domingo, 31 de octubre de 2010

Gomina Killer II



         Una hora más tarde examina el césped a la sombra de un castaño de indias para no sentarse sobre la suculenta mierda de una mascota. Ella se mira un zapato, polipiel blanca charolada. Fetichismos del estrógeno y salario mínimo interprofesional que rechinan en las baldosas de las aceras. En el suelo del parque circulan insectos de mayor o menor inmundicia pero no hay pienso canino procesado. Al menos reciente. ¡Asco de pasión por los parques! ¿Porqué no bares? Sitios donde la gilipollez venga con cerveza y, con suerte de hurtar la cornada del sitio moñas, moderno, empalagoso y caro, tapa. ¡Joder que gusa! A Gomina le tiembla todo, hora de la merienda. La puta tragaldabas va aviada, que cuando se han encontrado andaba enfrascada en hincarle villa piñata a una bolsa de snacks sabor barbacoa y durante el camino le ha sacado, con artes y oficios de fulana vieja, un bombón almendrado en un kiosco que le ha dolido más que una violación penitenciaria a manos de un humano de color (negro) con tranca de asno. Por lo menos degusta el bouquet y los “paluegos”, magro consuelo, cada vez que se besan.

        Gomina se sienta con las piernas cruzadas. Ella en frente lo mismo ¡Cojonudo, reunión india! Faltan el hacha, la pipa, las plumas, las pinturas… Ella se destapa con un bombardeo por saturación. En el trabajo tiene un drama de manada sobre edades, soledad, arroces que se pasan (o no), cotilleos y concurso de medírsela al novio, consorte o de turno, que los coños de su empresa permiten muchas tipologías y clasificaciones respecto a usuarios y contraseñas. La película es un telefilme de sobremesa un sábado cualquiera. No tiene un objeto muy definido lo que suelta por esas fauces. Quizá solo sea un ejercicio gratuito de pastel (en la RAE no tienen definición para este pastel. Para cocreta, en cambio, ya sí). La chapa es eso o una justificación del trámite para la escaramuza sexual (empieza a tener pinta de encamisada) consiguiente a todo esto. ¡Permítalo Dios! Mondongo y unto para desatascar candados y vértices de putas que no son putas, que truecan en vez de cobrar, a las que hay que adobar con mucha especie y pringue porque se están poniendo malas en la nevera. Y a ésta le va para allá pimentón picante, ajo picadito chico, aceite y tomillo. Para un servicio de unos veinte euros en mercado abierto ya es bastante. Gomina tira de oficio, el poco que tiene, y le sobra.

        Se echa el tiempo, y el sol, y las horas. Los cretinos de los perritos aprietan a los bichos para que abrevien en sus pequeños alivios animales y los profesionales de la vida sana pasan a cojón sacado camino de la olimpiada de “me petan las coronarias”. A todo el mundo (ellos dos) le duelen las articulaciones del culo y se marchan caramelo a buscar una pensión baratita y céntrica dónde consumar ya por la noche. Van de la mano y ella da por el culo con el andar despacio. Él va a desembarcar, aflojar y liberar huevo, o eso espera, y no hay nada más. Más tarde, después de rechazar la pensión piojosa (eso sí, con secador de pelo como lujo, lujazo extra, de la habitación) cenan un bocadillos de calamares romana cada uno en el banco de una plazoleta. Ella tira la mitad a una papelera. ¡Pelmazo de tía!, ¡Petarda! Ha sido una tarde muy romántica.

domingo, 24 de octubre de 2010

Gomina Killer I


        Se le está gestando una diarrea explosiva. Una de esas que retuercen el abdomen, de las que salen mezclando material fecal con gas, proyectando mierda por todas las paredes de la taza en salpicaduras, a veces llegando hasta las tapas. En el espejo su bajo vientre se hincha sobre el calzoncillo, boxer azul marino lleno de pelotillas para los domingos y días de enseñar. Pero no puede. Bueno, poder puede ya que tiene la capacidad física de apretar el abdomen, no debe. Está recién duchado y tiene todo limpio. Entradas y salidas mojadas, enjabonadas, aclaradas y secas. Si se sentara y procediese tendría que pasarse un buen rato y unos metros de celulosa por el extrarradio para eliminar el capuccino verdoso y, más tarde, el trazo pastel (Hablo de la número seis del diccionario de la RAE “lápiz compuesto de materia colorante y agua de goma”) ocre de entre los pelos, recios y enmarañados, dolorosos al peinar. Sabe que al final, cuando queda ese resto indestructible al fondo o en uno de los dos flancos, daría una última pasada y, dándole igual la suciedad del higiénico, se levantaría dejando el ano manga por hombro y palomino para mañana. Por eso retrocaga entre sufrimientos y borbollones de heces líquidas intestinales. Porque si los gilipollas del sexo tántrico retroeyaculan, él, que no es ni budista, ni espiritual, ni vegetariano, ni nada de nada; retrocaga ¡Ea! Porque le sale de los cojones y amén. Retrocaga y coge el bote de gomina, que ya se ha untado desodorante, en roll-on, por las zonas de sudor y se ha pegado dos golpes de colonia. Uno en el pecho y otro en el bello púbico disimulando el olor a monte. Manías para ser un tío pulcro, rutinas de puto.

        Se embadurna el pelo con la pasta extrafuerte. Se pone pegajoso y rezuma. Lo reptarte y está casi rígido. Los mechones se le hacen grumos. Baja todo el pelo menos el flequillo, que levanta con los dedos, desordenado pero definido. Moda ya pasada, es una peineta en la frente pero no tiene puta idea de cómo ponerlo de otra forma. Le da un viaje de secador, fijando la estructura, especialmente en el lado izquierdo, el del caracolillo de los huevos. Se pone duro, pelo aglomerado en puntas hacia arriba. La rigidez del peinado le tira del cuero cabelludo. En el ordenador de la habitación de en frente del váter suena una banda sonora. Bailotea corrigiéndose en el espejo. Está solo. Se viste de tiros largos (¡Mis cojones los restos de rebajas de Junio son tiros largos!). Tampoco va a ver a la jodida emperatriz de la China. ¡Andando!

        Sale y en el ascensor se tira un pedo controlando lo que fluye de su alma al mundo. Es un lujo que se permite por dos motivos. El primero ir más suelto, un poco más suelto. El segundo, dejarle un souvenir gastronómico al próximo vecino que suba o baje. Es un amor.

domingo, 17 de octubre de 2010

Omnia vulnerant II


        Quizá esté haciendo mucho, e innecesario, drama por un desconocido difunto, especialmente si se considera que ni chicha ni limoná. Puedo justificarme en que estadísticamente, si fuese un enfermo enganchado de los que cuenta con varios cientos de amigos en lista, uno menos no sería, en realidad, nada. Pero estadísticamente soy un enfermo enganchado asocial que solamente tiene treinta y cuatro, con tres sugerencias de. Este tío, además, es el segundo que cae. Parezco la jodida viuda negra de la red social. Debo decir que al primero lo conocía un poco más. De cuando en cuando nos escribíamos un “¡Ey! ¿Cómo te trata la vida?” y me afectó un poco más, no lo suficiente para la lagrimita y el mocarro, pero sí para la tarde huraña e introspectiva de examen de conciencia escrupulosa. Aquello fue algo que no sorprendió a nadie, el colega la llevaba cantando unos buenos cinco años con vicios, fauna infecciosa, malnutrición… Era duro y aguanto como un toro, pero como dicen en el cine fantástico de los ochenta “¡Solo puede quedar uno!” (por supuesto espero ser yo). Del de hoy, o ayer, o incluso antes, que no tengo muy clara la hora por la temperatura del hígado, todo apunta a piña con el coche, la peste negra del XXI. Su último post en vida fue de hace apenas diez días. En él quedaba para dentro de un mes con otro tío para celebrar algo. Si uno tiene pensado morirse no hace planes ni deja cosas pendientes. Supongo que no esperaría cascar antes. Lo del coche me lo he sacado de la manga, cierto. Puede ser ficción literaria, pero es una hipótesis más probable que ser víctima de un ajuste de cuentas por parte de un sindicato criminal ruso por un tema de impagos de material bélico del bloque. Además en fin de semana. Está nadando en un estanque, tiene plumas y pico, hace “cua-cua” ¿Qué coño va a ser? ¡Hostias, pato! Lo seguro es que ha sido muerte repentina e inesperada, máximo trauma. Lo siento por su gente, de veras.

        Ahora bien, una red social me parece un lugar muy mierda para oficios de difuntos. Hay mucho postizo, mucha bobada, mucho que no sabe ni de dónde le pega el aire. Por ejemplo las chorradas al tío este. Más comentarios que en su cumpleaños. Todos con lo mismo, fotocopias unos de otros que solo se diferencian en defectillos de la máquina impresos en el mensaje. El que lo conociera de verdad, yo no, esto es solo un ejercicio teórico, debería estar jodido y triste, no escribiendo pamplinas mientras sube fotos, comparte videos y abre aplicaciones de tedio-pantallazo en las que le leen la mano o le regalan en un platito de postre las heces espirituales de cualquier sabio manido en dosis de diez palabras unidad. Serán las modas, pero la frontera entre lo sublime y lo grotesco suele tener boquetes por los que pasa de todo. Así, ahora mismo,  como muestra de la miseria que es morirse en internet, en la izquierda de la pantalla de mi página de inicio, en esa pequeña sección de publicidad encubierta en sugerencias del servidor, aparece el nombre de un rockerillo famosote. Uno de esos que mete verborrea por poesía y una imagen de marca posturera completamente estereotipada. Bajo el nombre del rockerillo y al lado de la foto de la portada del disco que intenta colocarme, campa la frasee “A (nombre de mi recién fallecido amigo) le gusta esto”. Pido perdón por mi humor negro pero me hace gracia, una gracia y una risa grosera y sórdida. Sorry, querido rockerillo, pero a este tío ya no le gustas. A estas alturas de la vida, la muerte, la existencia y la transcendencia, ni le gusta ni le deja de gustar nada. Surrealismo cotidiano. D.E.P.


domingo, 10 de octubre de 2010

Omnia vulnerant I


        Se ha muerto un amigo de uno de mis dos perfiles sociales. Lo sé, me he enterado, porque su muro está lleno de condolencias y algunas de ellas, las de amigos comunes, han aparecido también en el mío. Por una cuestión de curiosidad morbosa (no me culpéis, es esencia de nuestra raza) me he puesto a husmear todo su perfil: fotos, enlaces, videos, comentarios… y a leer esos “no te olvidaremos nunca”, “patatín-patatán el Cielo”, “nos estarás viendo y cuidando”, “you never walk alone” (¡Ay coño, no! Esto último es de otro cantar). Después de un rato de estucheo, que dirían algunas viejas archienemigas mías, me he dado cuenta de que no conocía al tío de nada. Deduciéndolo, creo que se me agregó como parte del pequeño bloque (no más de ocho personas) que me encontró hace un tiempo y con el que compartí un campamento en mi más descarnada adolescencia. Se me coló su solicitud entre la de un rollete que llegó a nada y que tenía ganas de revival y la de mi compañero de litera y mejor amigo durante quince días de un mes de agosto. He pasado todas las fotos, las suyas, tres veces y una a una, y no lo asocio con nada. También he leído todo lo que tenía reciente, más de lo mismo. Eso sí, me ha quedado muy clara su situación, personalidad, conceptos e historial. Aunque nunca cambiase una palabra con él, ni por mensaje de texto o mail, lo he comprobado, ahora sé que era del equipo de fútbol de moda entre los modernos, que quería mucho a su novia, que estaba en paro, que hace un par de meses se había cortado el pelo y que de mayor quería ser como Hendrix (para lo cual le faltaba, entre otras cosas como talento, color). Un completo expediente póstumo. Lo único que he sacado en limpio es que, en la vida real, donde no hay emoticones, no hubiésemos sido amigos. No por nada en especial, no tenemos nada en común. La gente en sus pésames lo subrayan de ser magnifico. A mi me parece de lo más normalito tirando a insignificado. Supongo que el punto de exaltación de virtudes es inevitable y que ellos lo conocerán, o conocerían, más que yo. No pretendo ser gratuitamente cruel. La verdad es que soy un tío bastante concienciado y preocupado con el fenómeno muerte y la metafísica básica, especialmente con episodios de angustia por la proyección mental del instante on-off y el planteamiento de la esencia de los continuos. Pero el caso es que la muerte de este tipo no me conmueve en absoluto, ni siquiera como un semejante que desaparece. No me da ni frío ni calor. ¡Culpa de los medios de comunicación! En cualquier telediario hay una ración saciante de difuntos anónimos: meriendas étnicas del tercer mundo, sucesos truculentos del mundo rural con puñaladas al por mayor… Me he acostumbrado. Si a alguien le sirve de consuelo, si me acuerdo y para que no me llaméis hijoputa falto de empatía, brindaré por él la próxima vez que beba. Un pequeño velatorio irlandés de unos segundos, menos da una piedra. Ni para mi propio deceso pido tanto.

domingo, 3 de octubre de 2010

Burocracias íntimas por e-mail II


        Recordando borrosos momentos de aquella noche, y aprovechando un poco más el mail, también quiero que sepas que aprecio el detalle que tuviste al decirme esa sarta de procacidades con los sustantivos en diminutivo (ejemplo: “en casa me lo harás a estilo perrito” o “quiero que te corras dentro de mi boquita”) así como ese intento de sodomización que no se llegó a perpetrase por cuestiones de la física, la postura y esa extravagante manía de mi pene erecto en rebelarse contra la filigrana. Sinceramente, quitando la sordidez de contexto y protagonistas, me sentí como en una película pornográfica y eso debo agradecértelo de todo corazón. No deja de ser el sueño de todo aquel (como es mi propio caso) que aun no ha superado del todo la adolescencia y vive frente a una pantalla de ordenador empuñando. Pero claro, tu no estás hecha de exquisita silicona y mi pene (aunque rezo todos los días para que la cosa cambie) todavía entra bastante holgadamente en un baso de tubo. Ambos aspectos marcan, inevitablemente, la diferencia. Este último párrafo es prácticamente información operativa, pero quería darte las gracias. Soy sincero y no quiero negar que, en otras circunstancias, otros tiempos, otros lugares... ¡Vamos!, que si hubieses sido otra persona, hubiese podido ser algo maravilloso. Pero valoro tu motivación y esfuerzo, eso sí.

        Volviendo a lo que compartimos te diré, sobre el estado de mi órgano cavernoso (del que omitiré su nombre por cuestión de timidez y de que hay que pixelizar a los menores), que tiene un color púrpura que dan ganas de apadrinarlo solo de la pena que causa. A esta variación cromática se le suma un intenso picor en todo él que, según me ha informado el personal de urgencias (que por cierto se mostraron algo jocosos ante nuestro mal, querida mía), irá evolucionando al escozor según pase el tiempo y me continúe rascando (actividad a la que, como supondrás, no puedo reprimirme). Y es que parece talmente que ese monstruo bacteriano que desembarcaste en mi ser, y que tan bien escondías en tu cajita mágica, ha conseguido doblegar a la penicilina y arrasar el campo de batalla (mi aparejo gonadal) de paso. Te doy el parte médico por si te sigue preocupando tanto como otrora esa concreción de mi anatomía que ahora “sufre por tus amores”. Él, de vez en cuando, muy de vez en cuando, solo en los momentos de más furor hormonal, te echa un poquito de menos. Es casi tierno el pobrecillo, tan enfermo...

        Y nada mas cielo, creo que ya te he contado todo lo que tenía que decirte. Ahora que sabes de lo que eres capaz solo te deseo lo mejor en tu vida y que tengas el buen gusto de ir a un ginecólogo. La provincia entera, como mínimo, te lo agradecerá. Afectuosa y bizarramente tuyo:





La última victima de tu incapacidad de mesura





        PD. Ah, que se me olvidaba, un consejo gratis para tus próximas fechorías. Lo de las felaciones déjalo. No es lo tuyo. Hay que jugar a lo que se sabe y se puede. De todas formas fue, fuiste, una “gran experiencia”. Si algún día te encuentras un hada madrina, o un genio de los deseos, o algo por el estilo y te da por pedirle que te transforme entera, acuérdate de llamarme.



        Moraleja del cuento: niños, no os fiéis nunca de las carroñeras de bar. Sé que a las tantas de la madrugada, momento en que sois más polla que hombre, resultan maravillosas. Son amantes liberales, algo sencillo, fácil y puede que bonito. Son la gran esperanza blanca del momento, el suelo de vuestras aspiraciones. Recapacitad un momento antes, os lo pido. Nunca se sabe como os harán comer mierda, pero lo harán, os lo aseguro.