domingo, 19 de agosto de 2012

Otro crimen resuelto II



          Así, ese domingo por la noche, a la una, las dos o yo que sé, llegó un mensaje más. Los abría siempre, era de ese tipo de personas que lo abre y lo toca todo (podría definirse como tarado vulgar). Su mujer tenía que padecer al memo, pero ella también era como para echarla de comer aparte. Así tenían las noches animadas, digo yo.

          En el mensaje multimedia, en medio de una fotografía en blanco y negro, borrosa, y llena de ruido, un tío, de espaldas y pelo largo. Era fantasmagórico, una aparición, un espectro, el Ratoncito Pérez del cable. El amigo, por fin, lo había atrapado. Los trescientos napos de la cámara y el entraparla para emboscarla en la pared habían funcionado. Era la trampa perfecta para la presa más idiota, una que acudía fiel su par de veces por semana a llevarse la porquería de botín, pudiendo, como podía haber hecho, ramblar con una tele de plasma o alguna que otra cosa endosable a un anticuario por algo más que la miseria del metal al peso. Hay que ser muy sofisticado, y muy guerrillero, para tramar semejante emboscada y atrapar a un sujeto estúpido al cabo de los meses. Pero bueno, ahí estaba, por fin. Si se vestía rápido y pillaba el coche puede que lo atrapase, físicamente, me refiero.

          Según sus palabras textuales, al principio le dio un arreón de adrenalina. Se puso los pantalones en medio del toque de generala y llamó por teléfono. Primero a uno de sus trabajadores, que por ir adelantando cositas diremos que era gitano. Para que pasase a recogerlo con el coche y desde ahí para arriba. El trabajador, en estado de alerta, tardó apenas diez minutos en aparecer. La segunda llamada a la policía, que se lo tomó con más calma presentándose cuando ya todo el pescado estaba vendido y el crimen resuelto.

         La estampa del coche (un todo terreno verde, a lo desembarco militar) yendo a cojón para allá tenía que ser de órdago. Según dedujo nuestro investigador particular (cuando llueve se moja como los demás) el caco escuchó los chirriante frenos de la tartana cuando se aproximaba e intentó largarse por uno de los lados. Pero él era más listo, le adivinó la intención y lo cazó huyendo. Entre el tano y él lo echaron al suelo y, prodigios de la ciencias de la seguridad y aplicación de Ginebra en el trato de prisioneros, con una cuerda lo ataron como a un animal: manos, cuello, y no sé si la cuerda y las habilidades para el bondaje de la fuerza de asalto dio para más. Si le tentaron la cara, leña al mono que es de trapo, no se llegó a detallar. Solamente que el paisano estaba tan jiñado que cantó como un pajarito todo por lo que deduzco que, además de la indignidad de atar a un tipo pasando mil de sus derechos humanos, algo se llevaría para cantar tan de plano. Yo tengo algunas ideas particulares sobre supuestos de tortura, pero no me hubiese puesto a eso. Así se cantó todo, como el había robado todo, y hasta cornado a Manolete ¿Quién necesita más policía científica que un par de hostias en su momento justo?

         Con ambos amigos y el trofeo cinegético fumándose el cigarrillo de la victoria (el trofeo no creo, que no tendría cuerpo) y comiéndose las poyas por un trabajo bien hecho, por fin apareció la autoridad. Como era de carácter local y el jefe tenía cierta influencia (no me quitará nadie que el botarate los tenía untados y por eso le dejaban tanto y tan gordo) pasaron por alto las irregularidades de la detención. Eso sí, los muy espabilados al primero que apuntaron, para llevárselo por delante, fue al gitano. Las estadísticas hay veces que se cagan en uno. Después, todos juntitos fueron a la casa del atracador (orden de registro dónde yo te cuente) donde encontraron más indicios: cables, restos de piezas y componentes eléctricos y alguna otra porquería. Así acabó la operación. Todo un éxito donde los pueda haber. A la camita, que la adrenalina luego da un bajón peor que el de la resaca de cerveza, y se lo habían ganado.

           Cuando el cabrón lo contó en la reunión tuve que morderme los nudillos para no descojonarme porque era la narración de un tebeo de Mortadelo. Pero él era feliz, ufano al extremo siendo el protagonista. Por supuesto lo puso en Facebook, publicando la foto en cuestión del espectro ladrón, y una crónica detallada de la operación. Al par de días incluso apareció la tele, que era agosto y no tendrían mucho que poner. Le hicieron un reportaje en el que nuestro Poirot se despachó a gusto. Siempre se le deshacía el culo siendo el protagonista y no tenía capacidad de diferenciar lo apropiado y lo inapropiado en cada momento, perfecta combinación para el friki televisivo. En el reportaje, e incitado por la avidez informativa de los reporteros dicharacheros, reconstruyó la noche de autos al detalle. Al detalle incluye coger a uno de los trabajadores que ese día echaba jornal y atarlo como al sujeto. Y todos eran felices, los atadores, el atado, los periodistas, todo el mundo. Hay gente que por un sueldo miserable se presta a todo (¿De dónde saldría el derecho de pernada?) y, por esas casualidades, suelen ser los malos trabajadores (los buenos tienen dignidad y pagan el salario con sudor, no con dignidad). Como dicen los argentinos “sobran putas, lo que falta son capitalistas”.

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