domingo, 13 de mayo de 2012

Regla II



         Mañana me arrepentiré de todo esto, de hacerla venir, de la miserable noche que vamos a pasar juntos, del rato que voy a tener que pasar esperando que deje de remolonear y se marche de una vez. ¿Porqué lo hago entonces? Mi polla, yo, y una incipiente oscuridad interior, tenemos personalidades diferentes y, las más de las veces, debemos alcanzar acuerdos (muy democráticos, votando y todo) en los que el consciente sale perdiendo. Luego vuelve a su ser y todo en un poco peor.

        Pues bien, la noche pasa, como pasa todo en las condiciones físicas que el rol master puso antes de empezar. Y lo que pasa es imaginable. Para romper el no me toca meter la mano (habilidades manuales del que aprendió a mecanografiar en una Olivetti Valentine roja, creo que esta frase, que la suelto cada dos por tres, está repetida, pero me la pela un poco, es una línea más del relato, lo que de toda la vida se ha llamado paja). Los dedos se me llenan de una pasta indescriptible, como la viscosidad sanguinolenta que se le pega a un carnicero a las manos después de pasar el día cortando carne fresca. Bien, eso abrió la puerta. Costando dios y ayuda, por supuesto y con mucho remilgo y mucho melindre. ¡Que cosas! Yo lo único que puedo sentir es un punto de aburrimiento que empieza a piyar tono de asco, de indiferencia y de “esto hay que acabarlo de alguna manera”. Porque la novela, que desde el principio no prometía mucho, en poco más de veinte páginas se deshinchaba y, si bien la seguía leyendo, era más por oficio que por otra cosa, especialmente en ese tipo de lecturas que te pide el ir a plantar un pino. Por fin accede y se pega un misionero de protocolo, sin fu ni fa. Después a dormir y ya se hará recuento de daños por la mañana.

          Mañana en la que me levanto a tirar el condón usado, y con un toque naranja y me encuentro en el pasillo a uno de los que vive conmigo. Tengo la amanecida inspirada y hago la coña de las coñas. Le paso la zarpa a un par de centímetros del hocico al son de “huele el verdadero amor…”. Soy tan divertido cuando me lo propongo. Pero son coñas habituales, él me hará alguna mierda semejante. Arrieros somos y en el camino damos asco. Después, bastante rato después, ella se marcha de una vez, que ya iba siendo hora y para lo que ha traído demasiado se lleva.

            Comienzo con mis rutinas militares y deshago la cama. En la sábana bajera, blanca, como la cara de cristo, un lamparón rojo denota que ayer noche fluyó. La quito y la echo a la bolsa de la ropa sucia. Un par de días después la quito a mano con lavavajillas en el grifo del váter. Dos meses después tengo que camiar de habitación por motivos geopolíticos, cuando deshago completamente la cama en el colchón hay otro resto pardo de lo que fue esa noche. Soy considerado con el que tiene que dormir allí en un futuro inmediato, y, en un gesto de pura delicadeza, le doy la vuelta al colchón. Supongo que seguirá allí, el cadáver seco de su óvulo mirando a un suelo sucio.


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