sábado, 28 de marzo de 2015

La excursión I



            Como todas las putas mañanas, el imbécil de la habitación de al lado se levantó dando gritos. Esto normalmente no le molestaba mucho. Los días laborales, él madrugaba más y se libraba de la tontería. El problema estaba en aquellos libres, en los que se podía quedar en la cama tocándose los huevos, durmiendo, soñando, morando con desprecio al reloj en la mesita. Pero no había manera, el gilipollas de la habitación de al lado siempre tenía que dar la nota: cuando no eran berridos cagándose en todo, lo eran de alegría o, con dos cojones, plantaba música. Ese día, por lo menos, sería por un rato. Todos los del pasillo de dormitorios se iban de excursión. Todos menos él, que pasaba un huevo.

            Por eso se lo tomó con bastante resignación. En un rato, el puto anormal ya no estaría allí. De hecho, ninguno estaría allí. Entonces tendría silencio, descanso, paz. ¿Quién coño quiere ir a una excursión con un grupo de cantamañanas? ¿A quien le gusta fingir diversión obligatoria? Es mucho mejor la paz de la soledad, el sosiego íntimo y pequeñito. Cuando se puso las gafas y miró el mundo a través de la ventana en la cabecera de su cama, la cosa cobró más sentido. Fuera cascaba agua en un día gris plomo. Una mañana encantadora para permanecer acurrucado entre las sábanas, algo menos para salir de excursión.

sábado, 21 de marzo de 2015

Pachanguita IV



            Ellos se deshacen, se disuelven en la puta lluvia. Ni un par de minutos después, con el herido mirando en la banda, entra uno. Es un churro, un golpe de sueste, el jodido dios trucando la mecánica de las pequeñas cosas. Alguien la pega mal, mordida. Rebota en otro, o no. Me trae por el culo, se cuela dentro de cualquier forma. Y no es mi puta portería. Despacio, miserablemente, sube a los números, al determinista marcador. También, aunque poco, inyecta un pico de esperanza en nuestro amor propio. Lo traducimos en un apretón de lobo viejo, un último enseñar los dientes y que no se diga, joder.

            ¡No sé cómo! ¡Esto es jodidamente bueno! ¡Lo estamos dando la vuelta! El santo patrón de los guerreros nos sonríe caprichoso y nos toca con su perra mano. Quizás sea para nada. Seguro que será para nada. Saco una fácil, al suelo. La echo fuera, sin complicaciones, con una patadita tobillera. No es contexto para ser yo quien la estropee,. Estamos a un gol. Ha sido la del corner: zapatazo al medio y para ade3ntro. Ni siquiera la hemos rozado. Temo que solo nos valdrá para morir en la orilla. Eso es mejor que nada. Cojo la bola de una esquina. Quiero sacar rápido, largo. Soltar el brazo y lanzarla al infinito; que alguien arrebañe el balón y se las apañe; quitarme de encima el muerto. Ni Cristo se desmarca. La saco baja al más cercano.

            Ellos ni se enteran. La rabia les ciega y por eso no atinan tres pases. Son gilipollas. Solamente calmándose, dándonos tiempo, buscándonos el error, emboscándonos, lo tendrían. Pero no, se obcecan, discuten mentándose la madre. Y pasa, llega el milagro. Uno se cuela a trompicones hasta la cocina. ¡Empate! ¡Empate! ¡Empate! Gruño como una alimaña. No se puede gritar ahora. No se debe gritar ahora. Nos tensamos como cables, el de la herida anima. Nosotros nos echamos arriba los unos a los otros. Ellos se hunden. Estamos cerca, rozándolo. Se me desmadran los órganos. Parece que mi canal digestivo va a salir por la boca. Me vacío la cabeza con la lluvia, con su ruido y su sensación.

            ¿Soy el primero? Creo que si. Me arqueo hacia atrás y lo proyecto de dentro, de muy dentro. Le vomito al cielo un berrido ronco, en el que descargo el alma. Siento que lo escucha el mundo entero. Me quiebra la garganta abultando más que yo. No me termino de enderezar y los demás están haciendo lo mismo. Es nuestro holocausto a los cabrones hados por el momento. Uno ha tirado desde a tomar por el culo, tropezándose, y ha sido. ¡¡¡GANAMOS!!! Hay un instante de silencio absoluto, de detención del tiempo. Después gritamos. Lo soltamos todo. Asimilamos el cambio de guión abrazándonos. Somos hermandad. Somos uno. Es el contacto humano más sincero que habrá nunca: hombres de verdad en el éxtasis resacoso de la victoria agónica. No nos importa que sea una pachanguita de mierda. No nos importan tres cojones las tres botellas de vodka. Como titanes, despreciamos al universo. Somos superiores a eso, hemos ganado. ¿El qué? Nada, todo. Rotos físicamente, agotados, mojados, sucios, con golpes, nos alejamos heroicos y patéticos. Flotamos sobre el mundo con la frente alta, el último refugio. Jóvenes, fuertes, robándole un asalto a la decadencia, engañándonos de inmortalidad, caminamos en la noche cada uno a su casa. Eufóricos del todo, dormiremos mal de adrenalina y mañana lo contaremos como una proeza. Nadie nos hará puto caso.

            En la cancha sigue lloviendo. Ahora no hay un ruido, solamente ese, el rumor del agua lavándolo todo. Nuestra presencia se borra en su oscuridad. Ya no somos,  ya no estamos. Nadie se fija en eso porque hoy, al menos hoy, hemos ganado. ¡Y mañana que sea lo que le salga de los huevos!

domingo, 8 de marzo de 2015

Pachanguita III




            En uno de los lados, contra la alambrada, dos forcejean por el balón. Se empujan, se palmean, aprietan ciegos. El suyo consigue el premio. El mío, una hostia soberana. Rueda y suena un viaje, seco, contra uno de los postes metálicos ¡Pong! Es como una campana, vagamente. Paramos para ver el destrozo. No tiene que haber sido nada. Paso de acercarme, no sea que toque volver corriendo. Está tan lejos, tan lejos, tan lejos, tan lejos… Y mi sitio es este, un perro aquí clavado. El de la hostia se rasca el cogote como si prendiese cerillas, los otros se arremolinan y hacen cocos ¡A tomar por el culo, bicicleta! Roto. Partido muerto.

            El cabrón sangra como un berraco. No es de morirse, tampoco, pero las circunstancias propician la hemorragia: pulsaciones, lugar de la brecha… la camiseta se le motea de lamparones pardos. Esto hay que pararlo, al chaval hay que meterle algún punto. Pero la puta gente está loca, cebada. Ellos soplo aprietan para que el herido le ponga huevos y terminemos de una puta vez. El paisano que por el ningún problema. ¡No jodamos! ¡Un poco de cordura, que son tres botellas piojosas de vodka! Al final termino medio: uno el la banda, un “aficionado”, nos salta de espontáneo.

domingo, 1 de marzo de 2015

Pachanguita II



            ¡No lo he visto! ¡Me cago en la puta! ¿Ha sido? ¡Joder, si! ¿Si¿ ¡Si! ¡¡VAMOS!! ¡Otro, coño! Y volved de cara a ellos ¡¡SI!! Capaces seremos de remontar. Ellos se putean más. Discuten. Hacen piña táctica. Se les nota en las jetas. Cambian al portero que, ni corto ni perezoso, se viene cerca de mi a rebañar, con intención cero de bajar a defender. Los míos respiran como caballos. Hay que aprovechar el minuto de euforia, pero sin que se nos vaya la gaita.

            ¡Dicho y hecho! Desde su puta casa, uno de ellos la engatilla por si da premio la tragaperras. Viene alta. Meto la mano derecha queriéndola despejar para arriba. Inmediatamente noto un viaje en un lado de la cabeza. Automáticamente pienso “menos mal que no fue en la cara” pero aterrizo pronto”. ¿Entró? No. Por suerte, el melón se marchó a la madera y de ahí a tomar por el culo. La maquina te ha tangado ¡Iluminado de los cojones! Solamente entonces me quejo de la mano, doliéndome a latidos. Pero lo hago con rabia, apretando los dientes, sacando pecho ¡Valiente gilipollez! Los segundos que pierdo en ir a por el balón son, o quiero que sean, aire para los míos y frío (del malo) para los otros.

            ¡Si, joder, si! ¡Y se consigue, hostia! Vamos ganando. ¡Entró! Tres a dos. Tras el segundo de locura brota el medio. El resultado es una mierda, hay que llegar a siete. Arrecia el agua. Arrecia el juego. Se vuelve físico, denso. Ahora, aunque siempre lo fue, es algo serio, trascendental. Hay más que se ha apostado sobre el tapete: tres botellas de vodka contra una de whisky del bueno. Si palmamos, el whisky va de nuestra cuenta. Los mío serían capaces de degollar a un consanguíneo por alpiste gratis. Agarrémonos a su vicio como motivación. Y, por dios bendito… no la cagues, que te defenestran. Nunca debimos apostar. Se le fue la pureza a esto, lo prostituye. Por otro lado, joder con una puta es joder al fin y al cabo. Deja de pensar. Métete en el partido. Pensar es malo. Automatiza. Estate tenso como un gato. Vienen. Pase al desmarque. Uno llega. ¿Salgo? ¿No salgo? ¡Salgo! Despejo con una coz que aparta la pelota lejos, al infinito, a una órbita exterior. Una tarrascada me baja por la tibia. El desgraciado, para no llegar, dejó la plancha y un recadito. Sorprendentemente no me duele, solamente se entumece la zona. Lo del daño para mañana (del moratón no me libra ni la jodida Virgen de Fátima), o para luego, o para nunca. Ahora hay cosas importante, muchísimo más importantes. Concretamente cuatro goles. Alrededor de eso: nada.

            Estamos vendidos, descompuestos. Nos mantenemos por la perra honrilla, y por el oficio. Seguimos zombies, con las manos arriba y lanzando alguna, esperando la puntilla, el colofón. Ganan seis a tres. En cualquier momento, cualquier tiro de mierda o cualquier rebote con suerte (rezo por que no sea cualquier cantada mía) clavarán el último y nos iremos hechos mierda, destrozados. Sabremos que el esfuerzo no es suficiente. También que los cojones no bastan y que los mantras del pensamiento positivo (“lo importante es participar” o “el esfuerzo ya es un premio”) son basura. Lo que cuesta, lo que costará, es la cara de gilipollas que se nos pondrá. Llevaremos un vacío en el pecho y la tristeza infantil salpicándonos el espíritu. Somos hombres anónimos, corrientes, jugando una pachanguita. De chocho, perdiendo una pachanguita). Aunque para el universo no lo sea, para nosotros, hoy, jamás habrá mayor tragedia, jamás nada nos desgarrará tanto por dentro.