domingo, 16 de junio de 2013

Y otros se las follan II



            Cuando llegó, después de descalzarse y cambiarse para entrenar, vio en el móvil unas llamadas perdidas y un mensaje de texto en el que un colega le decía que una que conocían estaba de visita en el pueblo y por si quedaban para verse. Bueno, eso quizás estuviera muy bien, pero la “amiga” al él no le había mencionado nada y no le sustituiría en su necesario y adictivo (es lo que mandan nuestros tiempos respecto a la apariencia física y su influencia en lo que se le arranca a la vida) entrenamiento diario. Tampoco ella (porque era de ese género, no por una cuestión de que ese género deba o no cocinar como debate teórico en abstracto) le cocinaría la cena ni el almuerzo de mañana para llevar en un Tupper. Por todo eso, antes dios que todos los santos. Que se esperasen. Mientras se enredó en la segunda tanda de flexiones el teléfono volvió a sonar. Los de antes con el mismo cuento. Que llamasen.

            Al terminar se duchó y cenó. Entonces, que las necesidades de las que solamente se preocupaba él estuvieron satisfechas, entonces y solo entonces, fue cuando salió a buscarlos, a corresponder como anfitrión. Al encontrarse finalmente, no llevaban ni veinte palabras cruzadas cuando surgió el quid de la cuestión: si tenía hueco en su casa para que la paisana pasase la noche. Mira, una oportunidad como otra cualquiera de clavarla o intentarlo.

            Finalmente todos pararon en un ver en el que matar la velada. Allí charlaron y charlaron. La otra calentó al personal, y a él que se emocionó escuchándola, insinuando cochinadas lésbicas al respecto de la aniñada camarera del garito. Unos chupitos más tarde llegó la retirada. Ella fue a por su mochila y el la acompañó a casa. Una vez en el cuarto, con el pijama, el pobre gilipollas insinuó un poquito de sexo febril regado por los chupitos. Ella contraatacó con una pareja real o imaginaria a la que guardar la ausencia. Nuestro antihéroe se la zurró furtivamente mientras ella resoplaba en el otro catre del cuarto. ¡Que remedio! Buscaba la posada, no el servicio de habitaciones. Una aprovechada más, tonteando (porque tontear fue lo del bar y el hortigueo de la noche, auque la pasión calenturienta del miserable lo magnificase) hasta llegar a la hora del turrón y rajarse.

            Por la mañana la acompañó a la estación de buses a que se largara. Regreso puteado y triste como un pringado y un pagafantas. De eso bien que os aprovecháis, lagartas, de la desesperación de los jodidos y las perrerías del instinto. El había hecho el favor, la soportó y la cobijó. Otros se la follaría más tarde. ¿Tanto cuesta? Hasta ls monas pagan así posición en la manada y ayuditas. Por lo menos la fue a ver cenado ya. Si no, ni eso. Ingrata.

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