domingo, 3 de octubre de 2010

Burocracias íntimas por e-mail II


        Recordando borrosos momentos de aquella noche, y aprovechando un poco más el mail, también quiero que sepas que aprecio el detalle que tuviste al decirme esa sarta de procacidades con los sustantivos en diminutivo (ejemplo: “en casa me lo harás a estilo perrito” o “quiero que te corras dentro de mi boquita”) así como ese intento de sodomización que no se llegó a perpetrase por cuestiones de la física, la postura y esa extravagante manía de mi pene erecto en rebelarse contra la filigrana. Sinceramente, quitando la sordidez de contexto y protagonistas, me sentí como en una película pornográfica y eso debo agradecértelo de todo corazón. No deja de ser el sueño de todo aquel (como es mi propio caso) que aun no ha superado del todo la adolescencia y vive frente a una pantalla de ordenador empuñando. Pero claro, tu no estás hecha de exquisita silicona y mi pene (aunque rezo todos los días para que la cosa cambie) todavía entra bastante holgadamente en un baso de tubo. Ambos aspectos marcan, inevitablemente, la diferencia. Este último párrafo es prácticamente información operativa, pero quería darte las gracias. Soy sincero y no quiero negar que, en otras circunstancias, otros tiempos, otros lugares... ¡Vamos!, que si hubieses sido otra persona, hubiese podido ser algo maravilloso. Pero valoro tu motivación y esfuerzo, eso sí.

        Volviendo a lo que compartimos te diré, sobre el estado de mi órgano cavernoso (del que omitiré su nombre por cuestión de timidez y de que hay que pixelizar a los menores), que tiene un color púrpura que dan ganas de apadrinarlo solo de la pena que causa. A esta variación cromática se le suma un intenso picor en todo él que, según me ha informado el personal de urgencias (que por cierto se mostraron algo jocosos ante nuestro mal, querida mía), irá evolucionando al escozor según pase el tiempo y me continúe rascando (actividad a la que, como supondrás, no puedo reprimirme). Y es que parece talmente que ese monstruo bacteriano que desembarcaste en mi ser, y que tan bien escondías en tu cajita mágica, ha conseguido doblegar a la penicilina y arrasar el campo de batalla (mi aparejo gonadal) de paso. Te doy el parte médico por si te sigue preocupando tanto como otrora esa concreción de mi anatomía que ahora “sufre por tus amores”. Él, de vez en cuando, muy de vez en cuando, solo en los momentos de más furor hormonal, te echa un poquito de menos. Es casi tierno el pobrecillo, tan enfermo...

        Y nada mas cielo, creo que ya te he contado todo lo que tenía que decirte. Ahora que sabes de lo que eres capaz solo te deseo lo mejor en tu vida y que tengas el buen gusto de ir a un ginecólogo. La provincia entera, como mínimo, te lo agradecerá. Afectuosa y bizarramente tuyo:





La última victima de tu incapacidad de mesura





        PD. Ah, que se me olvidaba, un consejo gratis para tus próximas fechorías. Lo de las felaciones déjalo. No es lo tuyo. Hay que jugar a lo que se sabe y se puede. De todas formas fue, fuiste, una “gran experiencia”. Si algún día te encuentras un hada madrina, o un genio de los deseos, o algo por el estilo y te da por pedirle que te transforme entera, acuérdate de llamarme.



        Moraleja del cuento: niños, no os fiéis nunca de las carroñeras de bar. Sé que a las tantas de la madrugada, momento en que sois más polla que hombre, resultan maravillosas. Son amantes liberales, algo sencillo, fácil y puede que bonito. Son la gran esperanza blanca del momento, el suelo de vuestras aspiraciones. Recapacitad un momento antes, os lo pido. Nunca se sabe como os harán comer mierda, pero lo harán, os lo aseguro.

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