domingo, 4 de marzo de 2012

De romeria II



        Y va pasando el tiempo, y cada día es un poco peor porque el espiritu de cuerpo y el a mi la legión brillan por su ausencia. Que llegue el sábado y lo único que te apetezca es pegar la del Alba a pantalón bajado en todo lo que se menee por el puto pueblo; para acabar con la disyuntiva de concierto de jazz o documental de gitanos en original subtitulado (evidentemente, no me lo van a doblar, ni me la van a doblar, para mi solamente). Que por cierto, a mi si no sale Lola Flores (gitanaza, la más grande) el documental ni chicha ni limoná. Acabas, por esto de estar con alguien, en el jodido concierto siendo un lobo viejo con más hambre que dientes que discute con una petarda en mal inglés (a una petarda, entre otras cosas, se la distingue por su afición por los Beatles) porque la criaturita se cree que le luna está hecha de requesón de poya (querido Irvine, si cada puta vez que he usado esta frase te hubiese dado un duro me habrías pelado bien pelado) y no se da cuenta de que por querer, yo querría un pito como un asno y aquí andamos, pensando en poner a un percherón huno mirando a Melilla o un piso a la camarera de una pizzería. Lo que son las cosas… ¿Dónde está cuando se le necesita el consuelo del amor sucio y barriobajero de una choni fea?

        Porque no hay oportunidades y no hay esperanza. Eso que te conformas solamente con la satisfacción de los instintos más básicos pidiendo mezcal en una tetería, que es lo más chauvinista que puedes intentar para matarte el alma rodeado de gilipollas. Y estás un poco más triste, porque un dos para dos con unas suecas salió rana. Te las vuelves a encontrar al día siguiente cuando vienes de comprar la cena (y la merienda, un croisaint relleno de a saber que semen azucarado) que va a ser un pan duro, paté salado y unos quesitos. Eres más mierda porque te sientes y te sabes incapaz de decirlas que son unas princesas vikingas y que si te pegan un asalto de los que pegaban sus hermanos (o abuelos) de la Waffen. La oportunidad se fue, puede que ni la hubiese, y no volverá, por supuesto. Esa noche se le pide a San Miguel (santo milico venado) que te regale una prorroga en la que no tirarías un tiro a puerta. Pero el partido se acabó y te han cascado lo menos seis chicharros escribiendo pepes en un suelo triste, apagando y encendiendo el portátil. Que aquí es lo que todo el mundo hace, irse a tomar por el culo de casa para estar en habitaciones en las cuales no pía ni dios porque todo cristo anda con las pequeñeces y la mezquina mendicidad de atención de una cuenta de red social revisada cada minuto. Porque para hablar con tus colegas quédate en tu casa. Con los pitidos desagradables de todos los servicios de chat del universo y los demás al trantrán, esperando. Que habrá que conocerse, digo yo. Me voy a dormir que me lo he ganado. Podría volver a estar borracho, y eso que dejé de beber.

        Dos islandesas bailan encima de sendas sillas-pupitre a mi lado mientras un francés (persona, no mamada) me cuenta en Power Point lo fantástico que es un país en el que a la sopa le echan cebolla cruda y no fideos y en el que la gente odia a un presidente que sale con mayoría absoluta en cada elección. Son cosas que pasan, que me pasan. Quiero que se estremezca la tierra, truene, relampaguee, suene heavy metal, se abra el puto jardín por la mitad y de la sima incandescente surja, agarrándose a los bordes, un titánico José Luís López Vázquez que brame con la voz de Moloch: “¡Sansonas mías!”. Se ponen a jugar a un juego de cartas sin sentido dándome la espalda y gritando únicamente “¡Colour!”, “¡Colour!”. Se me pone dura porque le he robado un buen toque de culo a un putón milrazas medio gordo de allende los Pirineos y lo voy narrando en mi cabeza como si Raúl, en un retorno a la selección, se vengase de lo del dos mil cascando tres palomerazos en los últimos diez minutos en el puto estadio del Marsella. Pero en la selección siempre jugaron los bonitos, no tú. Soy un héroe, que ya no lloro. En otro tiempo puede que sí, ahora mismo, solamente cuando veo Black Hawk Derribado, como los hombres de verdad (ante la épica destilada en su esencia pura). Me quito las lentillas acuclillado en el suelo, como una somalí cocinando arroz de la ONU. El tiempo está ahí y está última ha sido una gilipollez de afirmación. ¿Hunter S. Thompson hubiese escrito algo así estando aquí? Él no hubiese estado aquí. Se llama Robert Paulson. Se llama Robert Paulson. Se llama Robert Paulson. Se llama Robert Paulson. Se llama Robert Paulson… Me gustaría reventarme las manos golpeándolas contra algo humano.

        Y ya no escribo más porque me la acabo de menear y el mundo me parece un poquito más tolerable (Señora donde pongo los tres litros que ha pedido).

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