domingo, 16 de diciembre de 2012

El curso de limpieza (selección) III



            Aurelio Memelo va a sellar la cartilla del paro. Lo hace porque le toca y porque una cosa hilvana muy bien co la otra y me saco de la manga un motivo razonable para seguir y darle a esto continuidad narrativa. Lo debe hacer porque si no perdería la antigüedad y los fantásticos privilegios que eso le procura como la mencionada entrenadora o la vez que la escribieron ofreciéndole la participación gratuita en un seminario de baile moderno. Por lo visto, desde las instituciones se creen que todo el monte es orégano y que el personal no se entera. Además han pasado las tres semanas perceptivas y tiene que haber salido la lista de los elegidos para limpiar. Preguntará en el mostrador y, si hay suerte y el del otro lado tiene el tubillo de la gónada sin anudar, se enterará. Otra mañana perdida. Lo que Horrora Butrón desconoce, porque no es tecnológica la pobrecita, es que ambas cosas las podría solucionar en la red. En diez minutos frente a un ordenador tendría todo listo. Eso nos dice que este terruño infame se hizo como escuela del arte del robo. Puedes pasar el paro vía Internet. ¿Quién coño no dice que lo puedas hacer desde cualquier terminal del lugar de trabajo ilegal dónde te lo llevas calentito sin declarar? Al que no cobra una mierda y no encuentra otra cosa le vale porque no tiene más remedio que agarrarse a eso y hacer la trampa. Al que cobra algún subsidio, ayuda… el negociete le sale redondo, dos paguitas cada fin de mes mientras dura. Aurelio Memelo acude a la oficina de desempleo porque no sabe hacer la fullería y su trabajo como vedette le es compatible con las gestiones en horario de oficina.

            Va para allá a media mañana. Eso hace que la gente se acumule entre el pico de la campana estadística del público y el descanso de los artistas (los oposicionados del lugar) que andan al tercer cafelito. Raro que entre esa tropa no den más tabardillos por el exceso de cafeína en sangre con tanto como se meten. Mientras espere que le llegue el turno (siempre hay que esperar en los ratitos burocráticos) mira las ofertas del tabón de anuncios. Una es como pastor en un pueblo que debe andar por dónde cristo pegó las tres voces. Otra lleva expuesta desde el verano pasado. Con la que está cayendo la habrán cubierto, habrán cubierto la de pastor incluso, ya. Llega. Entrega la cartilla. La piden el DNI (¿Cómo harán para comprobar la identidad sellándola online? Porque una contraseña de caca y un nombre de usuario no garantía la identidad de nadie) y tramitan el invento en un minuto. Está, hasta dentro de tres meses. Eso si no encuentra trabajo antes como, por ejemplo, alto ejecutivo de multinacional o piloto de fórmula uno (¿Cómo cotizará un piloto de fórmula uno? El dónde ya lo sabemos, en suiza, que son muy puntuales y muy multiusos allí). El curso de limpieza, si se lo conceden. No contará como trabajo en el sentido oficial y estricto y por eso no se librará de volver.

            Pregunta por cómo enterarse del resultado del proceso de selección. El del mostrador se queda a uvas y traslada la cuestión a uno que está en un escritorio muy afanoso y muy concentrado en el ordenador. La virgen maría baja entonces a hacer unos papeles y con su gracia celestial hace que al del escritorio le de una pedrada y se ocupe del tema. Busca en la base de datos que sea e imprime una hoja con la lista de convocados y suplentes. Se la pasa al de mostrador y éste a Aurelio Memelo. Bien educadito, le da las gracias y se retira con el papel y la cartilla guardando ésta última en la cartera y dejando paso al siguiente. En seguida le echa el ojo. Pasa nombre tras nombre y (rataplán, redoble de palillos) el suyo está el último de los seleccionados. No tendrá ni que esperar por una baja. Se pone contenta perdida y sigue leyendo un par de directrices sobre donde y cuando empieza. Guarda el papel en un bolsillo y se asegura de acordarse de todo para no perderse el importante e inútil primer día. Se le ha alegrado el día. Para celebrarlo, para en un bar muy castizo y muy de fritanga. Se toma una caña con tapa de empanadillas que le sabe a gloria pura.

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