domingo, 22 de agosto de 2010

El sur resurgirá I


        El sur resurgirá de sus cenizas. Entonces, daremos fiestas de una semana en los salones blancos de nuestras mansiones, en las plantaciones, entre las propiedades agrarias, los latifundios. Nuestros negros servirán, sudorosos, martinis y ponches de esmoquin. Las mujeres, las nuestras, llevarán capa tras capa de ropa interior y nosotros iremos de lino, con un lazo negro al cuello. Todos bailaremos en formación rígida, fumaremos puros de manufactura casera después de comer y cenar con coñac pomposo y nuestros capataces, antiguos infantes ligeros de la patria, mantendrán nuestro poder adquisitivo con látigos, vergajos y rebenques. Mientras tanto, tengo dos por delante de mí en la cola de caja del supermercado. La primera es una mora, no, un estereotipo de mora (gorda, bata brillante, pañuelo apretado, ni idea de lo que ocurre a su alrededor). Pasa el carrito por el arco de seguridad sin descargar en la cinta unos diez paquetes de harina y una caja vacía de bolsas de patatas fritas. La cajera, o un Mengele cuarentón y travestido metido a cajera, le bufa: “¡Señora, pase la harina!¡Señora!”. La mora ni puto caso. La cajera, profesional donde las halla, se atocina y le agarra el carro volcándose sobre el lector de códigos de barras. La mora, sorprendida, asustada, pone cara de vaca ferroviaria. Al final la harina pasa, por cojones y pitando cada paquete. Tras ella, señalizado por el “próximo cliente” del separador de plástico, un parroquiano tirado, descastado, paria blanco, deposita dos latas de medio litro y dos de a tercio, marca blanca. Rey de los alcohólicos, tiene pinta pasiva, somnolienta. Los ojillos, entre bolsas y ojeras, le lloran. No se ha afeitado en una semana más o menos, por el aspecto, y la última vez que lo hiciera fue por sectores. Detrás del cuello (parte que tengo delante y puedo analizar casi científicamente) se marcan rayas de roña negra. Suda. No hay nada épico en este alcohólico comprando vespertino para entonar. No es Jack London, Allan Poe, Bukowski. Parece que muchos de los borrachines ilustres son estadounidenses. Será algún reflejo social del imperio, de la decadencia del imperio. Me meto en berenjenales. El mío pide una bolsa. Las hay de dos precios, tres y veinte céntimos, calidades y ecologismo. Coge la de tres céntimos y me pregunto para qué. Son las once y estoy seguro de que a y media ya llevara los ciento sesenta y seis centilitros puestos ¡Salve, hermano! Quisiera ser como tú pero no me atrevo. Algún día, Dios y la vida mediante.



1 comentario:

papeleradereciclaje dijo...

Joder, este me gusta de veras. Nada de formalismos ni de "comernos las pollas unos a otros", me gusta y punto.