domingo, 24 de octubre de 2010

Gomina Killer I


        Se le está gestando una diarrea explosiva. Una de esas que retuercen el abdomen, de las que salen mezclando material fecal con gas, proyectando mierda por todas las paredes de la taza en salpicaduras, a veces llegando hasta las tapas. En el espejo su bajo vientre se hincha sobre el calzoncillo, boxer azul marino lleno de pelotillas para los domingos y días de enseñar. Pero no puede. Bueno, poder puede ya que tiene la capacidad física de apretar el abdomen, no debe. Está recién duchado y tiene todo limpio. Entradas y salidas mojadas, enjabonadas, aclaradas y secas. Si se sentara y procediese tendría que pasarse un buen rato y unos metros de celulosa por el extrarradio para eliminar el capuccino verdoso y, más tarde, el trazo pastel (Hablo de la número seis del diccionario de la RAE “lápiz compuesto de materia colorante y agua de goma”) ocre de entre los pelos, recios y enmarañados, dolorosos al peinar. Sabe que al final, cuando queda ese resto indestructible al fondo o en uno de los dos flancos, daría una última pasada y, dándole igual la suciedad del higiénico, se levantaría dejando el ano manga por hombro y palomino para mañana. Por eso retrocaga entre sufrimientos y borbollones de heces líquidas intestinales. Porque si los gilipollas del sexo tántrico retroeyaculan, él, que no es ni budista, ni espiritual, ni vegetariano, ni nada de nada; retrocaga ¡Ea! Porque le sale de los cojones y amén. Retrocaga y coge el bote de gomina, que ya se ha untado desodorante, en roll-on, por las zonas de sudor y se ha pegado dos golpes de colonia. Uno en el pecho y otro en el bello púbico disimulando el olor a monte. Manías para ser un tío pulcro, rutinas de puto.

        Se embadurna el pelo con la pasta extrafuerte. Se pone pegajoso y rezuma. Lo reptarte y está casi rígido. Los mechones se le hacen grumos. Baja todo el pelo menos el flequillo, que levanta con los dedos, desordenado pero definido. Moda ya pasada, es una peineta en la frente pero no tiene puta idea de cómo ponerlo de otra forma. Le da un viaje de secador, fijando la estructura, especialmente en el lado izquierdo, el del caracolillo de los huevos. Se pone duro, pelo aglomerado en puntas hacia arriba. La rigidez del peinado le tira del cuero cabelludo. En el ordenador de la habitación de en frente del váter suena una banda sonora. Bailotea corrigiéndose en el espejo. Está solo. Se viste de tiros largos (¡Mis cojones los restos de rebajas de Junio son tiros largos!). Tampoco va a ver a la jodida emperatriz de la China. ¡Andando!

        Sale y en el ascensor se tira un pedo controlando lo que fluye de su alma al mundo. Es un lujo que se permite por dos motivos. El primero ir más suelto, un poco más suelto. El segundo, dejarle un souvenir gastronómico al próximo vecino que suba o baje. Es un amor.

1 comentario:

chuchumeco dijo...

¿puede ser que la gomina sea responsable en parte de la rilera del protagonista? ¿o es que se ha comido una media luna con chopped pasada de fecha?