domingo, 17 de agosto de 2014

Cultura veraneante II



            Lo primero que falló de la proyección fue la luz de emergencia tras el cortinón medio tenso que hacía de pantalla. En todo el medio de éste relucía, naranja difuminado, una lucecita que jodía cada foto. A todo esto, la relación audio-video también estaba descompasada atronando la música para una imagen borrosa que no se podía enfocar bien sin arrugar los ojos como un topillo. Joder, para los medios con los que se contaba, demasiado era (ya lo hemos dicho antes. Y si no, lo hacemos ahora).. pero el problema principal no estaba en el contenido, lo estaba en el público. Las filas delanteras, desordenadas, caóticas se atestaban de niños, la mayoría de ellos veraneantes en el pueblo. Insoportables, sus padres los mandan a casa de los abuelos y así se libraban de la morralla que habían cagado al mundo para todo el verano (durante el resto del año el ministerio de educación se encarga del asunto). Eran niños a los que se reconocía al instante tanto ética como estéticamente. Respecto a la apariencia, la mayoría de ellos iban de uniforme con una eterna y apestosa (literalmente lo de apestosa por eso del bouquet a sobaco y del no quitársela durante semana) camiseta de algún equipo de fútbol oriundo de aquellas zonas donde los mismos niños, sus putas padres, sus abuelos, etc. eran los “maquetos, charnegos y demás” (eufemismos localistas para el significado “basura blanca”). Sobre lo interno de las criaturitas, ellas mismas se encargaban de mostrarlo al universo rebuznando sus bellas almas por sus hocicos, más ojos del culo (en virtud de lo que por ellos echaban) que bocas.

            A las cuatro diapositivas ya expresaban abiertamente su rechazo por la proyección. Gritando, y sin cortarse ni un pelo de que pudiesen molestar a los demás, reventaban poco a poco el evento. Reclamaban el bingo, inmediatamente, impertinentes como la puta que los parió. Caprichosos, malcriados, no les importaba un carajo joder al personal con tal de salirse con la suya. Estaban “educados” a la satisfacción de sus caprichos y no eran capaces de aguardar respetuosamente la hora, como mucho, que podrían durar todos los videos.

            En la segunda recopilación de fotos ya estaban en todo lo alto: abucheaban, silbaban, berreaban su opinión ofensiva de cada instantánea… El colmo vino cuando uno de ellos exclamó ante una panorámica de la procesión durante las fiestas patronales del año anterior: “¡No ves como es el Cristo! ¡Ya te lo dije, mira la cara de gilipollas que tiene!”. Ahí vencieron. Los organizadores decidieron entonces abortar la proyección y dar arranque al bingo, a ese bingo cutre que tantas ganas generaba en el público (y que unos, los niños, demostraban ofendiendo mientras los demás lo hacían dejándoles hacer). Si sus padres no se preocupaban de la educación elemental (y hasta que la vida, el karma, o el coño de su prima ajustasen las cuentas) de esos putos bastardos, no serían los del eventos quienes enmendasen el error.

            En el momento en que se anunció el principio del bingo, los impacientes mocosos se agolparon frenéticos, ansiosos como refugiados de guerra en la cola del arroz de ayuda humanitaria, contra los que vendían los cartones. Es una buena imagen de la podredumbre.

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