domingo, 15 de abril de 2012

El piergo II



         Bien, tras la presentación de personajes, la trama. Estábamos de fiesta, cumpleaños de uno. En mi pueblo las fiestas de cumpleaños suelen ser más salvajes y tener más moyú. En esta había cerveza, unos siete litros, vino caliente (que es como medio cocer el puto vino con azúcar y mierdas, algo bastante desagradable en cuanto a que color, temperatura… algo que hace que parezca que te estás bebiendo la menstruación de una elefanta recién salida) y espirituosos destilados de la tierra. De manduca unas patatillas, unos palitos de pan salado, una tarta comprada minúscula y otra cocinada que era como tragar ladrillos. Pues nuestra querida anoréxica, no contenta con ser la primera en arrearle a las patatuelas, se había plantado antes de la fiesta (a modo de merienda) un buen platazo, lo suficiente en cantidad para tres de los de mis hechuras, de una cosa cocida y recocida con patatas, nabos y demás verduras a lo pote gallego pero en versión rusa. Para acompañar el tipismo regional rusky lo había regado con unas cuantas pequeñas hostias de vodka a palo seco. Por eso cuando cantamos el cumpleaños feliz al tipo (en inglés, por supuesto, que éramos muy internacionales) ella ya estaba a medio llenar, pero seguía echando cosas para adentro insaciable, imparable, brutal, una valkiria... En cierto punto sexual. Si no hubiese sido una perra clasista y exquisita amén de la mezcla entre una niña de diez años y una vieja de ochenta quizá hubiese sido la mejor y más agradecida pornogordita de la historia con esa voracidad pantagruélica, pero no señor.

         Se pegó unos bailes, con esa gracia y esa pose de la Isabel la  Católica en unos gigantes y cabezudos. Tocó la campana y en el minutito entre rounds se vino abajo estrepitosamente. Cuando reanudó estaba blanca, más aun que de ordinario, y parecía una atiborrada piñata con forma de cerdito multicolor a punto de reventarse en una explosión asquerosa de vísceras, chanfaina y nabos cocidos en distintos puntos de digestión. La gente pegó un revuelo de fumeteo (que entre los modernos lo de fumar inside está demodé) y ella cogió la trocha y desapareció. La gente se preguntó dónde apenas un par de minutos y el lado berraco primitivo que me estaba saliendo la echo de menos para sacar para la paja del acostarse (por fortuna esa noche pude rellenar la memoria operativa con algo mejor, y es que la belleza pulula por el puto mundo).

         A la mañana siguiente se descubrió que, como un buitre lleno de la carroña de una vaca descompuesta, hinchada y apestosa, se marchó a pasar la digestión-pedo a otra habitación (andábamos en un hostal medio vacío, lo que permitía esas filigranas logísticas y pajas mentales). Allí pegó dos o tres horas tirada en una cama, me imagino, pasando el rato. La única imagen que se me viene a la cabeza de melón que dios me dio es la de una ballena azul varada en una playa con un montón de soplapollas de Greenpeace tratando de reflotarla.


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