Las mañanas Iggy Pop eran, la noche anterior, el problema del mañana. Por
eso bebíamos hasta la bestialidad. Era como comerte una lata para matar el
hambre. El problema vendría a la hora de jiñarla más adelante. Ese era el
problema del mañana, el del ahora (el hambre) quedaba aviado jalándose la lata
y punto. El mañana ya se encargaría de sus negocios. Así, más o menos,
funcionaba la mecánica de las mañanas Iggy Pop. Esa era la razón de que no
desistiésemos heroicos ante la parte mala que debíamos afrontar en cada resaca.
El problema del ahora, durante esas noches, se derretía lentamente e el alcohol
hasta su disolución plena en el infame escurriajo del fondo de cada baso. Por
eso quizás no puedo identificarlo, al problema del ahora, con certeza. Señal de
que con cada borrachera lo arreglábamos. El del mañana, como siempre, ya se
vería durante todo el largo día siguiente.
¿Por qué nos comportábamos así? Pues ni puta idea: ¿Para fundirnos con el
universo?, ¿Para lograr la ansiada y definitiva ataraxia completa? Elige la que
te salga de los huevos si necesitas una excusa. A mi me vale lo mismo una que
otra.
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