Me llegó por correo y me alegró el
día. Coño, no siempre le mandan a uno un cheque. Además, era por algo que le
hace ilusión hasta al más desalmado: eran los primeros royalties que cobraba en
mi vida. Tenía un par de mierdas subidas a una plataforma (allí se disimulaban
como libros o algo parecido) y, muy de vez en cuando, algún primo compraba uno.
Tenían unos precios miserables y los porcentajes eran todavía menores, pero la
plataforma me permitía acceder a un grafico de ventas donde, cada muchísimo
tiempo, un pico en rojo me cantaba un lector (en efecto, soy tan pedante…).
Joder, el sistema estaba montado para vivir de la ilusión. Era gratis, te
permitía publicar de una forma más o menos digna (aunque de la dignidad del
contenido se ocupaba uno mismo), podías promocionarlo, el mercado era inmenso…
Todo eran buenas esperanzas. Después venía la rutina, la verdad de la
saturación y el anonimato de estar sepultado entre una oferta monstruosa. Eso
era lo de menos. Vender uno, el piquito rojo, era una alegría. Una alegría que
además sumaba unos céntimos a la cuenta. Hay muchas cosas que hacen más daño
que eso.
Pues bien, un buen día me llegó una
carta (después de la hostia de tiempo desde mi primera “publicación”) en la que
me liquidaban las ganancias hasta el momento mediante un cheque. Evidentemente,
no llegaba ni a los mínimos en los que se manejaban según sus normas respecto a
mandarte pasta. Era más un ajustar las cuentas tras mucho tiempo. ¿La cantidad?
Cosa de cinco euros con setenta y tantos céntimos, el producto de un par de
años enteros (se dice pronto) ¡Todo es dinero! (consuelo de los que creen que
lo importante es participar). Pero qué mismo daba, fue una alegría, ya lo he
dicho.
La mañana siguiente, orgulloso como
un mocoso estrenando algo, hasta me permití la gilipollez de endomingarme un
poco para ir a ingresarlo a mi sucursal bancaria. Estaba radiante,
resplandeciente, feliz. Aunque en el banco había una cola kilométrica de viejas
(pre y post visita al centro de salud. Ocio de jubilado…) a actualizar la
cartilla y pormenorizar los detalles, de otros clientes a menudear sus
gestiones financieras de mierda (ingresos, transferencias…) como yo; aunque
tenía para más de una hora hasta la ventanilla, no importaba. Yo iba a ingresar
mi cheque, mis primeros royalties.
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