domingo, 18 de diciembre de 2011

Las llagas XIX

 
        Elipsis. Llego al pueblo. En el viaje no pasa nada. Voy dormido medio camino, alucinando entre sueños y pensamientos varios. Me inclino sobre el progre, porque apariencia de progre tiene ¿Quién sabe debajo de qué se esconde un nazi, o un enfermo mental? Cuando voy despierto miro pasillo adelante a la carretera, que avanza según y cómo. El puto Vinnie Jones le da gas a la caja de zapatos morada. Me cae bien este tío. Le sobran huevos para funcionar en hora y bufar por el micro del autobús que no se come. Le falta un “¡Hostias!” al final pero pase. El Menorca’s look se baja en un pueblucho a una hora más o me nos de la última parada, que es la mía. ¡Puta madre! Me suelto ese rato, aunque todo el trajín me tenga la espalda como si me hubiesen dado por el culo hasta el mango con la barra de un futbolín y me la hubiesen dejado dentro, muñequitos (de los de dos patitas, no de los otros) incluidos. Ya llegando le mando el sms a ésta, que soy un tío considerado y cumplido. En él la vuelvo a dar las gracias por todo siguiendo los mismos motivos de antes.

         Repito elipsis. Llego al pueblo. Es la hora del vermut y en la mesa camilla, o encima de su cristal, hay un plato con el contenido de una bolsa de cortezas de trigo, otro con una lata de mejillones escabeche, dos pelotazos de vermut rojo con cola y para mí una lata entera de. Mi señora madre pasa de más el sofrito de la paella, la cebolla está cantando, todos le pegan, pegamos, a las cortezas en pesebre. Para adentro pues. “¡Vienes muy flaco!”. Cosas que pasan. Todos vivimos más felices con tu ignorancia de los hechos. La caspa parece que nieva (metáfora). Sí, somos así. Paella los domingos, y filete empanado después, hasta tenemos mueble bar con diccionario enciclopédico en el salón-comedor que solo se usa en días señalados, días en que también hay vermut antes. Todo esto lleno de ganchillo. España cañí y olé. Luego tengo los santos cojones de criticar a los demás. ¡Rock & Roll!

        Me subo a echar la siesta ahíto de comida, y de pan, mucho pan, como una animal, como una mala bestia, al borde del vómito, con el abdomen dolorido. Remarco lo del pan. Es la adicción rural que se mantiene en casa, y en el pueblo entero, de cuando el hambre. De hecho, los camellos de la panadería sablean amparándose en el vicio/necesidad de la población. Por lo menos nosotros hemos llegado a superar lo del pote cocido con legumbres, desperdicios cárnicos y grasa para el día sí, día también. Un consuelo dietético, nutricional.

        Soy un tío feliz en la digestión, aunque los primeros estadios de ésta, encauzar todo el masón que me he embutido esófago adentro, me molesten y me hagan verme como una tortuga muriéndose panza arriba sobre el colchón. La cama está mal hecha. Mi madre se ha metido en mi pequeño espacio, alquilado emocionalmente, como una bofetada. Con la excusa de quitar el polvo ha tocado todo y ha movido todo. Es algo que me desquicia, supongo (que de momento no he pasado por ningún proceso penitenciario), tanto como a un preso un día de registro. La cama está mal hecha porque las sábanas no están tensas y van mal metidas a los pies. Se deshacen a la primera vuelta. Ya se discutirá luego, que de momento lo único que cuenta es que estoy solo, y libre, aunque la libertad, mi libertad, no funcione por los parámetros del haberme escapado de esa lagarta o viceversa (ella de mí). Bajo la persiana, me desnudo y dentro de la cama adopto posición de crucificado comodón al no tocar nada en los extremos, con los dedos. No tardo en clavar el coche y apagar. Mi vida se vuelve a poner occidental con las necesidades básicas satisfechas. Me pregunto como puede haber tanta pedrada mental en el estado de bienestar si a mi las neuras, todas mis mierdas del cable, se me agudizan con la miseria de la panza vacía y el desfase cognitivo de la vigilia prolongada. No sé que sería de mí como africano (machete).

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