domingo, 15 de febrero de 2015

Hombres justos II



            Los sábados por la mañana eran el instante para ello. Lo eran por haber sido engendrados en la feliz miseria del viernes por la noche. Feliz miseria para los que eran felices. Para los hombres justos, justos en el sentido más bíblico, aquellos eran otra basura. Quizá la imposibilidad de romper a llorar la rabia acumulada, la derrota de los principios y la lucidez de  que sus sistemas brillantes decaían y no servían condicionaban la percepción. Mejor era perder el alma; entregarse a la derrota en lugar de estar en medio de una pista de baile viendo el deterioro alrededor, acumulando la crónica de cómo otras personas (las mejores personas, y ya no sabían si esto lo decían con ironía o fatalismo) malgastaban el significado de ese sustantivo alegremente. Era sentirse, marcando el paso de la música mientras decaía lentamente en el cansancio y el agarrotamiento muscular, como flotando en una balsa en medio del infierno, sin padecer ninguno de los horrores, pero contemplándolos inevitablemente.

            Se despertaban prontito, por su sobriedad a pesar del agotamiento y el insomnio y se salían a ver el mundo. Fuera de la habitación tenían un momento de paz, de tranquilidad serena, de redención. Pero era un espejismo, la maquinaria mental engranaba pronto las marchas. A veces sacaban un cuaderno y un bolígrafo fingiendo escribir cosas muy buenas. Entonces se embelesaban a las dos líneas y garabateaban patochadas. Luego el resto del mundo despertaba sucio y apestoso. Entonces ellos, los hombres justos, justos en el sentido más bíblico, se recogían a quehaceres más mundanos como colocar la ropa sucia o limpiar algo.

No hay comentarios: