En uno de los lados, contra la
alambrada, dos forcejean por el balón. Se empujan, se palmean, aprietan ciegos.
El suyo consigue el premio. El mío, una hostia soberana. Rueda y suena un
viaje, seco, contra uno de los postes metálicos ¡Pong! Es como una campana,
vagamente. Paramos para ver el destrozo. No tiene que haber sido nada. Paso de
acercarme, no sea que toque volver corriendo. Está tan lejos, tan lejos, tan
lejos, tan lejos… Y mi sitio es este, un perro aquí clavado. El de la hostia se
rasca el cogote como si prendiese cerillas, los otros se arremolinan y hacen
cocos ¡A tomar por el culo, bicicleta! Roto. Partido muerto.
El cabrón sangra como un berraco. No
es de morirse, tampoco, pero las circunstancias propician la hemorragia:
pulsaciones, lugar de la brecha… la camiseta se le motea de lamparones pardos.
Esto hay que pararlo, al chaval hay que meterle algún punto. Pero la puta gente
está loca, cebada. Ellos soplo aprietan para que el herido le ponga huevos y
terminemos de una puta vez. El paisano que por el ningún problema. ¡No jodamos!
¡Un poco de cordura, que son tres botellas piojosas de vodka! Al final termino
medio: uno el la banda, un “aficionado”, nos salta de espontáneo.
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