domingo, 19 de mayo de 2013

La huelga del banquero II



            He cancelado la cartilla porque para ser un muerto de hambre y que encima te saqueen (diez eurines al trimestre y veinte anuales por una tarjeta de crédito de la que no recuerdo siquiera el pin de tanto uso es una estafa), me echo al monte y me desvinculo del sistema retrotrayéndome a los ahorros bajo el colchón, en mi caso una billetera con todo mi dinerito en metálico dentro del cajón de la mesita, método no menos tradicional. Para no parecer descortés y malagradecidos después de unos años de relación mercantil y financiera con ellos he preparado una excusita muy cuca, muy mona y algo servil por si me preguntaban motivos.  No hizo falta esgrimirla, tanto el director como la gorda antipática de ventanilla tenían bastante con su trajín y alteraciones sindicales. Vengo hablando de banqueros y quizás deba aclarar que me refiero a los pelanas que están de cara al público en la sucursal de un pueblo (en este caso) o de un barrio. Los banqueros de los informativos pertenecen a otra categoría plutócrata que, si bien comparten gremio con los de este cuento, ni se huelen los unos a los otros y tampoco sufren los mismos padecimientos. Los peces gordos, de cualquier forma, no tiene muchos sufrimientos.

            Cuando entré en la zona muerta del cajero automático estaban cerrando la puerta de la sucursal en sí. Solícitamente me pidieron amablemente que esperase un cuarto de hora porque iban a hacer huelga durante esos quince minutos. Como soy una mala persona pensé que los sinvergüenzas se fumaban este rato con esa excusa para escaquearse pero no era así, estaban muy serios con el tema, me ilustraron y todo del porqué protestaban. No presté atención y no me acuerdo un carajo del casus belli del motín. Hoy por hoy todo cristo, por un lado o por otro, tiene razones de protesta contra algo suficientes para llenar un camión y que todavía sobre. No quedando más huevos que la bragueta llena, salí a aguardar que terminaran de hacer el indio bajo los soportales de la plaza. Ellos por su parte, y como tenían orquestados, se clavaron en la entrada de la sucursal como dos pasmarotes. La soledad e ingratitud de su propuesta se palió al instante con la solidaridad masiva de una de las corporaciones municipales.

            Esos cuatro mingafrías de partido mayoritario, tendencias dogmáticas para la sublimación de la democracia y con un representante de cada sector (el perro político viejo gordo y encorbatado, la moderna trasnochada discretamente feminista añeja y el joven prometedor y dinámico hijo de la camada, el medre y el futuro rancio del partido) se sumaban al apoyo del trabajador oprimido. Eso, objetivamente, esta muy bien; pero estaría mejor si fuese más sincero, más global y accesible para los explotados no llamativos o colegas y menos condicionado a la presencia obligatoria de cámaras que reflejen con documento gráfico estandarizado, igualito a muchas lecturas de pared de urinario, “fulanito de tal estuvo aquí el día tal haciendo cosas muy importantes, necesarias, fundamentales y sociales”. ¿Adivinad en este caso? En efecto, menos de diez idiotas saludándose en una “manifestación” al son de l “compadre, compadre” en la puerta de un banco tenían cobertura de prensa. En concreto un periodista multitarea y funcional (¿Cómo una navaja suiza? No hombre no, mejor que eso. Todo un periodista que fotografiaba, entrevistaba y más adelante redactaría el artículo y hasta lo corregiría ¡Que completito! Ya ves…) del tendencioso periódico comarcal, veleta política y panfleto; los inmortalizaba, ordenaba y hacía posar. El sainete se pasaba de castaño oscuro de hortera, triste y lleno de mal gusto. Me largué a un súper a comprarme unas pipas y dejar de ver ese horror hipócrita y autocomplaciente. Así además les daba tiempo para despedirse, reabrir el negocio y que se les calmase la agitación revolucionaria por un día, por un rato. Finalmente, mientras me jalaba las pipas, cancelé de una puta vez la cuenta. Ni ellos se interesaron del porqué ni yo les desee suerte en su patraña y sus pajas mentales.

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