domingo, 10 de octubre de 2010

Omnia vulnerant I


        Se ha muerto un amigo de uno de mis dos perfiles sociales. Lo sé, me he enterado, porque su muro está lleno de condolencias y algunas de ellas, las de amigos comunes, han aparecido también en el mío. Por una cuestión de curiosidad morbosa (no me culpéis, es esencia de nuestra raza) me he puesto a husmear todo su perfil: fotos, enlaces, videos, comentarios… y a leer esos “no te olvidaremos nunca”, “patatín-patatán el Cielo”, “nos estarás viendo y cuidando”, “you never walk alone” (¡Ay coño, no! Esto último es de otro cantar). Después de un rato de estucheo, que dirían algunas viejas archienemigas mías, me he dado cuenta de que no conocía al tío de nada. Deduciéndolo, creo que se me agregó como parte del pequeño bloque (no más de ocho personas) que me encontró hace un tiempo y con el que compartí un campamento en mi más descarnada adolescencia. Se me coló su solicitud entre la de un rollete que llegó a nada y que tenía ganas de revival y la de mi compañero de litera y mejor amigo durante quince días de un mes de agosto. He pasado todas las fotos, las suyas, tres veces y una a una, y no lo asocio con nada. También he leído todo lo que tenía reciente, más de lo mismo. Eso sí, me ha quedado muy clara su situación, personalidad, conceptos e historial. Aunque nunca cambiase una palabra con él, ni por mensaje de texto o mail, lo he comprobado, ahora sé que era del equipo de fútbol de moda entre los modernos, que quería mucho a su novia, que estaba en paro, que hace un par de meses se había cortado el pelo y que de mayor quería ser como Hendrix (para lo cual le faltaba, entre otras cosas como talento, color). Un completo expediente póstumo. Lo único que he sacado en limpio es que, en la vida real, donde no hay emoticones, no hubiésemos sido amigos. No por nada en especial, no tenemos nada en común. La gente en sus pésames lo subrayan de ser magnifico. A mi me parece de lo más normalito tirando a insignificado. Supongo que el punto de exaltación de virtudes es inevitable y que ellos lo conocerán, o conocerían, más que yo. No pretendo ser gratuitamente cruel. La verdad es que soy un tío bastante concienciado y preocupado con el fenómeno muerte y la metafísica básica, especialmente con episodios de angustia por la proyección mental del instante on-off y el planteamiento de la esencia de los continuos. Pero el caso es que la muerte de este tipo no me conmueve en absoluto, ni siquiera como un semejante que desaparece. No me da ni frío ni calor. ¡Culpa de los medios de comunicación! En cualquier telediario hay una ración saciante de difuntos anónimos: meriendas étnicas del tercer mundo, sucesos truculentos del mundo rural con puñaladas al por mayor… Me he acostumbrado. Si a alguien le sirve de consuelo, si me acuerdo y para que no me llaméis hijoputa falto de empatía, brindaré por él la próxima vez que beba. Un pequeño velatorio irlandés de unos segundos, menos da una piedra. Ni para mi propio deceso pido tanto.

No hay comentarios: