La veo, cruza el puente de cemento de en frente de la ventana seguida de una manada de niñas pequeñas, crías precomulgadas. Con unos diecisiete años marcha a la cabeza disponiendo, organizando. Lleva una camiseta blanca y una falda vaquera. Ya se le notan sus cosas pero, evidentemente, no es Lolita. Ni lo será. El desarrollo le llegó a las tetas pero no al desván. Camina gesticulando histriónica, chillando en agudos. Reúne a las niñas pequeñas a su alrededor y las madres la dejan hacer porque es algo cómodo y barato. Es su pequeño mundo estar todo el día con las criaturas y de él no sale. Ella las corrompe con la sucia mentalidad de un adolescente retrasado focalizado en lo que no entiende del todo. Lo sé porque siempre están bajo la ventana arrojando sordidez a las masas, principalmente a mi, que soy el que suele escuchar. Hace, y dice, cosas que coge aquí y allá, en el instituto de bocas de muchachos-hormona a los que provoca comportándose como una buscona procaz, como una puta descastada, atreviéndose a todo de boca. Cosas que le dan miedo cuando ve a su padre travestirse borracho al final de cada celebración familiar. Malos entronques. El mundo es un maestro regular y le da bastante por el culo cuánto y en lo qué se aplique cada uno. Ella pesca al aire lo que puede y se lo transmite deformado a las niñas. Me asquea porque lo tengo cada día. Pero en el fondo no es mi problema y si no las escuchase, si no la escuchase, me daría completamente igual.
Ahora mismo les está preguntando, entre carcajadas postizas escandalosas y escandalizadas, de que color llevan las bragas. Personalmente no entiendo muy bien el objeto del juego. Las niñas, inocentes, contestan e incluso alguna enseña una muestra de tejido. Es tan repugnante que me indigna. Siento deseos de ejercer contra ella toda la violencia física de la que soy capaz. Si lo hiciese nadie me vería como un héroe. Quizá solo sea que tengo mal despertar. Al final que arda todo, que la imbécil siga apestando lo que toque, que de un buen cuadro y acaben, con dramatismo patético de teleserie, en los juzgados. Yo no estaré. Una de las niñas, de unos once años, se niega y la riñe agria, también le echa la manada encima. La niña acaba por decir “blancas”.
Para evadirme, salir de esto, enciendo el portátil de la mesa. Procuro escapar por las diez pulgadas que dan al mundo net tamizado por un filtro de control parental. Lo gratis siempre insatisface. Es inútil. No me puedo desconectar de la calle, de ella. Me entra por el oído invasiva. Me coloco los auriculares con rock sinfónico noventero a un volumen suficiente para hacerme daño en el oído medio. Al poco me aburro, pero ella ya no está, por lo menos dentro de mi cabeza. Entonces hago lo de siempre. Busco en la carpeta de descargas del P2P el archivo de video “Asian-fetich.avi” y, con dos golpes de dedo índice, lo abro. Me desabrocho el pantalón. No, no soy ni la virtud ni el guardián de la moral. Es otro domingo, otra tarde de domingo, otra mierda de tarde de domingo. No se acaba.
5 comentarios:
"No soy ni la virtud ni el guardián de la moral"
Semejante verso es una barbaridad, que lo sepas
por?
Dimingo, lunes o martes... siempre con la sardinilla a weltas...
Decía que es una barbaridad porque me gusta mucho lo que implica. Ya sabes lo odiosa que puede llegar a ser la falsa moral, la hipocresía y todo eso... Me gusta ese mensaje.
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