domingo, 9 de junio de 2013

Y otros se las follan I



            Había sido otro día en el trabajo sin pena ni glorioa. A su hora, después de todo el día vendiéndoles souvenirs a los domingueros de una atracción turística (los  gilipollas lo denominaban complejo monumental porque hasta el más tonto se piensa que tiene las pirámides de los cojones en el jardín de su casa) que andaba restaurando su empresa, recogió y chapó el chiringuito. un curre como otro cualquiera. Bueno, como otro cualquiera no. En la categoría cualquiera no es igual palear un montón de arena a una hormigonera que servir cañas de cerveza, que gestionar una empresa de ventanas de aluminio o que ser funcionario público. ¿Cuál es la mejor de todas las de antes, trabajos cualquiera? Pues estadística y democráticamente aquella en la que más gente querría estar colocado. Puede que si le preguntas al vecindario la de funcionario gane por una cabeza de distancia al segundo caballo de la carrera. Por lo que apostaría un pico de mi pasta es que la de la pala no tendrá muchos adeptos la pobrecita, tan incomprendida.

            Había hecho una razonable buena caja colocando los folletos, los libros, las postales y las camisetas. No facturaban como un hipermercado pero con los beneficios de ese día, si alguien los ganase de una manera regular a lo largo de la semana, se podría vivir muy bien y hasta regalarse caprichos en fechas señaladas como el cumpleaños. Él veía bien poco de ese monto, y menos con sus condiciones laborales. Mañana tendría que llevárselo al jefe con la ficha de visitantes y ventas (no estaba informatizado el “monumento”) y éste guardaría ese dinerito sin declarar y opaco a saber dónde.

            También había estado aislado del mundanal ruido. Se había dejado el teléfono móvil en casa. Mejor así. De esta forma no estaba encadenado a la posibilidad de que el que lo buscase pudiera dar con él. Ahora regresaba a casa cansado y aburrido de estar horas y horas como un pasmarote tratando con idiotas en la peor condición que transmuta al humano, en modo turista:; con las cámaras fotográficas, las pintas saludables de senderistas equipados (era una atracción turística en un pueblo dejado de la mano del señor. Los turistas se creían allí cruzando el Himalaya por haber conseguido un conjuntito en una tienda de deportes especializada) y las estúpidas preguntas que justificasen la importancia de la visita a un lugar tan aparentemente (y realmente) poca cosa.

            Caminaba haciendo un inventario de lo que le faltaba de tarde. Lo primero, según llegase a casa, entrenar, que luego le entraba pereza y no había forma. Después la cena y la comida del día siguiente, para quearla hecha. Terminaría zanganeando un rato con el ordenador y a dormir, que al día siguiente sería día de escuela (es una expresión, ya estaba demasiado viejo para educarlo en nada). Un día ni fu, ni fa, ni china, ni limoná.

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