domingo, 11 de mayo de 2014

Conexión en directo II



            Como siempre, costó un cojón hacerles entender que se grabaría como si fuese directo, que había que hacerlo en una toma y que la obedeciesen, que para algo era ella la profesional. Eso y el “cuando lo echaban”, para que pudiesen verse (en tiempos, además, inmortalizarse electromagnéticamente en la cinta de un vhs, pero esa era ya una costumbre –incluso para tan “vanguardista” aldea- desfasada). Y es que parece mentira lo complicado que parece el conseguir que medio centenar de palurdos aplaudan a una señal, estén atentos y no jodan la marrana. Pero es que a estas cosas van los más tontos. Tontos, además, con un afán de protagonismo inmenso. Tontos impredecibles que pueden saltar por cualquier lado. Tontos pisándose los unos a los otros sus minutitos de fama (o el autoconvencimiento de ésta, que no hay nada como creérselo uno mismo). ¡Con lo bien que ella hubiese estado en el sofá de diseño de una tertulia de corazón fina, bien vestida, luciendo taconazos, acompañada de otro par como ella y un tópico mariquita (sin garbanzos, por cojones, no hay cocido)! Pero no era el caso, ella era una currela de lo audiovisual, la suplente de la copa del rey del entretenimiento. En el fondo soñaba con algo más, porque ella (como el anuncio) lo valía. Soñar es gratis y la autoestima sana, todo un objetivo.

            En cuanto los formó un poco (marujas emperifolladas delante, por favor), y sin más preámbulos que los retuvieran un minuto más en ese infierno tan cañí, el cámara encaró su instrumento y se echaron, como lobos, al tema. Lo exhibido por los indígenas tocó todos los palos: cocina, manualidades, “preguntas improvisadas” de respuestas subnormales, gracejos, micro-entrevistas a las ansiosas mujerucas ávidas de protagonismo y, el colofón final, una representación del coro parroquial (femenino, faltaría más) entonando una canción de su propia cosecha en loor de las “innumerables” virtudes del pueblo. Una pieza musical espeluznante, acompañada de porrazos a diferentes instumentos-utensilios de cocina o labranza, frente a un engalanado remolque de tractor. Sobre el remolque del tractor un santo presidiendo (uno de segunda fila). Había sido la romería el sábado anterior y, ya que estaban, aprovechaban. Tanto se quiso mostrar al mundo que la toma se pasaba unos ocho minutos del plan. Hubo que repetirla y la segunda, quizás por efecto del ensayo y el arte de los participantes, la clavaron. Nuestra reportera dicharachera agradeció al respetable su colaboración y les insistió en los horarios de emisión convencida de que era información que jamás entraría en algunas de las cabezas a las que se dirigía, pese a que se lo repitiese un millón de veces. Como respuesta, la alcaldesa les convidó, con una solemnidad exagerada hasta el ridículo, a dar cumplida cuenta de los alimentos que se habían guisado para el escaparate. A esto la fauna entonó las orejas, un detalle muy español, excitándose ante el olor de la manduca gratis.

            El equipo hubo de declinar momentáneamente. Aun les restaba subir al corral de un cabreo para filmar las estupideces de uno de los “oficiales” tontos del pueblo. ¡Otro cuento más! La materia que nutría su programa descansaba sobre el ilustre protagonismo holgazán de los tontos del pueblo. A ella, solo le interesaba lo que le habían ordenado, por eso entrevistaba retrasados y borderliners cada tarde. Además estaba segura que cuando regresasen ya no les quedaría nada que llevarse a las muelas. Los pantagruélicos vecinos, a esas alturas de la fotonovelas, ya habrían dado cumplida cuenta de la despensa. Y mañana, qué dios dijera: otro programa rematado y un pueblo feliz de su actuación, de la novedad. Enfilaron en la dirección en la que aguardaba el cabrero. Entonces no hubo ni viejas colgadas del brazo, ni “piropos”, ni nada de nada. La gente satisfacía sus instintos gastronómicos sin remordimientos. Olvidada por su devoto público apretó el paso para terminar pronto, recoger e irse de una puta vez. Trámite resuelto, ahora a pensar en el de mañana.

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