domingo, 20 de enero de 2013

El curso de limpieza (clase) I



            Aurelio Memelo bosteza aburrido y fastidiado como un gato. No son horarios, en absoluto, para una artista de variedades. Todas las mañanas de los próximos tres meses se las va a tener que pasar de nueve a dos en el dichoso curso. Ayer fue la primera clase, en la que se presentó todo díos, hasta el curso fue presentado. Un chupatintas del ayuntamiento, o de diputación, o del chichi de su prima (dijo de dónde venía pero nadie le estaba haciendo ni puto caso) dio un discursito muy bonito y muy trillado sobre lo interesante de la oportunidad de inserción y futuro color de rosa de tan magnifica formación y sobre la gratitud que se le debía tener, si uno era bien nacido, a los gestores políticos que lo habían hecho posible (y que, aunque eso se lo calló, serían los principales beneficiarios de este de alguna manera). Afortunadamente si algo se le pudo achacar al discursito fue que resultó relativamente breve. Eso que ganaron todos. Cuando el tipejo se fue, que debía hacer más cosas y no se podía quedar, la maestra explicó pormenorizadamente en lo que consistiría la materia a impartir y el cómo se haría esto. Ella estaba al cargo de la primera parte, teórica, durante mes y medio (¿Mes y medio para enseñar limpiar? Pues si porque entrarían en facetas complicadas como la de no mezclar productos de limpieza o la complejidad de la maquinaria y la mecanización de este sector.). Confidencialmente les aseguró que no iba a ser duro y que lo irían haciendo con calma, a su ritmo, que el que más y el que menos ya traía aprendido como pasar una escoba, un mocho y un trapo. Nadie quería joder un invento en el que todos ganaban algo, algunos más, algunos menos. La única cosa imprescindible era asistir a diario para firmar en la hoja de registro que se debía enviar semanalmente para evaluar los escaqueos. En esto la monitora sería inflexible por si a algún inspector le daba por ponerse formal. De la segunda parte del temario, la practica, se llamaba a iglesia porque vendría a darla otra. Durante los restantes cuarenta y cinco días aplicarían los conocimientos ganados en la teórica primero en una serie de edificios municipales que debían quedar como los chorros del oro y, más adelante, las horas restantes hasta cumplir con el cupo del diploma, de “becarios” en algunas empresas que estaban por determinar aún. Después clausura y cartulina con membretes y demás. Además, si en lo último se portaban bien a lo mejor, y solo a lo mejor, los contrataban después. A continuación, y como ya hemos dicho, cada uno soltó su nombre, algunos datos sin importancia, se pasaron los teléfonos y, aquellos que tenían, la dirección de mail por si un imprevisto. Finalmente, como en este país prima non data et ultima dispensata, se terminó la clase y cada mochuelo a su olivo, que algunas de las señoras tenían que hacerle la comida al marido.

            Hoy parece que no se hará mucho tampoco. Están todos sentados en círculo en pupitres dentro de una de las destartaladas aulas del colegio dónde se hizo la selección. La mierda de escuela será uno de los sitios en los que entrenar. Mira que bien, todo un caramelo llena de porquería como está. Hoy no se han metido en harina porque no tienen el material repartido. Ha llegado hoy (bastante pronto, se estimaba semana y media) y las horas se irán en distribuirlo. Como no hay pariente pobre cada uno de los alumnos regresará a su casa con: un uniforme blanco, un par de zuecos de hospital, un Boli bic, un cuaderno enorme y una rasqueta (ésta creemos que se compro para un pico o remate del presupuesto porque no tiene mucho sentido dentro del conjunto). Además una furgoneta hasta los topes ha llenado medio aula con material de limpieza de todo tipo, desde rollos de papel hasta palos extensibles para alcanzar los ventanales. Así se arruinó Europa.

            Lo del uniforme se está alargando. El tipo de la tienda de vestuario laboral ha prestado algo de muestrario para que elijan las tallas. Con los zuecos fue fácil, que todo el mundo se sabe su número. Cada uno tiene su cajita con ellos dentro. Ahora están probándose los uniformes. Al no haber vestuario lo hacen por tandas en el retrete del pasillo, a donde acuden por géneros de dos en dos. Horrora Butrón se ha camuflado entre los hombres para no dar el número la primera semana. Tiene el pantalón y la camisa en sus embalajes sobre la mesa. Por matar el tiempo garabatea monigotes con el Boli bic en el cuaderno. Las mujeres, que son las que están ahora, tardan lo suyo. Pasa principalmente porque piden tallas en las que creen que entran cuando es evidente que ni por asomo (sobre todo de pantalón, esos culos gordos). Para afinar la puntería requieren tres y hasta cuatro intentos. Pero al final también terminan. Charlan un rato haciendo chascarrillos de la ropa y de la dotación en general con la ilusión del que ha recibido un regalo raro. Es tarde para empezar con el primer tema, la profesora pregunta si han firmado. No. Se pasa el papel y según escriben su nombre se van marchando ¡Que entretenido es aprender! Horrora Butrón confía en que se le normalice el sueño con los días porque está zombie todavía. Alguien al salir indaga si mañana hay que venir con el traje puesto ¿Porqué no? Ala, a parecer un cromo. Al menos estarán todos iguales. Mal de muchos… pero hoy han venido los reyes sin ser navidad.

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