domingo, 22 de abril de 2012

El balneario I




         A mi pichí pichí, que las mamonadas estas nunca me llamaron mucho. Pero era gratis, y hay días en los que en sentido común manda hacer gasto. Como gasto fueron los diecisiete euros que me pulí en un bañador turquesa, a cuadros, con el que parecía un guiri británico sesentón en el mar menor… Por ir no me pasaba nada. Y era el día en que el chiringuito pegaba un parón navideño, como la liga pero sin glamour ni abdominales. Navidades, ese tiempo tan feliz y tan motivante para cualquier asesino en serie o proyecto de. Por la mañana habíamos cantado villancicos, y habíamos comido todos los de la empresa, juntitos, un plato de sopa de berza que se estila en el lugar. Como comida de navidades, evento especial, etc, una sopa de berza y salchichas no me parece pututú de fua. Pero esos son mis criterios ético estéticos (y por eso quizá soy no más que un puto pringado en este existir del señor). Por la tarde, un intercambio de regalos más falso y más cutre que el copón. Me correspondieron: por parte de la compañía, una taza para el café souvenir del pueblo; por parte de un paisano, que quería dar el moco delante del jefe, una chocolatina que me ventilé al minuto (es que también soy de segundos platos, pero por lo que se ve aquí no) y un llavero-mosquetón-brújula chino más figurita de guarrapín de la suerte (que coloqué sobre un condón Pepino, en efecto, es una marca de condones centroeuropea, por que me atrajese abundancia en ese ámbito) de otra tiralevitas. Yo les regalé el disfrute de mi presencia, y mi paciencia para no coger una herramienta de bricolaje inciso-contundente y cantar el villancico.

         Después tocaba spa. El puto jefe nos metía siempre spa cutre y pagando lo justo e indispensable (que lo pagaba la empresa a su vez subvencionada para estos casos por la UE, por lo que el cabrón no ponía un céntimo) porque le salía de allí mismo y por meternos, todas las veces que fuimos, a uno de sus chiquillos. Un mocoso impertinente, descarado y sinvergüenza del que no se ocupaba lo mínimo y que incordiaba y daba por el culo a más no poder con sus gracias como saltarte a bomba al lado en la piscina. Pero en eso es que tampoco soy moderno, ni comparto teorías pedagógicas de padres que pasan del tema (de los hippies nacieron los punkis, luego que nadie se extrañe cuando el marrón afgano vuelva). El sitio caía a unos quince kilómetros del lugar y fue un infierno con siete metidos en un coche desvencijado y lleno de mierda en medio de una niebla helada que congelaba el suelo. Todo eso con el jefe conduciendo, atendiendo el teléfono, haciendo coñas y distraído con cualquier chorrada como el hijoputa majadero que era. Llegamos, entramos, nos cambiamos y para adentro.

         El sitio, como no, era mierdero. Un hotel perdido de la mano de díos que pretendía un quiero y no puedo y que contaba como atracción balnearia, dos piscinas (una minúscula de agua caliente y otra normal pero climatizada, que ese día estaba en limpieza) y unas cuatro saunas de distintos tipos y olores. En la piscina había un huevo de críos chicos y dos tías adolescentes, en el otro lado, que daba gusto mirar sentado en el borde hablando en inglés como un mafiosote de nivel. Pero me faltan tatuajes para esos lujos y apariencias. Después pasé a las saunas, a probar, y la goma del bañador me quemaba. Y yo chorreaba como un cabrón. Al salir estaba hecho tabaco, pero me metí en un agujero en el suelo lleno de agua helada, que es lo que manda la tradición, como las torrijas en semana santa. Después me arreó un bajón de tensión de la hostia, y como pude fui a la piscina, a sentarme. Tanto puto invento para acabar hecho mierda, a veces las pijadas salen como el rosario de la aurora. En esto apareció una tía, treinta y pocos y bastante buena, no algo espectacular de lo que el país daba, pero cosas peores se ha echado todo dios al hocico.

No hay comentarios: