domingo, 12 de agosto de 2012

Otro crimen resuelto I



         Nos contó el cuadro de poya (que no de Goya) en la reunión de lunes por la mañana, aunque la cosa venía de antes. Cada dos por tres algo faltaba y siembre saltaba por el palo “¡Me lo han “robao”!”. Tengo una cierta predisposición a creer que quien actúa así es porque es más ladrón que ninguno. Algunas veces las cosas reaparecían, otras no. Y era extraño, porque los robos eran muy de chichinabo, principalmente materiales de construcción, cable, etc. la obra era una restauración de una iglesia y el truco le salí bastante bien porque el paisano estaba en todos lados, como dios. Por un lado era el gestor de la fundación encargada (con dinero público, subvenciones y patrocinios) de reconstruir el invento. Por el otro era el propietario de la empresa de construcción a la que se había adjudicado (supongo que bajo algún tipo de fórmula societaria, testaferro o similar, que hiciese el paripé). El dinero en aquel entonces todavía manaba como de una fuente, por lo que todo cristo se llevaba su tajada y entre bomberos no se pisan la manguera. Por eso parían las cosas extrañas: chuminadas que se tardaban en terminar meses, facturaciones que se iban un treinta por ciento del presupuesto y el tema robos con, por ejemplo, material existente o no, pero asegurado, que me llevo a otra obra y me sale gratis, o el seguro me cubre sin ponerlo. Pero últimamente el tema se estaba empezando a cantear.

         Las anteriores semanas, un par de veces cada, alguien allanaba la iglesia y se llevaba cables y componentes eléctricos. El jefe estaba como una moto: llamaba a la inútil policía, se cagaba en todo. Al final le dio por lo de la cámara. Sin pedir opinión profesional y pasándose la legalidad del tema por el forro de los cojones (él era así), fue a una tienda, compro una cámara y la programó para que cada vez que alguien (o algo) se moviese dentro le enviase una foto al móvil ¡Que imaginativo!

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