De repente, en la radio plantan algo
muy chic, elegante, electrónico. Es chunta-chunta mañanero en un chill out pijo
balear. Me transporta, aunque yo no sea precisamente de esos estilos.
Pensándolo a la vez que lo suelto por el hocico, expreso que vendería mi alma
(o lo que ande quedando de ella) por cambiarme un ratito a una carretera
securdaria corsa, con la misma canción en la radio, también con un traje, unos
zapatos a medida unas gafas de sol Persol y un deportivo clásico y pequeñito
inglés (en verde british, faltaría más). Uno que se cimbree en las curvas, que
solo llegue hasta cuarta, que le ratonée un poco y que tire con el poder de los
pequeños y nerviosos. Pasarlo de marcha en cada curva, lamer el exterior de las
curvas, los quitamiedos sobre los acantilados. Ir despacio a ningún sitio, a
comer por ahí, por ejemplo ¿Si debe ir la tía en el coche? Eso es lo de menos.
Si le va bien a la maquina, adelante. Si no tampoco hace falta. En silencio,
cada uno a su aire. Ella sería un complemento estético más que una necesidad
intrínseca. De ahí a las exigencias concretas del coche y a la vaga alusión a
su presencia o ausencia, sin determinar nada más.
Mi compañero de línea, que ya ha
dejado de contemplar las flores, me replica que muy fascinante la pintura, pero
que le falta sustancia. El muy gilipollas, amén de vago como la chaqueta de un
guarda, nos ha salido meditativo. Piensa que como cuestión de estilo es un deseo
legítimo, pero que debería tener algo más para vender el alma. En fin,
atontado, sigue creyendo en los reyes magos. Los demás nos conformamos con
cambiarnos a un sitio mejor. A lo mejor la edad lo pondrá en su sitio. O puede
que jamás esté en su sitio. Que como ha nacido en el lado rosa de la vida no
necesite deseos primarios.
En estas disquisiciones
profundísimas, matamos lo que queda de la mañana. Con ellas nos duele menos el
trabajo. Con ellas no sentimos el castigo a Adán sobre nuestras espaldas.
Bueno, si que las sentimos, pero las mitigamos, o queremos creerlo. La canción
hace mucho que se acabó. La carretera corsa no será nunca. Como consuelo nos
queda terminar la fila de manzanos y que el que hace de capataz nos día que por
hoy vale.
Arrastro los pies a donde debemos devolver las herramientas y solo me
gustaría plantarme en medio de la finca, coger aire y berrrear como una bestia
un “¡Ale a tomar por el culo de aquí ya!” que atrone el mundo, que arrase
ciudades, que estremezca los espíritus de la masa hasta contaminarlos de rabia
negra como la pez. Pero como soy un tío pudoroso, me subo a la furgoneta, me
apoyo contra una ventana y me quedo dormido.
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