domingo, 4 de diciembre de 2011

Las llagas XVII

 
        Me pongo las gafas y la pantalla del despertador electrónico de mi lado de la cama marca las siete cero dos en números rojos, brillantes, luminosos. La doy en el hombro “son las siete”. Me visto y recojo, cojo mi toalla, el neceser y me voy al váter inmundo como si estuviese en un cuartel o un camping. Mi toalla está húmeda y no me gusta secarme con ella. Quizá proyecto la mierda del entorno sobre el rizo del trapo azul claro. Hago lo que los cerdos disimulados consideran higiene. Cara, manos, agua en el pelo, enjuague y gárgara, escupitajos (alguno denso y cromático), toalla a los sobacos, desodorante (por supuesto de roll-on, para que todo sea más mucoso) y dos golpes de colonia, uno en el pecho más o menos y otro por bajo del ombligo. Levantando un poco el calzoncillo. Manías. En el espejo parezco un yonki de heroína en día de redada. Echo una meada, amarilla y concentrada, y salgo listo para marcharme de una puta vez. Ella se ha vestido: camisola, vaqueros negros y cinto ancho al talle. Da el pego, aunque quizá de lejos. De cerca se le nota el madrugar en las ojeras y en su boca podrida. Me besa un trasvase mutuo de mierdas orales, sarro, placa y necrobacterias. Me vuelve a decir que coma algo. Prefiero despedirme en ayunas y así no hacer gasto (palabra que rima en asonante con asco). Salimos y me lleva a la estación en su coche blanco camino de la categoría siniestro total. Se lo ha dejado a alguna tarada de su familia (parecidos razonables), recién parida creo, y se lo han devuelto con el depósito KO. En la puerta de la estación de autobuses, que es la primera vez que cruzo por ese lado y, sin saber muy bien porqué y cómo, me la imaginaba de otra manera, una rumana vieja mendiga sin profesionalidad ni motivación. Me sorprende por la hora. Hasta para esto hay horarios y turnos. Por otro lado no creo que saque mucho. Poco podemos dar los putos tirados que viajamos en mierdas de autobuses. Compro el billete sin hacer cola, dos mil quinientas al ojo. Es un papel de fumar impreso, frágil como una servilleta de bar de las de “Gracias por su visita”. Tengo que tener cuidado con él. Se me destroza en las manos con el simple sudor de éstas. Ella me sigue como una mascota miedosa y fiel. Resulta hasta tierno (¡Mis cojones!). No dice ni pío. No tendrá nada que soltar. No le da. Tampoco lo espero. Solo quiero montar de una vez en el coche y dormir.

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