domingo, 29 de abril de 2012

El balneario II



         Rondó un par de vueltas por la piscina donde no estaba ni el tato, hasta los chiquillos habían desaparecido y solamente un balcánico y yo hablábamos de cosas intrascendentes. Viendo que el percal era menudo y miserable desapareció a las saunas. Y allí nos quedamos el balcánico y yo, hablando de pavadas, que ya es hacer en una previa de navidades.

         Después hasta el colega se fue para las saunas. A mi una y no más, Tomás. Y me quedé flotando tan tranquilo al borde, con los brazos por fuera. Pensando en como la vida era tan puta y asquerosa de no darme un segundito de tregua y cagarse en mi unas navidades más… pero era un segundito de paz, de calma entre combates, de moros rezando lo que quiera que recen en medio de esas meriendas coloniales que los blancos de bien preparamos por estos días.

         Y apareció el jefe, inmenso, blanco, blando, calvo, como un oso grizzly depilado, sudando de la sauna, alterado perdido… “Charlie” volvía a tirar de mortero. ¿Qué te pasa corazón? (de melón, melón, melón…). Resulta que la paisana, de quien sea paisana, en la sauna se había dedicado a pasear con una toalla enrollada a lo palabra de honor (que sí, que conozco esos tecnicismos básicos de la moda juvenil) y a dar la foto en cada puerta de las tres saunas que componían el complejo. Con lo que alrededor de unas veinte personas le habían visto el Comandante Castro, otrora Osama, DEP.

         Allí mi mente criminológica me dijo que quizá la amiga estaba buscando algo a lo buen Baroja. Pero yo no gasto recursos para acceder al mercado. Por lo que me quedé en hacer el perfil. El jefe estaba conmocionado, el chiquillo. Para ser un tío que gastaba mujer (no sé si lo seguirá haciendo) tampoco hay que emocionarse tanto por un coño. Si no, que debería pensar un tipo que como yo, cata uno y malo cada millón de años. Por eso les intenté explicar que la colega era, entre otras posibles cosas (que ninguna persona en este mundo es monofacética) puta. No sé a como tarifa la golfa aquí, pero a la colega, y por sitios, horas y procedimientos, no la hubiese puesto más de cincuenta napos el apaño. No pregunté a cuanto (“¿Kolko?” en el local) pero tampoco me hacía falta. Ella buscaba otra cosa que mi miseria astrosa pidiendo por un segundito de desahogo sexual. Desapareció, como todo lo medianamente bueno, o al menos estético, que sucede en mí vivir. Y allí seguimos, los gilipollas de siempre aguantando al mamarracho del jefe. Jugando al waterpolo humano, que sin tías no tienen tanta gracia.

         A una hora determinada nos vestimos y largamos, que no nos podíamos pasar toda la puta noche en la piscina. Nos duchamos, limpitos. Al chiquillo cabrón del jefe le dio por jalarse una coca-cola y un kinder bueno. Por lo que a todos nos tocó esperar en la cafetería del hotel a que acabase viendo futbol del país de primera división, que es como la tercera del patrio pero sin quererse parecer a CR. La amiga resulta que estaba en la cafetería, con algo que parecía, a ojos vista, un empresario medio-alto y algo que podía ser perfectamente un escolta cabezabote. Bebían espumoso (por no poner champange) y todo quedó claro. El final feliz para todo el mundo. Ella sacó lo que buscaba, nosotros sacamos el deleite de su desnudez y todo en un spa (balneario en casa) no se puede pedir más…


domingo, 22 de abril de 2012

El balneario I




         A mi pichí pichí, que las mamonadas estas nunca me llamaron mucho. Pero era gratis, y hay días en los que en sentido común manda hacer gasto. Como gasto fueron los diecisiete euros que me pulí en un bañador turquesa, a cuadros, con el que parecía un guiri británico sesentón en el mar menor… Por ir no me pasaba nada. Y era el día en que el chiringuito pegaba un parón navideño, como la liga pero sin glamour ni abdominales. Navidades, ese tiempo tan feliz y tan motivante para cualquier asesino en serie o proyecto de. Por la mañana habíamos cantado villancicos, y habíamos comido todos los de la empresa, juntitos, un plato de sopa de berza que se estila en el lugar. Como comida de navidades, evento especial, etc, una sopa de berza y salchichas no me parece pututú de fua. Pero esos son mis criterios ético estéticos (y por eso quizá soy no más que un puto pringado en este existir del señor). Por la tarde, un intercambio de regalos más falso y más cutre que el copón. Me correspondieron: por parte de la compañía, una taza para el café souvenir del pueblo; por parte de un paisano, que quería dar el moco delante del jefe, una chocolatina que me ventilé al minuto (es que también soy de segundos platos, pero por lo que se ve aquí no) y un llavero-mosquetón-brújula chino más figurita de guarrapín de la suerte (que coloqué sobre un condón Pepino, en efecto, es una marca de condones centroeuropea, por que me atrajese abundancia en ese ámbito) de otra tiralevitas. Yo les regalé el disfrute de mi presencia, y mi paciencia para no coger una herramienta de bricolaje inciso-contundente y cantar el villancico.

         Después tocaba spa. El puto jefe nos metía siempre spa cutre y pagando lo justo e indispensable (que lo pagaba la empresa a su vez subvencionada para estos casos por la UE, por lo que el cabrón no ponía un céntimo) porque le salía de allí mismo y por meternos, todas las veces que fuimos, a uno de sus chiquillos. Un mocoso impertinente, descarado y sinvergüenza del que no se ocupaba lo mínimo y que incordiaba y daba por el culo a más no poder con sus gracias como saltarte a bomba al lado en la piscina. Pero en eso es que tampoco soy moderno, ni comparto teorías pedagógicas de padres que pasan del tema (de los hippies nacieron los punkis, luego que nadie se extrañe cuando el marrón afgano vuelva). El sitio caía a unos quince kilómetros del lugar y fue un infierno con siete metidos en un coche desvencijado y lleno de mierda en medio de una niebla helada que congelaba el suelo. Todo eso con el jefe conduciendo, atendiendo el teléfono, haciendo coñas y distraído con cualquier chorrada como el hijoputa majadero que era. Llegamos, entramos, nos cambiamos y para adentro.

         El sitio, como no, era mierdero. Un hotel perdido de la mano de díos que pretendía un quiero y no puedo y que contaba como atracción balnearia, dos piscinas (una minúscula de agua caliente y otra normal pero climatizada, que ese día estaba en limpieza) y unas cuatro saunas de distintos tipos y olores. En la piscina había un huevo de críos chicos y dos tías adolescentes, en el otro lado, que daba gusto mirar sentado en el borde hablando en inglés como un mafiosote de nivel. Pero me faltan tatuajes para esos lujos y apariencias. Después pasé a las saunas, a probar, y la goma del bañador me quemaba. Y yo chorreaba como un cabrón. Al salir estaba hecho tabaco, pero me metí en un agujero en el suelo lleno de agua helada, que es lo que manda la tradición, como las torrijas en semana santa. Después me arreó un bajón de tensión de la hostia, y como pude fui a la piscina, a sentarme. Tanto puto invento para acabar hecho mierda, a veces las pijadas salen como el rosario de la aurora. En esto apareció una tía, treinta y pocos y bastante buena, no algo espectacular de lo que el país daba, pero cosas peores se ha echado todo dios al hocico.

domingo, 15 de abril de 2012

El piergo II



         Bien, tras la presentación de personajes, la trama. Estábamos de fiesta, cumpleaños de uno. En mi pueblo las fiestas de cumpleaños suelen ser más salvajes y tener más moyú. En esta había cerveza, unos siete litros, vino caliente (que es como medio cocer el puto vino con azúcar y mierdas, algo bastante desagradable en cuanto a que color, temperatura… algo que hace que parezca que te estás bebiendo la menstruación de una elefanta recién salida) y espirituosos destilados de la tierra. De manduca unas patatillas, unos palitos de pan salado, una tarta comprada minúscula y otra cocinada que era como tragar ladrillos. Pues nuestra querida anoréxica, no contenta con ser la primera en arrearle a las patatuelas, se había plantado antes de la fiesta (a modo de merienda) un buen platazo, lo suficiente en cantidad para tres de los de mis hechuras, de una cosa cocida y recocida con patatas, nabos y demás verduras a lo pote gallego pero en versión rusa. Para acompañar el tipismo regional rusky lo había regado con unas cuantas pequeñas hostias de vodka a palo seco. Por eso cuando cantamos el cumpleaños feliz al tipo (en inglés, por supuesto, que éramos muy internacionales) ella ya estaba a medio llenar, pero seguía echando cosas para adentro insaciable, imparable, brutal, una valkiria... En cierto punto sexual. Si no hubiese sido una perra clasista y exquisita amén de la mezcla entre una niña de diez años y una vieja de ochenta quizá hubiese sido la mejor y más agradecida pornogordita de la historia con esa voracidad pantagruélica, pero no señor.

         Se pegó unos bailes, con esa gracia y esa pose de la Isabel la  Católica en unos gigantes y cabezudos. Tocó la campana y en el minutito entre rounds se vino abajo estrepitosamente. Cuando reanudó estaba blanca, más aun que de ordinario, y parecía una atiborrada piñata con forma de cerdito multicolor a punto de reventarse en una explosión asquerosa de vísceras, chanfaina y nabos cocidos en distintos puntos de digestión. La gente pegó un revuelo de fumeteo (que entre los modernos lo de fumar inside está demodé) y ella cogió la trocha y desapareció. La gente se preguntó dónde apenas un par de minutos y el lado berraco primitivo que me estaba saliendo la echo de menos para sacar para la paja del acostarse (por fortuna esa noche pude rellenar la memoria operativa con algo mejor, y es que la belleza pulula por el puto mundo).

         A la mañana siguiente se descubrió que, como un buitre lleno de la carroña de una vaca descompuesta, hinchada y apestosa, se marchó a pasar la digestión-pedo a otra habitación (andábamos en un hostal medio vacío, lo que permitía esas filigranas logísticas y pajas mentales). Allí pegó dos o tres horas tirada en una cama, me imagino, pasando el rato. La única imagen que se me viene a la cabeza de melón que dios me dio es la de una ballena azul varada en una playa con un montón de soplapollas de Greenpeace tratando de reflotarla.


domingo, 8 de abril de 2012

El piergo I




         La muy puta no paraba de comer. Tenía diecinueve y ya estaba en el peso crucero, pero la traía por el culo. Cierto es que su genética le mandaba ser un penco teutón más propio de tirar de un armón artillero que de otra cosa. El puto tipo de tías que luego les echa la jodida culpa de sus mierdas y traumas a las cadenas de ropa que no les fabrican cosas con la que estar mona. Dos apuntes, solo se mea con la polla que se tiene y con el Atlético de Madrid no se puede ganar la Champions. Cielo, si eres un molde, un puto adobe, el cruce entre un luchador de presing catch y un manatí, por mucho que resucite la jodida Cocó Chanel no vas a tener en la puta vida un modelito que te siente bien. En lugar de eso no te vuelvas loca en la sección de chocolates del Lydl cada vez que entras y métete la del espartano, que esa es otra, te mueves menos que un gato de escayola y todavía te quejas de curre a tíos que se pasan el día rompiendo suelo a antiguo y huevos. Pero de todo esto el malo seré yo, por hablar. Si me arrimo al área para un tiento o un entretenimiento y me cosen a patadas los psycos más psycos de la historia del fútbol no pasa nada. Pero si digo que es un piergo tragón y un mostrenco soy el puto Mengele porque la traumatizo. Trabajos para boys y para girls pero al bling-bling como los angelitos, sin pito.

          Volviendo al piergo, era un bicharraco germano con el mirar perdido de algo que pasta en un prado. El primer día pensabas “bu, ¡Una gorda!”; el segunto “pobrecita, parece maja”; al tercero, y por eso de que uno es un paracaidista del 2rep que lo mismo le da saltar en la jungla que en el desierto, “pues yo me la daba”; al cuarto, y con ese frenesí cachondo que le tenía que dar a Rubens cuando pintaba gordas, intentas arrimarte (queridas, a los tíos no nos gustan las gordas o las feas, pero por un proceso sencillo de inferencia lógica deducimos que su balance oferta-demanda las hacen un mercado emergente y atractivo en el cual nuestro producto de mediana/baja calidad puede tener más éxito que en otro donde la demanda sea mucho menor. O que os creéis ¿Que a los chinos no les gustaría poner putas boutiques de ultra lujo y vender las cosas por un cojón?). Por eso en su día yo le entré al piergo a puros huevos, con buen oficio, buenas maneras y los pies clavados al suelo. Pero como es un mal bicho cabrón y resabiado, me metió una cornada en el primer tercio que no se me llevó los huevos por bien poco. Mierda de costura para tan mala plaza y tan mala faena. Que en Madrid se sale o a hombros o por la enfermería, pero eso era una cencerrada en un pueblo.

          Tras un tiempo de tratarlo, se descubría que al piergo solamente le estimulaba, de los siete, la gula. Si alguien preparaba algo saltaba su puto lema (digno de ponerse en cualquier escudo de armas: Could I try? Could I try? Could I try?...) y le daba a todo, lo mismo algo bien preparado, con buena pinta y mejor olor, que una olla asquerosa con los restos del mes quemada al cocinarse y preparada de tres días. Todo se lo llevaba a la boca, especialmente si no era suyo o lo había cocinado otro. Porque en casa del herrero cuchillo de palo y, por esa ley, nuestra amiguita amigota no cocinaba ni para dios, ni en caso de emergencia (supongo que no le importaba mucho, gastaba reservas para tres o cuatro inviernos nucleares). Su parte de la cocina estaba llena de bolsas de snacks, chucherías, tabletas de chocolate con los que repostaba el tanque cada cinco minutos. Que los alemanes tendrán muy buenas ingenierías, pero con este modelo se les había ido la olla con el consumo.


domingo, 1 de abril de 2012

La imaginaria de David el Gnomo II



         En esto apareció espontáneamente, de la nada, de mi propio subconsciente pornillo adormilado. Era normalita, treinta y tantos, nada especial. Lo único es que se había encaramado a lo alto del convento con una camisetilla de tirantes en comando y claro, el esfuerzo, el frenesí, la incipiente sudada… le tenían los pezones como para cortar vidrio. Eran pequeñitos, y de esos más bien oscuros, no de los rosas, ni de los que parecen monedas de quinientas, ni las galletas campurrianas. En la camiseta blanca se destacaban e intuían perfectos, maravillosos, “las largas” de toda la vida. Pero llegó el marido, o mancebo, o novio, o lo que coño fuese. La verdad es que el puto sitio era un poco merendero de moñas en parejita y trekers de saldo en macro cadena de deportes. Se pusieron a hablar en francés entre ellos, que yo los cuarteleros que me pegaba me los solía pasar de convidado de piedra y trantrán. No me compraron nada, para tristeza y desdicha de David el Gnomo. Tampoco echaron al cepillo, otra desilusión, y se marcharon.

         Sobra decir que la visita de los pezones me perturbó en grado sumo. Cierto es que en aquellas andaba más salido que un mono adolescente porque mi media onanística, por lo general en números de bota de oro, andaba en sequía goleadora como la de algunos que se fueron al Cheslea como estrellas y acabaron estrellados. Compartir piso, y habitación, y saber cuando se entra al tajo pero no cuando se sale, no es que ayuden precisamente a tener un ratito de paz e intimidad y meterte una buena paja de combate.

          Por eso, a los diez minutos de marcharse mis nuevos dos amiguitos, la hostia de testosterona me tenía como para machar nueces con los cojones. Decidí la calle del medio y me metí en una especie de tunelcillo o sacristía que circundaba el altar por detrás.

         Allí, y con un oído puesto fuera no pasara que apareciese un turista y se encontrase la estampa de Goya, me la zurré como mandan los cánones: de pie, sujetando el gayumbos con la otra mano, violenta y frenéticamente. Para quien le pueda interesar pegué una corrida que ni Belmonte en Sevilla y dejé la mocarrada allí, en el suelo, (¿Dónde comienza el aborto?) secándose, ocupando medio baldosín en el despliegue de fuerzas.

         Me senté más en calma que el puto Buda y al momento entró la procesión. Por la puerta dos monjas y tres curas. Los tres últimos de paisano, pero se les nota siempre a la legua el pelo que gastan. Dentro vieron el chiringuito, los tablones con la información y demás mierdas. Tampoco se dejaron un céntimo, en otro comportamiento más que los declaraba del santo clero. Al acabar, se salieron todos menos la monja más vieja. Esta, en la tarima que estaba al lado del altar medio desvencijada, se plantó en lo que podía haber sido un principio de portagayola espectacular. Al hacerlo, casi se me va al suelo, con lo que el día se me hubiese puesto bonito de cojones (de postre monja hostiada con la cadera rota). En hinojos, se pasó su buen cuarto de hora dale que te pego al rezo conmigo al lado sin saber muy bien que hacer, con esa comodidad de hemorroide al rojo vivo. Acabó, besó el suelo y se salió con los otros. Fuera montaron botellón, digo rosario y allí se estuvieron su rato contándole cosas a la virgen. Yo acabé con lo mío y a su hora chapé todas las mierdas, recogí y a casita rey, que me lo había ganado.

         De ahí mi pregunta: ¿Si te la pelas en una iglesia y a los cinco minutos entran tres curas y dos monjas, eso es buena o mala suerte?