domingo, 16 de marzo de 2014

Crimen perfecto II



            La casa de autos era un edificio destartalado, sucio, primitivo, atávico; lo mismo que la pareja de hermanos. Inmediatamente, antes de ocuparse lo más mínimo del cuerpo presente de su padre, acompañaron al empleado a un corral vecino a la casa y, con la excusa de que allí no les molestaría nadie, para firmar los papeles necesarios (¡Formalidad ante todo!). Solamente después el tanatopractor pudo ejercer su arte. Aunque bueno, lo cierto es que no tuvo demasiada oportunidad de lucimiento… Al pasar a la alcoba e intentar manipular el cadáver, en el mugriento catre en el que lo tenían tirado, descubrió que estaba tieso, rígido como una tabla, y con las livideces y otros signos de incipiente putrefacción en marcha. Esto significaba una cosa: que el pescado no era fresco (ni el muerto, reciente).

            ¡Mierda puta! El de la funeraria sufrió un destello de lucidez,  una explosión que se venía entacando con todos los comportamientos de la pareja de hermanos. Instintivamente se apartó del fiambre dispuesto a no tocar nada, a no dejar huellas porque todo aquello apestaba de cojones, por si acaso. Les preguntó si habían avisado al médico, o a algún tipo de autoridad que certificase la muerte. También la hora en la que había palmado el difunto. La historia se torcía y él, sin arte ni parte en el negocio, se jugaba una buena tajada que podría terminar, simplemente con alguien que empezase a hacer preguntas y a indagar porqués, con él delante de un juez.

            Pues no, ni a doctor (ni a cura para extremaunción tampoco) se había dado aviso desde que, a las ocho de la tarde del día anterior, el colega soltase los estertores. Eso le cerró el ano al empleado. Los interrogantes se multiplicaban enlazándose unos con otros, no descartando posibilidad alguna por rocambolesca que fuese. El más elemental de ellos (de nuevo) “¿Por qué?”. El funerario no comprendía porqué no habían dado aviso antes. Tampoco, el qué habían hecho durante toda la noche ¿Velar en solitario? ¿Dormir a pierna suelta?... En cambio, a los hermanos les parecía lo más normal del mundo y solamente querían terminar con el trámite, entierro y demás, lo antes posible. Detrás de la rareza quizás se escondía cualquier cosa, hasta un asesinato (no es la primera estampa de este tipo que sorprende a un pueblo). Cagado de miedo (por si le salpicaba la movida) el empleado descolgó con la rapidez del rayo y se lío a enmendar los “errores” del par de hermanos. Quizás, y digo quizás, así también les proporcionaba una salida jurídica a los hermanos. ¿Quién es capaz de descartarlo?

            Corrió como un gamo al centro de salud, al ayuntamiento, y a todos los lugares precisos para consignar oficialmente la muerte. Afortunadamente, la benevolencia de unos funcionarios que tampoco querían complicarse la vida, le allanaron el camino. Cuando estuvo todo listo, y la bala esquivada, se pasó por el bar a templarse el susto con un café y un chispazo. Los oyentes de su historia se hubiesen sorprendido más si los protagonistas hubieran sido otros. A los dos hermanos, y salvando la repulsión natural a las implicaciones de lo narrado, ya los tenían calados. No se podía esperar otra cosa de ellos.

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