domingo, 17 de julio de 2011

Mitin II

 
        Se subieron unas tres paradas después que yo. Ella cabo de tropa y, como enlaces. Una con mini mochila de tela a rayas horizontales y pantalón cagado de mercadillo alternative y el otro con una camiseta rockera independentista regional que dice muchas cosas en un autobús urbano del medio de la meseta. Por supuesto que los critico por su aspecto. Me lo permito en legítima defensa. Ellos categorizan (lo están haciendo ahora mismo) a la gente por el aspecto y dicotomizan en míos y enemigos ¿Porqué no habría de pagarles con lo mismo? Quizá porque tienen la razón absoluta. Ya veremos que pasa el día en que la razón la tenga el que la sostenga (que es, en el fondo, la razón más incuestionable). No representan a nadie, ni siquiera a si mismos en sus progresiones y regresiones personales. Los que no somos de unos ni de otros nos deberíamos conceder el capricho de odiarlos para que nos dejen en paz.

         Los dejé pasar apartándome cortésmente contra el mamparo y sentaron cabeza de puente a mi lado con todos los pasos: desembarco, despliegue y afianzamiento de posiciones. Ella se colocó bien cubierta en el sitio por donde no pasan los demás pasajeros (pasillos invisibles rozando extraños). Pegó revista al panorama y abrió fuego: “La situación política bla, bla, bla”, “hay que cambiar bla, bla, bla”, “tienes que votar a bla, bla, bla”, “es una revolución bla, bla, bla”, “porque claro, han dicho bla, bla, bla”, “porque claro, han hecho bla, bla, bla”, “la izquierda no puede bla, bla, bla”, “la derecha debe bla, bla, bla”, “no consentiremos bla, bla, bla”, “los antidisturbios bla, bla, bla”, “los derechos bla, bla, bla”, “topicazos bla, bla, bla”.

        Se calla un instante porque el móvil le canta por un hit pop un sms y saca del bolsillo un aparato ultra moderno. Me dan ganas de decirla “perdona ¿Sabes que tu teléfono móvil supone en este país más de un tercio de salario mínimo interprofesional? Es solo un dato”. Pregona el contenido del mensaje de texto y resulta, también de contenido político y remitente camarada. Camarada suyo, mío no. ¿Lo habrá mandando desde otro prodigio tecnológico carísimo? Pecadillos y debilidades los tiene cualquiera, sobre todo los que tienen dinero para permitírselos. A ella el mensaje le sirve para seguir con la matraca.

        Por la calle la gente entra, sale y transita entre tiendas. Fijarme en algo solo me quita un segundo. Ella, que es divina, tiene el don de la omnipresencia. Sus acólitos asienten. ¡Amén hermanos! Es un predicador negro sanando enfermos ¡Aleluya! Nadie más habla. Nadie más está. Nadie más es. Mi reino por dejar de escucharla. ¡Ultima parada! La manada se baja apelotonada saltando al bordillo. Se aleja con sus amigos entre la gente, perdiéndose, todavía hablando. Me duele la cabeza, so puta.

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