domingo, 27 de octubre de 2013

Motivación y solana II



           Uno se esos días ya no pude más. Algo me inundó, un altruismo y unas ganas de salvar a la pareja de pobrecillos. Estaba recorriendo la provincia una ola de calor y bochorno de esas que sirven para llenar quince minutos de telediario con alertas naranja y avisos muy serios de “vigilen a niños y ancianos”. Era tanta la temperatura que desde que me había subido al candente auto y bajado las ventanillas, el volante todavía no se había enfriado y las manos me sudaban en él a chorros. La carretera reverberaba con las chicharras a pleno pulmón y no era una película del oeste porque no había matojos rodantes, lo único que le faltaba a la estampa. Hasta a un camello de beduino se le hubiera secado la boca allí. Tanto calor que lo raro era que los pájaros no echasen a arder en pleno vuelo por inflamación espontánea en contacto con el aire.

             Pues en ese contexto vi la pareja a lo lejos como un espejismo. Conforme me aproximaba no pude por menos que compadecerme. El próximo pueblo en la ruta estaba a unos ocho kilómetros. Me dije: “para el coche y llévalos hasta allí, que tan a desmano no cae”. Así hice. Reduje inmediatamente después que ellos, puse el intermitente y me orillé un segundo. Bajé y cuando estuvieron a la altura me ofrecí a su disposición en un inglés muy malo que a ellos les costó comprender porque la leyenda de que fuera todo el mundo habla inglés es cierta, pero solo en Inglaterra. En el resto del continente lo habla el que lo estudia, algunos ni eso. Cuando comprendieron que lo que quería era que dejaran las mochilas en el maletero y montaran en el coche, que yo les acercaba en un momento a dónde podrían descansar del martirio, se negaron. Me explicaron que eso iba contra la esencia del propio Camino y que no, gracias. El par lo comunicó con un tono condescendiente que no me gustó ni un pelo, como mostrándome una extraña superioridad desdeñosa ya que les estaba estorbando en algo muy importante.

            No se lleva muy bien que cuando a uno le da la pedrada de ponerse samaritano le nieguen el impulso y más en esos modos, con ese desprecio sutil de creerse Dios.  Puede que me lo invente un tanto, o exagere la percepción de algo que me sentó tan mal, pero lo cierto es que desde entonces compasión ninguna. Que disfruten a gusto de su motivación y de los rigores del Camino si es lo que buscan. Yo bien clarito, no meterme donde nadie me llame ni para bien, ni para mal. Se evitan cabreos. Espero que esos dos sigan bien y por la sombra, porque por el sol hay cosas, muy feas de decir, que se secan.

domingo, 20 de octubre de 2013

Motivactón y solana I



            El Camino de Santiago, como reclamo turístico, se ha expandido geográficamente. Y digo como reclamo turístico porque dudo bastante que los pelotones centroeuropeos y muchos otros peregrinos nacionales e internacionales estén movidos por la devoción. Así, como atracción y destino de ocio vacacional, han surgido alternativas que hasta permiten elegir la parte de España que se quiere patear. Lógicamente el original es el más transitado, más mítico y, desde Francia atravesando todo el norte, el que más público atrapa. Del más cercano a mí casa, con nombre propio pero bastante parecido a la Vía de la Plata romana, la cual con Santiago no tiene mucho en común, es del que tengo experiencia y no por haberlo hecho. Ahora se está poniendo de moda y por la comarca, que el Camino cruza y las autoridades se encargan de promocionarlo a machamartillo, no hay día del año, se caiga el sol fundido del cielo o llueva a mares, que unos cuantos no pasen equipados con el kit entero: mochila, sombrero, palo, concha…

            Coincidió que en aquella época trabajaba a jornada partida y a medio día siempre me volvía en coche a casa para comer. Era verano y se pueden hacer una idea de lo que significaba el calorcito apretando con fuerza, a las tres de la tarde, en los últimos llanos de la submeseta sur, cerca del límite con la norte. Cuando salía a la antigua nacional que me dejaba en el pueblo, me metía en un tramo en el que me los topaba siempre, bueno, mejor dicho, que los adelantaba caminando por el arcén más colorados que pavas, resoplando, con caras de estar bastante hasta las narices del Camino y para las próximas vacaciones un crucerito y a tomar combinados en la tumbona de la piscina o atracarse en el buffet. Me daban penita porque la mayoría eran señores y señoras guiris como cangrejos, presumiblemente jubilados, y lo que hacían a esas horas no es ni sano ni recomendable (que es la franja de la siesta. Para salir a darse la paliza en esa estación está la fresca del alba, hombre). Los pasaba constantemente pensando “cualquier día me encuentro a uno en la cuneta con un tabardillo de padre y muy señor mío”. Yo me quedaba a cuadros escoceses de cómo estos señores y señoras europeos hechos y derechos (que corre el rumor de las malas lenguas mundiales que son más inteligentes que los meridionales) hacían estas chiquilladas. ¿Es que no lo podían posponer o adelantar para meses más propicios y saludables, como abril o septiembre?

domingo, 13 de octubre de 2013

Pragmáticos usos del primer día de primavera



            Era el primer invierno de mi asqueroso existir que veía, y vivía, la nieve por encima de la rodilla. Esa frase también significa que no estaba acostumbrado (¿Cómo podría estarlo?), ni tenía ropa para ello, ni nada de nada. Lo de la ropa fue fácil, lo de acostumbrarse algo peor. Tras dos meses de nevadas blandas, duras, heladas, pisoteadas, vírgenes, derritiéndose un poco, cuajadas y no, amontonadas en las aceras, a manta sobre todo el pueblo… de todo tipo, pelo y condición; todavía seguía caminando como un crío chico, como un tonto de baba, con escorzos y pasos de baile esperpénticos, patoso, derrapando cada cinco pasos y pidiendo a todo lo que se menea no dejarme los cuernos contra una farola, pared o buzón de correos. Por mucho que se diga lo contrario, cien metros en aquél infierno eran una tensión que no compensaba la posibilidad de hacer muñecos de nieve, guerra de bolas o angelitos en el suelo. Pero todo se pasa. Un día salió, por fin, el sol. Esa mañana el cielo estaba de un azul, un tanto gris, bastante deprimente. El colega andaba todavía en modo zángano y tiraba a medio gas. Pero era estupendo, era la leche. Podía caminar como una persona, ir deprisa, ir pensando en otra cosa. Por la mañana, cuando llegué a la puerta del trabajo, miré para arriba y, en confianza, entre él y yo, eche un ojo a la pelotita naranja y me dije (o le dije) “¡Cabronazo! Te ha costado…”. Fue un buen día, había salido el sol.

domingo, 6 de octubre de 2013

Cita



            Ella se había pedido un brandy ¡Con un par! El bar cedió al detalle y se lo puso en una copa chata ¡Menos mal! Personalmente, me hubiese esperado del lugar un vaso de tubo y su par de hielos o uno cutre de chupitos ¿Cómo les dio por ahí? Ni zorra. Ella, que tenía cuajo de sobra, le metió al líquido un meneo y, tan pichi, se echó para adentro un trago. Hizo algo de coco, como un mal torero, pero lo aguantó bastante bien. Supongo que la bebida no sería muy allá. No tengo ni papa de estas cosas pero ni el precio de la consumición ni el lugar daban para el lujo de algo bueno. A ella el trago le alegró la lengua y se puso a hablar frenéticamente. No la hice mucho caso, pero ante el fuego por saturación (y por hacer un poco el gamba con la copa) me acabé la cerveza y me pedí uno. El primer trago me supo a infierno, la falta de costumbre. Una vez que pasó me quedó un poso calido en el pecho cojonudo. Ella seguía hablando, yo moviendo el líquido y bebiendo. ¡Hay sitios peores en el mundo para estar!