domingo, 2 de noviembre de 2014

El cheque II



            Cuando me tocó, no podía ser de otra forma, me tocaron los huevos. El de ventanilla se hizo el sueco al son de que venía de no sé donde y que, por eso mismo, si lo quería cobrar me tendrían que meter una comisión de tres veces el valor del cheque. ¡Coño, que alegría! Para intentar un remedio, me derivó al director de la sucursal. Allí, otra vez, cayó guardar turno como un pringado. La diferencia estaba en que me estaba oliendo la tostada y que me iba a quedar sin ese dinero. Que todo es pasta, y no se cría en los árboles.

            El director miró el cheque con asco (sería por lo pequeño) y, con la pachorra de aquel al que el organismo le pide gritando el cafelito de media mañana, me sugirió que lo dejase en la sucursal mientras escribía a la central para que me perdonasen la comisión. Fue, lo vería más tarde, una forma como otra cualquiera de despacharme. Durante las siguientes semanas me pasé por ahí lo menos media docena de veces por ver qué era de la respuesta. No me alargo en detallarlas, ya se ha escrito sobre el tema (y bastante mejor que esto): vuelva usted mañana, etc. Una forma encantadora de comunicarte que han pasado como de la puta mierda de tu asunto.

            Finalmente, un día el de ventanilla me volvió a derivar al director pero confirmándome que habíamos respuesta. Al otro lo encontré peor que el primer día. Tendría sueño, el pobrecillo. Entre bostezos disimuló cambiar de página en el ordenador (minimizar, ampliar y demás) y me juró que estaba, pero que no la encontraba. Para mayor afirmación de su desidia, marcó un número de teléfono (apostaría que inventado) que sonó y sonó. El resumen, de nuevo, vuelva usted mañana.

            Y fui mañana, y al siguiente. Ni la contestación aparecía, ni nadie respondía a ningún teléfono (¿Se habría extinto el mundo alrededor del banco? ¿Habrían quebrado y ellos eran la banda del Titanic?...). Desencantado, realista, cínico; recogí el cheque y terminé de molestarles. Dinero que nunca estuvo, un papel de recuerdo, un brindis al sol. A los pobres nos duelen esas cantidades, es lo que tiene.

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