domingo, 26 de septiembre de 2010

Burocracias íntimas por e-mail I


        Mi querida gorda infame:

        Hará ahora unos quince días, tuve el gusto o disgusto de follar contigo, a pelo, en los mugrientos váteres de señoras de un bar de guiris. No entraré en las mezquinas artes de las que te valiste (principalmente pagarme copa tras copa de ron blanco con naranja. Que como inversión te salió, si, pero a que precio) ni en si el acto que me perpetraste constituye algún supuesto jurídico, especialmente contra la libertad sexual. Me dirijo a ti por un milagro de la memoria que me ha hecho recordar tu dirección, en realidad me la apuntaste en un borrador de sms en mi teléfono móvil, para informarte de que tu maravilloso sexo no solo tenía ese amago de barba de guerrilla, si no que también era portador de una venérea que has tenido el inmenso honor de pasarme. Que conste que no lo hago, no te escribo todo esto, por sonrojarte (supongo que tu mandrílica vida intima ya habrá eliminado de ti ese hábito). Es, más bien, un servicio que contraigo para con la comunidad al hacerte responsable directa de la plaga vírico-bacteriana que estas desatando en los glandes de ese par de energúmenos (entre los que tuve el “placer” de encontrarme) que te cepillas a la semana para mantener tu media de goleador de primera división. Espero, además, que el aviso te sirva de cara a tus rutinas medicas y condiciones de salud en general. Es posible que no hayas notado ahí abajo nada fuera de lo ordinario (“¿Qué es lo ordinario?, dices mientras clavas / en mi pupila tu pupila azul. / ¿Qué es lo ordinario? ¿Y tú me lo preguntas? / Lo ordinario... eres tú.” ¡ Perdón, que me distraigo!) y te convenga echarle un ojo al asunto. Un ojo y un tratamiento farmacológico. Tú verás.

        Supongo que en estos momentos de lectura me estarás mentando la parentela más inmediata y que los estarás titulando de esto u aquello. Por otro lado, pensarás que la peste me la he podido coger en cualquier sitio y que te estoy poniendo de vuelta y media gratuitamente. Te confesaré una cosa. Ahora que compartimos el secretillo de la enfermedad no sobra que me conozcas un poco mejor. Si te he acusado de sujeto cero de la pandemia no ha sido al buen tuntún. Confía en mi. Creerás que episodios como el vivido juntos me pasarán de continuo ya que soy un sujeto, tipejo si te gusta más, bastante fácil. Nada más lejos. Lamentablemente, y en mi condición de perdedor existencial (hay confianza y te lo puedo decir, soy un perdedor) suelo conformarme con lo que la vida me pone a tiro, que no suele ser ni mucho ni, por supuesto, bueno. Tu eres el ejemplo palpable. Perdón por la maldad, pero es que hay momentos en que la enfermedad habla por mi. Concretando, a diferencia tuya, mi estadística sexual es deprimente, lo que hace que seas la única mujer (hembra al menos) en la que he estado en mucho tiempo. No sé muy bien si será algún tipo de honor, pero no me lo parece mucho. Por eso, y por los tiempos de desarrollo de las enfermedades, te nombro causante directa de mi aflicción gonadal (gran título, si señor). Con esto queda justificado todo de lo que te acuso, por mucho que quieras insultarme y desmentirme.

1 comentario:

Dirty Clothes dijo...

Cómo esta el patio... échate bien de fungicida... si es que hay que tomar precauciones... así te educamos¿?

besos¡¡