domingo, 6 de noviembre de 2011

Las llagas XIII

 
         Durante todo el aseo la estuve señalando, por lo que ella me dio un manguerazo de agua fría en el vértice. Doloroso, muy doloroso. Llego a que apuntar con algo a alguien es de mala educación, pero no son formas de civilizar a la parroquia. Ellas, como son molestias con las que no tienen empatía, se las toman a chufla. Luego ríete tú del dolor de ovarios. ¡Verás! El chorro, y el shock vasoconstrictor consecuente, no tuvieron ningún tipo de efecto en mi erección. Seguí, aunque dolorido y tiritando, en firmes. Saña y tortura cotidianas, de andar por casa. Me callé por no montarla, otra vez. A perro flaco todo se le vuelven palos.

         Por la tarde se suponía que íbamos a ir a un parque de atracciones con la prima, como tantas cosas se suponían y luego no fueron. También tenía el compromiso social ineludible de ir al cumpleaños de la madre de una amiga. Una cincuentona de las que pretende echar el tiempo atrás, aunque al despertador japonés con el que mide el tiempo ya no le queden pilas, a base de ropa de furcia de la fashion week mercadillo Parla y amante trasnochado, en este caso un murciano (de una puta y un gitano…) me pareció entender que camionero (topicazo). Ella debía ir porque la tipa de los años, los muchos años, era más que una madre de una amiga, era una amiga más. Por otro lado la amiga, intima al estilo que gastan las mujeres en sus lealtades, se marchaba unos días para Argentina a casa de su novio, argentino él, en efecto, y debían imperiosamente despedirse con mucho grito, mucho “¡Tía, tía!” y alguna lagrimita de saurio amazónico. Lo de la amiga, intima (recalco) mientras durase, y el de la pampa también era de renglón aparte. Tenían una bonita historia de amor, convivencia matrimonial, conveniencias de vivienda, sobrepeso, raquitismo, cuernos en Polonia, puñetazos en las paredes, puñetazos mejor dirigidos, fotos raras en Internet, coartadas, “te quieros” y “a la que pueda lo/la dejo”. Con mejor estética, una telenovela bastante rumbosa. Ella pretendía que fuéramos a la fiesta y yo la esperase en el coche. Nos jodió, con la gorrita de plato, la librea y los guantes blancos esperándola en el Ibiza destartalado. La idea de parque de atracciones si que me interesaba, pero a ella no, mujer sacrificada por los demás, altruista. Estaba con la velocidad metabólica de un koala y no quería. No quiero y me enfado, como los niños chicos. La prima no llamó y no hubo ni parque, ni atracciones ni nada. Estaba de pasar. Para compensar, la fiesta también se frustró. Un disgusto y una pena, pero es adelantarme.

         La sobremesa se fue en una TV movie. Un instituto con dramas multiculturales, pluriétnicos y de integración. Era un petardo patrio con happy-end, la música como dios que trae el maná de la utopía, una maestra novata a la que el conformismo intenta aplastar, estereotipos y toda la morralla. Cine subvencionado que no ve ni el Tato. Acabándola de poner guapa llevaba tandas publicitarias de veinte minutos por hora. Creo que el mejor homenaje que hubiese podido hacer a semejante obra de arte hubiese sido un sonoro y magnifico pedo de trompetilla en el clímax dramático del film. No me vino. Los pedos, como todo aquello que no lleva guión, nunca vienen cuando irrumpirían estelarmente, oportunamente, cuando significarían más que cualquier palabra, gesto, acto. Me aburría. Tiraba manos sigilosas por debajo de su camisón malva. Ella se dejaba o no, según el grado de concentración que le iban exigiendo los golpes de la mierda de libreto. También medité ratos, somnoliento y bostezando. Miraba la decoración con la mente en el vacío. Ni estaba excitado sexualmente ¿Para qué?

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