo son dos horas en un lugar con libros e Internet. Me entretengo como puedo y me pagan (una miseria) por eso. No es el trabajo de mis sueños, pero los he tenido peores.

            Como peor es, o suele serlo, por la tarde o en vacaciones escolares. Entonces, las mismas dos horas se me hacen interminables aguantando a los niños más tontos del área en los ordenadores, jugando a minijuegos y molestando con el ahínco que solamente los chiquillos saben  poner a la hora de tocar los cojones. Por eso hay tardes en las que comprendo a Herodes y su campaña eugenésica. Cuando los padres descuidados y perezosos se desentienden del futuro de su genética transmitida y los largan al mundo para que los aguante otro, yo votaría el hebraico rey (con la condición de que me dejase apiolar a alguno de ellos, algunos a los que tengo un cariño especial, con algún tipo de objeto contuso, no sé bien porqué pero se me antoja un mayal –nunchaku para los devotos de películas chinas y demás abortos-) para presidente.

            Así me gano la vida. Sabía a lo que me exponía y firmé de acuerdo el contrato. Casi es mejor así. De esta manera estoy a mi bola, tranquilo, y las jornadas se suceden hasta el fin del contrato, momento para el que tengo planes de verdad. No me joden mucho desde la cadena de mando así. Lo gracioso (aunque sea lo que explique lo precario) es que sea un puesto en la administración pública, algo cultural, de nombre rimbombante. Quizás moralmente sea reprobable que el dinero se malgaste así. Me consuelo con el “maricón el último” y el que soy de mi propio negocio el que menos rasca. Pero bueno, hoy es otra mañana en la que no viene nadie (otra genial mañana solo). Me aburro soberanamente. El hambre de la próxima hora de comer me entona la mala hostia y la serie que me he descargado, y estoy viendo ahora mismo en el portátil, me amodorra narcóticamente.

No hay comentarios: