Del Seat desembarcaron novio y
madrina. Ella venía, orgullosísima, encorsetada como una morcilla en trapajos
color crema y haciendo aspavientos con la cabeza por que el floripondio con
gasas (¡De nada!) de la cabeza le despertaba el instinto animal de espantarse
moscas. Los amigos cacarearon admiraciones y parabienes. Hasta la originalidad
de la tartana costrosa como coche nupcial fue celebrada a bombo y platillo. El
novio, muy pendiente de todo, como debe ser, preguntó por el personal. Mientras
los amigos telefoneaban aquí y allá congregando al rebaño descarriado,
emplazándolo a su sitio y cortejo, el pobre chivo sacramental continuó con las
obligaciones. En este caso, departir con los tunos. Las cosas claras, ante
todo, y el chocolate espeso (joder, que frase más de solterona).
Con exquisito gusto, el pardillo
había elegido (o le habían elegido. En estas cosas, y aunque principal afectado,
el novio tiene poca mano) un frac clásico: faldones largos, pantalón gris…
Viéndolo aproximarse a los tunos irradiaba una idea de hambre, de miseria, de
relumbrón postizo que encubre la más abyecta de las miserias. Por compararlo
con algo, te lo imaginabas perfectamente como el violinista famélico de un café
cantante en posguerra. Bajito, flaco, cetrino, tirillas, con una barba moderna
que no hace tanto tiempo hubiese pasado por sucia y perezosa, y a zancadas bajo la levita, no cabía otra comparación.
Sumado al trío de tunos, la melancolía apolillada campaba en su conversación,
entre palmadas en el hombro (se conocería con los tunos…) y otro pitillo.
La endomingada gente apareció por
fin y el novio acudió a atenderlos. Los tunos rasgaron sus bandurrias y a tan
alegre tonada militar el contingente formó listo para revista, estado de
policía y lo que terciase. Al novio se le colgó la madrina del brazo haciendo
cocos de mal torero por la emoción y todas las lagrimitas furtivas del universo
amenazando con mandar a tomar por el culo la sesión de maquillaje. En la
comitiva un gilipollas, por destacarse, se lió a tirar petardos. Uno no elige a
su familia… Allá marcharon, a uno de los acontecimientos (teóricamente) más
importantes de la vida del novio. Aunque por su aspecto, más parecía que iba a
desempeñar algo del monte de piedad tras un duro día en su trabajo como cochero
funerario.
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