Cuando me tocó, no podía ser de otra
forma, me tocaron los huevos. El de ventanilla se hizo el sueco al son de que
venía de no sé donde y que, por eso mismo, si lo quería cobrar me tendrían que
meter una comisión de tres veces el valor del cheque. ¡Coño, que alegría! Para
intentar un remedio, me derivó al director de la sucursal. Allí, otra vez, cayó
guardar turno como un pringado. La diferencia estaba en que me estaba oliendo
la tostada y que me iba a quedar sin ese dinero. Que todo es pasta, y no se
cría en los árboles.
El director miró el cheque con asco
(sería por lo pequeño) y, con la pachorra de aquel al que el organismo le pide
gritando el cafelito de media mañana, me sugirió que lo dejase en la sucursal
mientras escribía a la central para que me perdonasen la comisión. Fue, lo
vería más tarde, una forma como otra cualquiera de despacharme. Durante las
siguientes semanas me pasé por ahí lo menos media docena de veces por ver qué
era de la respuesta. No me alargo en detallarlas, ya se ha escrito sobre el
tema (y bastante mejor que esto): vuelva usted mañana, etc. Una forma
encantadora de comunicarte que han pasado como de la puta mierda de tu asunto.
Finalmente, un día el de ventanilla
me volvió a derivar al director pero confirmándome que habíamos respuesta. Al
otro lo encontré peor que el primer día. Tendría sueño, el pobrecillo. Entre
bostezos disimuló cambiar de página en el ordenador (minimizar, ampliar y
demás) y me juró que estaba, pero que no la encontraba. Para mayor afirmación
de su desidia, marcó un número de teléfono (apostaría que inventado) que sonó y
sonó. El resumen, de nuevo, vuelva usted mañana.
Y fui mañana, y al siguiente. Ni la
contestación aparecía, ni nadie respondía a ningún teléfono (¿Se habría extinto
el mundo alrededor del banco? ¿Habrían quebrado y ellos eran la banda del
Titanic?...). Desencantado, realista, cínico; recogí el cheque y terminé de
molestarles. Dinero que nunca estuvo, un papel de recuerdo, un brindis al sol.
A los pobres nos duelen esas cantidades, es lo que tiene.
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