domingo, 1 de septiembre de 2013

El bocadillo de calamares II



La cosa es que para mi España pasó a ser un bocadillo de calamares. No toros, futbol, tías bajitas y morenas con el culo gordo, estereotipos y pandereta y olé. Ni siquiera había canciones, ni nuevas ni viejas; ninguna otra cosa, que mi hiciese lo mismo. Yo con mi bocadillo de calamares (y era una ensoñación que me venía demasiado a menudo a la cabeza) hubiese sido feliz, al menos durante diez minutos.

Esa noche no había bocadillo de calamares, había barbacoa y los muy iluminados se habían gastado más en verdura que en carne. El alemán que lo organizaba iba a hacer el truco, yo lo sabía porque soy un cabrón que en las mismas, si no hacerlo, al menos lo hubiese pensado. Pero me daba igual, no importaba. Ese día tocaba sacar la vena nacionalista, era la final de la Eurocopa, contra Italia nada menos. Se había montado hasta una fiesta-visionado del partido. Era una ocasión muy especial, un destello de brillo ajeno en medio de un vertedero explotando, así andábamos entonces. Se podía ganar y todo, y en ese caso el mundo se arreglaría solo.

El que quiera saber cómo se logró (el que lo logró, que yo realmente tuve poco que ver)  llegar hasta allí, o como fueron los partidos… que tire de hemeroteca deportiva, o de Wikipedia, o de lo que le salga de ahí. No en vano es la principal referencia y la información más vendida, trabajada y documentada del país. Creo que si se hila fino y se busca documentación se puede sacar para una enciclopedia británica. Yo no lo pretendo. Fui por ir, por desconectar del sitio dónde pegaba mi cotidianeidad y por la promesa de farra. De todas formas no me esperaba mucho porque era domingo, y, pasase lo que pasase, no daría de si. Al evento, en Facebook, estaban confirmadas (si el hacer click en el “asistiré” se puede considerar confirmación de algo) una docena larga, muchos de los de siempre, los que tenían suerte, pasta y no se perdían ni una. Además podíamos ir desde por la mañana, que era a la ciudad y pasar el día de compras, como mandan los cánones de la diversión actual y moderna.

El plan, por dar una estructura, era ir a la especie de hostal-albergue mochilero, dónde el alemán trabajaba, por la tarde. Allí dejar las cosas y, el que quisiera, asearse en la especie de barracón con literas que nos dejaba para pasar la noche al increíble y módico precio de cinco euritos. Tras eso bajar y ayudar a preparar la barbacoa, jalar, ver el partido y lo que terciase. El partido se ofrecería en una pared blanca con un proyector desde un portátil. Por supuesto con las limitaciones técnico-tecnológicas de ver un partido en streaming. Ese era el plan. Los hay mejores, también los hay peores. Yo iba con otros dos con los que convivía entonces. Por mas datos parejita ¡Que divertido es ser palmero!

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