domingo, 16 de octubre de 2011

Las llagas X

 
        Creo que fue una de las cinco peores noches de mi vida. Eso comparándola incluso con episodios alcohólicos agonizantes en los que el vómito de granadina me indujo a la certeza de que estaba expulsando, demoníacamente, sangre y apenas me quedaban horas de vida. Pero esas son otras historias, buenas historias, no esta gilipollez. Por lo pronto no llevábamos ni cinco minutos de “luces fuera” cuando a la prima le dio por llamar como una chiquilla con pesadillas de hombres de saco y hombres a saco, cocos, cocas, extremidades amenazantes debajo de la cama, ladrones de viviendas soviéticos, payasos de hamburguesería en el armario y bíblicos violadores. Y allí me quedé, solito otra vez (¡Coño! Me ha salido rimado), sentado, sujetándome las rodillas, con una erección que me moqueaba los calzoncillos sintéticos azul claro fruto de los cinco minutos de pequeña escaramuza erótico-charanguera (no llegó siguiera a verbenera) que habíamos mantenido. De repente me dio sed de resaca (los borrachines la conocerán), angustia, derrota, hambre, calor. Miré por la ventana al parking de camionetas de reparto al que daba el cuarto del primo, tío, obispo de Zamora… era un desasosiego invasivo que se me estaba repitiendo casi cíclicamente. Las sensaciones estrella del fin de semana. Ahora podría decir que entonces me olí las mierdas que vinieron después. Que me preparé y monté una defensa decente, que gracias a eso achiqué los balones con orden y concierto y, maquiavélico, orquesté todo lo que habría de ser. ¡Basura! Únicamente me sentía mal y ya es bastante. El asco, la nausea, no son tan metafísicos. Por lo menos los míos no. Allá cada moñas con su estupidez propia. De la ventana no entraba ni un mal aire y fuera solo había luz naranja de farolas (me repito con el tema de la luz de farolas pero es que siempre me sale por ahí la muestra) sobre el espacio semi-industrial y la fauna de descampado (grillos, chicharras y algún pequeño vertebrado) tocando los huevos. Cuando volvió, sin decirme claramente qué le picaba a la prima (algo de miedo a la oscuridad), la mandé a por agua. Ella, quizá por compensarme, fue a por un vaso. Estaba caliente, el agua, no ella.

         El resto de la noche transcurrió en la arcada y el surrealismo. Fueron unas horas de guión de los hermanos Marx dentro de un contexto bizarro, castizo y kisch de Almodovar con la duración y ritmo de cualquier japonés de samurais en blanco y negro y cinco minutos de plano a una flor. Conseguí conciliar el sueño un par de veces, luego me despertaba de pesadilla, nervioso, desbocado el sistema cardio-respiratorio, asustado. En los huecos insomnes miraba al techo, a las fulanas de los posters, intentaba encogerme y desaparecer por la rendija entre cama y pared. Escapar por la madriguera del conejo. Ese momento y plano existencial se me hacía incompatible para los dos. Se lo hubiera dicho, además con tacto y consideración, si no hubiese estado bufando a lo cetáceo tan tranquilamente, desparramada a mi lado. Se me dormían continuamente brazos y piernas bajo el peso fofo blando, caliente y remostado de la carne de ella. Me agarrotaba estático. La nuca, dura como una tabla, se me adhería húmeda a la almohada. Ella se despertó y propuso el esperpento de darse la vuelta y dormir con la cabeza a los pies del jergón. La idea era un raro sesenta y nueve fetichista de los pies donde los suyos, ásperos, callosos y de dedos deformados, bailarían a la altura de mi cara por lo menos, según la pinta de duración de la noche, hasta el mediodía casi. Me opuse. Algo hizo que en mi cabeza apareciese la imagen de un montón de sucios obreros del carbón del siglo XIX hacinados en un cuartucho inmundo de cualquier novela social o folletín de la época. A ella, tan refinada, tan especial, le daban estas pedradas de bombero y chimpancé de la selva y no le importaba dormir como una bestia en una cuadra. El Madrid de Baroja se había levantado y me había dado una leche, bien dada, a mano abierta y sobre el oído, para espabilarme y decirme: “¿Te cogerá de nuevas, tonto la polla?”. Volvió a dormirse. Siguió pasando el tiempo, inexorable, lento pero inexorable. Es lo que tiene el sistema físico de continuos que nos cayó.

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