domingo, 15 de diciembre de 2013

La capacidad de física teórica en la vida inteligente de los quarks II



Así se edifican las conversaciones por compromiso. En otro contexto me preguntaría dónde se ha montado el profeta esas ideas y teorías. De buenas y de risas, incluso me haría gracia cómo busca ladinamente impresionar al oyente incauto con su cultura, su sabiduría y su inteligencia utilizando razones muy traídas por los pelos, encontradas a trompicones por Internet, cuna de eminencias. Pero hoy no es día. Por eso pacientemente me pierdo entre sus argumentos mientras miro alrededor que tal está el entorno, quien aparece, qué hacen y me vacío la mollera todo lo posible para no desmoronarme delante de la concurrencia. Habrá ocasión con más intimidad.

A lo mejor está en lo cierto el cenutrio en la parrafada que me ha radiado. A lo mejor no. Eso no lo entro a considerar porque, honestamente, no seguí la continuidad y lógica de su perorata. No estoy enfadado de la soberana tontería de tema. Hablar con él, o que el me hable machacón como una gramola, me fuerza a la concentración, me distrae de lo otro. Hoy, aun sin venir a cuento lo de los quarks y que no sea por formas lo que el más purista exigiría de la ocasión, no es lo peor que alguien ha soltado.

En mitad de la noche, al muy poco de que sucediese y cuando estaba más descarnado y reciente, el debate más apasionado que se trató fue si el jamón para ser más él mismo obliga de ir acompañado de pan o, por el contrario, se basta solito y el pan es una corrupción de su toque genuino y cañí. Dos de los que estaban, a los que evidentemente el asunto principal les preocupaba un carajo, lo compartían con los demás animando a participar en el coloquio.

Hubo otro, más sinvergüenza o más hijo de puta, que ni corto ni perezoso se recostó en su esquina del sofá y al instante  roncaba como un desgraciado. Por eso las pajas mentales y metafísicas del amigo, así como su afán por presumir de brillo intelectual, aunque le sienten al momento como a una cabra un vestido de alta costura y unos tacones de aguja, por lo menos son inofensivas. No son más adecuadas para una verbena como la del jamón ni tampoco violan la solemnidad y el respeto debido como el caradura que se echó a dormir. Son pavadas inocuas que el propio que las escupe quizás lo haga para no dar vueltas a lo que todos, él, yo y los demás del edificio, nos traemos entre manos.

Casi mejor no acordarme del cabrón ese cuando bufaba porque se me llevan los demonios. ¿Tanto cuesta mantener una compostura elemental, coño? Nadie fuerza a nadie a venir o a permanecer, pero si vienes o permaneces lo mínimo, ¡Lo mínimo!, es hacerlo como dios manda y no enseñarle a la humanidad que eres un mal nacido dormilón y maleducado. Por desgracia alimañas así sobran. Aunque procures aislarlos de tu vida siempre romperán un hueco en la verja por el que colarse a patadas. Patadas como la que le hubiese aplicado al mamón en los dientes cuando, disfrutando de la paz de su descanso, abría la boca ruidoso, goteando saliva por las comisuras. Sé que él no siente esto, ni una pizca. Yo, por el contrario, si. Yo, por el contrario también, cuando no lo he sentido, tampoco dí cabezadas, ni siestas, ni el numerito. Si pica el sueño hay remedios de abuela bien sencillitos, los de toda la vida: paseo, café o lavado de cara en los servicios. Y a aguantar un poco más. Hoy por hoy ser un tío considerado es de tontos. Está mal visto, no renta, y se aprovecha de uno las miríadas de desalmados que pululan acechándote como marrajos. Mejor me olvido de ese maricón porque me enciendo y no debo.

“- Eso sin meter en la ecuación el otro continuo, el tiempo; que en esas proporciones nuestro cachito de materia este dentro de una reacción de algún tipo en ese sistema mayor. No sé, algo del tipo una descomunal combustión lentísima en la que toda nuestra historia, desde que os suponemos el Big Bang hasta ahora, solamente sea, para ella, un instante, una milésima de segundo. Lo que también, como antes, se puede mirar hacia abajo. Imagina la creación, expansión, decadencia, muerte y olvido de innumerables cosmos cada vez que el butano se transforma en llama cuando prendemos un mechero. ¿Acojona, eh? ¿Acojona pensarlo?...”

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