domingo, 1 de marzo de 2015

Pachanguita II



            ¡No lo he visto! ¡Me cago en la puta! ¿Ha sido? ¡Joder, si! ¿Si¿ ¡Si! ¡¡VAMOS!! ¡Otro, coño! Y volved de cara a ellos ¡¡SI!! Capaces seremos de remontar. Ellos se putean más. Discuten. Hacen piña táctica. Se les nota en las jetas. Cambian al portero que, ni corto ni perezoso, se viene cerca de mi a rebañar, con intención cero de bajar a defender. Los míos respiran como caballos. Hay que aprovechar el minuto de euforia, pero sin que se nos vaya la gaita.

            ¡Dicho y hecho! Desde su puta casa, uno de ellos la engatilla por si da premio la tragaperras. Viene alta. Meto la mano derecha queriéndola despejar para arriba. Inmediatamente noto un viaje en un lado de la cabeza. Automáticamente pienso “menos mal que no fue en la cara” pero aterrizo pronto”. ¿Entró? No. Por suerte, el melón se marchó a la madera y de ahí a tomar por el culo. La maquina te ha tangado ¡Iluminado de los cojones! Solamente entonces me quejo de la mano, doliéndome a latidos. Pero lo hago con rabia, apretando los dientes, sacando pecho ¡Valiente gilipollez! Los segundos que pierdo en ir a por el balón son, o quiero que sean, aire para los míos y frío (del malo) para los otros.

            ¡Si, joder, si! ¡Y se consigue, hostia! Vamos ganando. ¡Entró! Tres a dos. Tras el segundo de locura brota el medio. El resultado es una mierda, hay que llegar a siete. Arrecia el agua. Arrecia el juego. Se vuelve físico, denso. Ahora, aunque siempre lo fue, es algo serio, trascendental. Hay más que se ha apostado sobre el tapete: tres botellas de vodka contra una de whisky del bueno. Si palmamos, el whisky va de nuestra cuenta. Los mío serían capaces de degollar a un consanguíneo por alpiste gratis. Agarrémonos a su vicio como motivación. Y, por dios bendito… no la cagues, que te defenestran. Nunca debimos apostar. Se le fue la pureza a esto, lo prostituye. Por otro lado, joder con una puta es joder al fin y al cabo. Deja de pensar. Métete en el partido. Pensar es malo. Automatiza. Estate tenso como un gato. Vienen. Pase al desmarque. Uno llega. ¿Salgo? ¿No salgo? ¡Salgo! Despejo con una coz que aparta la pelota lejos, al infinito, a una órbita exterior. Una tarrascada me baja por la tibia. El desgraciado, para no llegar, dejó la plancha y un recadito. Sorprendentemente no me duele, solamente se entumece la zona. Lo del daño para mañana (del moratón no me libra ni la jodida Virgen de Fátima), o para luego, o para nunca. Ahora hay cosas importante, muchísimo más importantes. Concretamente cuatro goles. Alrededor de eso: nada.

            Estamos vendidos, descompuestos. Nos mantenemos por la perra honrilla, y por el oficio. Seguimos zombies, con las manos arriba y lanzando alguna, esperando la puntilla, el colofón. Ganan seis a tres. En cualquier momento, cualquier tiro de mierda o cualquier rebote con suerte (rezo por que no sea cualquier cantada mía) clavarán el último y nos iremos hechos mierda, destrozados. Sabremos que el esfuerzo no es suficiente. También que los cojones no bastan y que los mantras del pensamiento positivo (“lo importante es participar” o “el esfuerzo ya es un premio”) son basura. Lo que cuesta, lo que costará, es la cara de gilipollas que se nos pondrá. Llevaremos un vacío en el pecho y la tristeza infantil salpicándonos el espíritu. Somos hombres anónimos, corrientes, jugando una pachanguita. De chocho, perdiendo una pachanguita). Aunque para el universo no lo sea, para nosotros, hoy, jamás habrá mayor tragedia, jamás nada nos desgarrará tanto por dentro.

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